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Jorge J. Fernández Sangrador

Aula Pablo VI

El amor a la cultura y al arte como uno de los rasgos distintivos de la Iglesia

Varios obispos españoles se hallan en “Visita ad limina Apostolorum”. Se trata de una serie de actos, que, cada cinco años aproximadamente, cumplen, en Roma, todos los obispos del mundo, manifestando así su comunión con el Papa.

Con anterioridad, las diócesis envían al Vaticano un informe completo acerca del estado en el que se encuentran y dan cuenta de las actividades desarrolladas en ellas desde la última visita cursada a la Sede de Pedro, que, en el caso de España, tuvo lugar en 2014.

Ya en la Ciudad Eterna, los obispos son recibidos por el Papa, al que sus colaboradores le han pasado previamente resúmenes de los documentos remitidos desde las respectivas curias diocesanas. Y en esos días, los obispos, además de encontrarse con el Pontífice, mantienen entrevistas de trabajo con los responsables de los distintos organismos vaticanos y siguen la tradición de ir a rezar en las cuatro basílicas mayores: San Pedro, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros.

El pasado miércoles, Francisco saludó a los obispos españoles que estaban presentes en el “Aula Pablo VI”. Es en miércoles cuando el Papa acoge, bajo aquella gran bóveda, a los peregrinos que acuden a verlo, escucharlo y recibir su bendición. En su intervención de ese día, el Pontífice habló de la necesidad de cultivar el silencio y así estar en condiciones de ayunar de la palabrería vana, aduladora, mentirosa, maledicente y calumniadora.

Recuérdese que, en esa misma Aula, se celebró hace diez años el concierto que la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, dirigida por Maximiano Valdés, ofreció, con el patrocinio de la Fundación “María Cristina Masaveu Peterson”, a Benedicto XVI.

El “Aula Pablo VI” fue construida por el arquitecto Pier Luigi Nervi (1891-1979) y se compone, no solo de la gran superficie en la que el Papa se encuentra con miles de personas, sino también de otras piezas que se destinan a diversos usos. La segunda más importante, en el conjunto, es el “Aula del Sínodo”, en la que se reúnen los obispos cuando el Papa los convoca a Roma para que reflexionen junto a él acerca de las cuestiones más graves que atañen a la Iglesia, en su ser y en su relación con el mundo. Cuenta asimismo con “aulette” para reuniones de grupos pequeños.

El edificio levantado por Nervi fue inaugurado, el 30 de junio de 1971, por Pablo VI, quien, en 1964, le había encargado que hiciese una sala lo suficientemente amplia como para poder acomodar en ella a las multitudes que, crecientes, llegaban ininterrumpidamente a Roma para ver al Papa. Las obras comenzaron en mayo de 1966.

En aquel encuentro de 1964 el arquitecto le preguntó a Pablo VI si no era una osadía el hacer el magno auditorio a la sombra de la monumental cúpula de Miguel Ángel, y el Pontífice le respondió: «¡Ose!¡Hay que saber osar en el momento justo!». Y es que Nervi se estremecía cuando le sobrevenía el pensamiento de que su obra debería ser proyectada y ejecutada con el grado de excelencia que le imponía la inmediata vecindad de la basílica de San Pedro.

En el área elegida para la construcción del Aula estaba el Oratorio “San Pietro”, con una escuela y patios de recreo. Fue trasladado a otro lugar. Y hubo que demoler el Museo Petriano, erigido por Benedicto XV, y llevar su archivo y los tesoros en él expuestos al Museo de la Basílica de San Pedro.

Se pensó también, para disponer de más espacio, en derruir el Palacio del Santo Oficio, en el que se hallan alojadas las oficinas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero, por respeto a la historia y para no causarle un disgusto al cardenal Alfredo Ottaviani, que era el prefecto, el Papa no dio su aprobación a esa parte del plan.

En el Aula caben, holgadamente dispuestas, 6.300 sillas; de pie, y ocupando el atrio, 12.000 personas. La preside una gran escultura en bronce: la Resurrección. Tiene 7 metros de altura y 20 de longitud. Fue realizada por Pericle Fazzini (1913-1987), entre 1970 y 1977, en la iglesia de San Lorenzo “in piscibus”, en la que por entonces no había culto.

Representa a Cristo, que asciende con los brazos extendidos. Mas no se eleva desde el sepulcro, en el que fue depuesto tras el descendimiento de la cruz, sino desde el Huerto de los Olivos, «en donde agonizó a causa de la gran angustia que le procuraba la humanidad de todos los tiempos… Cristo triunfa sobre una pila de árboles calcinados, de naturaleza y de cosas devastadas como por una explosión atómica. Cristo resucita y, bendiciendo, lleva la resurrección al mundo que el hombre quiere destruir», explicaba el autor de la obra.

Las vidrieras ovales fueron encargadas al pintor Marc Chagall (1887-1985), que llegó a preparar algunos bocetos en los que se aludía a la paz y al ecumenismo, pero surgieron dificultades y no se pudo ejecutar el proyecto inicial. Las realizó el húngaro Janos Hajnal (1913-2010).

En diciembre de 1978, para honrar la memoria de su predecesor, que la había pensado e impulsado, Juan Pablo II le dio el nombre de “Aula Pablo VI”, pues hasta ese momento se la conocía por “Sala Nervi”, y para que le sirviese como recordatorio de que también él, como Papa, debía «continuar y desarrollar el interés que Pablo VI demostró constantemente por las causas de la cultura y del arte».

Interés que se ha de procurar que no disminuya, porque, a lo largo de la historia, el amor a la cultura y al arte ha sido uno de los más señalados rasgos distintivos de la Iglesia y uno de los mejores títulos, en cuanto a gloria y prestigio, que pueda exhibir ante el mundo.

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