A otra escala y sin emisiones de lava, el Occidente también es ahora mismo una isla y tiene su volcán. Como en La Palma, en recorridos que antes duraban cinco minutos hay que invertir horas. El obstáculo que supone la fajana ocupada por la colada lo representan aquí los argayos. La ira adquiere proporciones de erupción ya no solo por la falta de atención a las carreteras devoradas por las laderas, o por errores constructivos que las inhabilitan, sino por la torpeza y pereza con que las administraciones responden a los lamentos. Del profundo malestar cientos de personas han vuelto a dejar constancia esta semana con una contundente manifestación en Oviedo. “Calamitoso”, “infame”, “desastroso”, “una vergüenza”. Los vecinos agotan los calificativos para describir el esperpento al que les someten.

En el Puente del Infierno confluyen las carreteras que unen Cangas del Narcea, Tineo y Allande. Atribuye la leyenda el nombre a una asturiana que iba a por agua –o a visitar a su enamorado, según el relato que se recoja de la tradición oral– y que vendió su alma al demonio a cambio de un paso por la garganta para ahorrar tiempo. Hay topónimos premonitorios porque la realidad acabó, por desgracia, superando a la ficción sin que nadie ahora, ni siquiera el diablo, preste al Suroccidente la atención que merece. Algo se ha roto en esa ala. El profundo disgusto por las promesas incumplidas y las chapuzas aún sin explicar en las obras públicas han incitado a los ciudadanos a traspasar la línea roja y quebrar décadas de silencio y resignación.

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Concentración en Oviedo por el futuro del Suroccidente Irma Collín

Su aún incompleto mapa de infraestructuras representa una parte del problema, no la única. Porque lo que realmente dinamita este territorio, y toda la Asturias vinculada a los extremos en definitiva, es la falta de iniciativas para cuidar y facilitar sus modos de vida. Los asturianos que más hacen por permanecer fieles a la esencia de la región, sus paraísos y su ruralidad, no pueden ser los perdedores del nuevo tiempo.

Los habitantes del Occidente pagan los mismos impuestos que los del centro, pero no gozan de similares oportunidades para competir en igualdad, acceder a un trabajo o progresar. Y ello no precisamente porque carezcan de recursos, sino porque intentar desarrollarlos acaba convirtiéndose en una carrera de obstáculos colocados paradójicamente por los gobiernos encargados de despejar el camino.

Tienen como contribuyentes los asturianos occidentales legitimidad para reivindicar que nadie relegue sus peticiones, pero poseen además los votos para demandarlo, pues en un escenario de resultados electorales ajustados los diputados que elige su circunscripción pueden llegar a desequilibrar la balanza. Los grandes partidos parecen obviarlo en un temerario error de cálculo. Están equivocando otra vez las prioridades. Mientras, empiezan a tomar cuerpo iniciativas trasversales, al rebufo del clamor de la España vaciada, para rescatar a una jurisdicción desairada y maltratada. Los movimientos echan su raíz en algo más profundo que un cabreo puntual ante la suma de hartazgos.

Crear riqueza es el reto, y eso exige un proyecto sólido de región, continuidad en el esfuerzo, un impulso político grande y una sensibilidad especial con todas las comarcas

Achacar el actual estrangulamiento de las comunicaciones en Casazorrina, La Barrosa o Soto de la Barca al cambio climático suena a broma de pésimo gusto. Un equipo de la Universidad lleva contabilizados desde 1980 más de tres mil argayos, una mínima parte de los que se han producido. Entonces nadie daba importancia a los efectos del calentamiento global y, en una región lluviosa y orográficamente compleja, la tierra ya estaba desprendiéndose. Resulta ciertamente imprevisible predecir el momento exacto de un derrumbe, pero la mayoría de las zonas que los padecen figura perfectamente identificada por la ciencia. Aun así, se diseñan irracionalmente trazados por áreas conflictivas sin atender a la experiencia y a la lógica, se descuida la vigilancia de los taludes complicados y se acumulan décadas sin mantenimientos.

De los 26 concejos que se abren desde Grado hacia el Oeste, 20 perdieron bastante más de la mitad de su población y únicamente siete contuvieron en porcentajes más favorables la sangría de capital humano. Navia en especial, por el influjo de sus industrias y el cercano hospital; Coaña y El Franco, sus áreas de influencia; Vegadeo y Tapia, a la sombra del tirón de Galicia; y Cangas del Narcea y Degaña, gracias a los rescoldos de la minería. Resisten no las zonas que reciben más dádivas o subvenciones, sino aquellas donde se genera actividad. Los estrangulamientos eternos en las comunicaciones no la favorecen precisamente.

Y ahí tenemos planteado el quid para recuperar el Occidente, si no pretendemos que acabe convertido en una sucesión de pueblos fantasmas, y para relanzar la Asturias menguante próxima a perder el millón de habitantes: crear riqueza. Ese es el reto, y exige un proyecto sólido de región, continuidad en el esfuerzo, un impulso político grande y una sensibilidad especial con todas las comarcas. No solo de gestionar bien la pandemia vivirá el Principado.