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Pablo Luis Álvarez

Ucronía

Lo que los estudiantes del futuro pensarán sobre el debate actual de la oficialidad

En “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges nos habla de un olvidado escritor francés que reproduce, palabra por palabra pero sin tratarse de una copia, los capítulos noveno y trigésimo octavo de la obra cervantina. Para mayor desconcierto del lector, el imposible texto de Menard, que no se trata de un plagio, está escrito además en el siglo XX ¿Cómo es esto posible? ¿Nos tomaba Borges el pelo? Seguramente un poquito, pero el cuento de Menard nos habla de mucho más. A alguien tan genial como Borges no le bastaba investigar el funcionamiento literario de la ucronía (la reconstrucción de un relato histórico incierto pero más o menos plausible a partir de hechos pasados): en su relato “hiper-ucrónico”, Borges se sirve de esta suspensión total de las leyes de la filología para explorar temas centrales de la teoría y crítica literarias, como la autoría, la originalidad, la creatividad o el canon. Recurro a Borges para hablar de la oficialidad del asturiano—menudo “détour”—porque a mí también me gustan las ucronías y los futuribles, probablemente porque, como historiador, son algo así como tiempo de recreo frente a los rigores de la escritura historiográfica donde apenas hay (o no debería haber) margen para columpiarse.

He venido leyendo, durante las últimas semanas, el rosario de artículos que se han publicado en la prensa asturiana sobre la oficialidad, parece que esta vez inminente y cercana, del asturiano. Al levantar la vista y dejar que mis pensamientos me despistasen, me gustaba imaginar cómo estos artículos serían estudiados dentro de cien años como una rica discusión pública, a veces entre convecinos, a veces entre enemigos íntimos, que los habitantes de Asturias mantuvieron sobre la lengua de sus ancestros y de muchos de sus paisanos. Los estudiantes de un futuro bachiller estudiarían, ¿por qué no?, “el debate sobre la oficialidad de la lengua asturiana”, como también lo harían sin duda los especialistas en la historia de las ideas, que lo analizarían, quizás con una importancia más modesta pero con igual dignidad, junto al debate de la perfectibilidad del ser humano en el siglo XVIII o el debate sobre la cuestión de Inglaterra en el XIX.

Es como si hablar de la oficialidad como algo posible ya fuese en sí, en el mejor de los casos, pura pamplina

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A través de esta carambola que a muchos les parecerá el hablar de un loco, me gustaría centrar la atención no tanto en las posturas, que ya sabemos cuáles son, sino más bien en los términos propios del debate y en lo que el hablar sobre algo puede hacer por los que lo hablan. En cualquier caso, la pregunta de qué puede hacer por nosotros hablar de la oficialidad del asturiano va a tener respuestas que no van a ser mera charla de café sino un resultado legislativo concreto, esto es, que el asturiano reciba el estatuto de la cooficialidad o no lo reciba, que del asturiano se hable de una manera concreta o de otra y, por último, que los asturianos hablemos del asturiano o no hablemos de ello en absoluto.

Me interesan en este sentido las posiciones aparentemente incontestables de quienes sostienen que la oficialidad del asturiano es un movimiento ideológico —¿es que no es ideológica su consideración como lengua menor, deslavazada y en última instancia pacona?— o que la norma del asturiano es un artificio —quisiera que se me mostrara una norma lingüística natural, tomada del natural árbol de las normas lingüísticas. Pero todavía más interesante me parece la cercanía discursiva entre la negativa a la oficialidad y la censura al debate. Es como si hablar de la oficialidad como algo posible ya fuese en sí, en el mejor de los casos, pura pamplina y, en el peor, la puerta por la que se nos van a colar las hordas “asturtzales”. No parece que se nos ocurra pensar que hablar de la oficialidad es hablar de otras Asturias posibles, de imaginarnos otro escenarios donde poder hablar de en qué Asturias queremos vivir.

Como historiador, yo no puedo adivinar si la oficialidad va a generar, como temen sus detractores, asturianos de primera y de segunda, buenos y malos asturianos, como si las variedades dialectales del castellano no se percibieran como refinadas algunas y vulgares otras, de clase alta o de clase baja, de gente bien y de gente mal. Pero como persona que se dedica también a la crítica contemporánea sí que puedo ver qué espacio discursivo puede generar la oficialidad de la llingua y a mí esto me interesa mucho. La oficialidad del asturiano podría traer consigo un hablar nuevo sobre nuestra tierra, toda una nueva imaginación política para los asturianos, la ilusión de pasar de la ucronía al futuro.

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