Cómo cuesta aprender de la experiencia. La extraordinaria velocidad de propagación de la variante ómicron, previsible a tenor de la llegada del invierno y la evolución en anteriores fases, ha pillado de nuevo desnudos a los gobiernos en medio de la Navidad. La celebración más multitudinaria del calendario se preveía especialmente ilusionante este año después de acumular tantos meses de amarguras. Retorna la ceremonia de la confusión, con discrepancias por regiones, diferentes criterios judiciales y restricciones distintas. Esto ya lo padecimos, casi ni provoca asombro. Pero tantas oleadas sí permiten empezar a sentar una única verdad sobre lo que está ocurriendo: el coronavirus pasará, eso es seguro, pero nadie nos va poner a salvo como no lo hagamos nosotros mismos.
Observando la curva irrefrenable de casos, la pared vertical en la que se han convertido los gráficos de contagios en determinados tramos de edad y cómo el número de infectados crece de manera exponencial por horas, alguien podría concluir que nada resulta eficaz en la lucha contra el covid. Y no es cierto. Categóricamente. Pese a batir cada jornada récords de afectados, esta ola en poco se asemeja a las pasadas. La primera afectó a cerca de 250.000 personas y causó 30.000 muertos. La quinta, a casi 1,5 millones y segó la vida de 26.000 españoles. La sexta que pulverizara los registros y parece cursar en la mayoría de personas con síntomas leves está todavía muy lejos de colapsar los hospitales, aunque desplaza mucha presión asistencial hacia los centros de salud. Alcanzando a un número de población tan elevado, la probabilidad de ingresos y complicaciones aumenta por pura proporción estadística. Pero no existen de momento razones para asumir ese riesgo ni con pánico, ni con dramatismo.
La galopada del patógeno con consecuencias relativamente moderadas la hace posible la vacuna. Sin ella, sí que estaríamos lamentado una despedida del 2021 desoladora. El mérito del exitoso porcentaje de vacunación corresponde a los ciudadanos, que acudieron en masa a los dispensarios con un alto grado de concienciación, sin comparación en el mundo. Con la ansiedad de pasar página cuanto antes, olvidamos que los sueros disponibles –porque así están concebidos, luego llegarán otros de efecto más amplio– solo disminuyen la virulencia de una eventual infección, no impiden contagiarse ni contagiar al vecino. El repunte constituye una pésima noticia sanitaria. También económica, por su especial incidencia en los servicios de una economía terciarizada como la española. Vemos comprometida seriamente la recuperación y, para colmo, vuelven a quedar tocados el comercio y la hostelería durante unas fechas propicias para resarcirse cuando peleaban duro por remontar el vuelo.
Los ciudadanos deben tener presente que no hay inmunidad absoluta frente al virus y que el único blindaje posible no va a llegar en exclusiva por lo que pongan en liza las administraciones
Conviene actuar con prudencia durante los próximos días para evitar que lo peor llegue para la segunda semana de enero. No ha surgido una estrategia coordinada y eficiente, ni nacional, ni en la UE, para frenar la plaga. Con nula actitud didáctica, insoportable partidismo y exagerada arrogancia, la dirigencia no dio pie a ganarse la confianza porque su prioridad consiste en escurrir el bulto traspasando responsabilidades. Vale de muestra la conferencia de presidentes de esta semana. Por si fuera poco desbarajuste, los jueces se suman al baile emitiendo criterios distintos por comunidades para invalidar o respaldar idénticas restricciones.
Los pedagogos recomiendan honrar los errores. Las equivocaciones ayudan al aprendizaje. Los expertos invitan a los maestros a estimular entre los alumnos la pérdida del temor a equivocarse y animan a guiarles en la búsqueda de la contestación acertada usando métodos deductivos que les hagan razonar por su cuenta. Estos aspectos de la psicología cognitiva funcionarán en las aulas, pero no en el mundo irreal de la política contemporánea. Al menos en la etapa de pobreza analítica y debates de baja estofa por la que da tumbos en los últimos tiempos.
Los gobernantes han fallado sistemáticamente en cada elección durante estos dos años de tortuoso camino. No han extraído conclusión alguna de cada una de ellas
Los gobernantes han fallado sistemáticamente en cada elección durante estos dos años de tortuoso camino. No han extraído conclusión alguna de cada una de ellas, eludiendo cualquier intención de enmienda y aprovechando el mínimo resquicio de luz para lucir pecho con triunfalismo. Los ciudadanos, que ya empiezan a estar curtidos en la batalla, sí deben tener presente a estas alturas que no hay inmunidad absoluta frente al virus y que el único blindaje posible no va a llegar en exclusiva por lo que pongan en liza unas administraciones pasivas y rezagadas.
Protegerse depende de cada cual. Un mensaje vigente en medio del desconcierto y la incertidumbre desde el inicio de los contagios que cobra aún mayor sentido y fuerza en los estertores de la pandemia. Con distancia, eludiendo aglomeraciones, con cuidado en espacios cerrados, disfrutar las fiestas con intensidad y tranquilidad resulta factible. Que nadie sucumba al pesimismo y la desesperanza, pero tampoco que nadie se descuide.