Treinta años después de la cancelación de la Unión Soviética, como sujeto de Derecho Internacional y realidad geopolítica, Vladimir Putin, que hace poco reveló haber trabajado como taxista ocasional, sigue sin digerir la que califica como “la mayor tragedia geopolítica del siglo XX”, en la que estaría incluida la independencia de Ucrania (la pequeña Rusia).

Las tensiones continúan en base a lo que el líder ruso considera un aumento de la presencia militar de la OTAN en la región. En fecha próxima, aún por decidir, Biden y Putin mantendrán una nueva cumbre, esta vez online. Aunque se mantiene la agenda con celo conllevado, es de suponer que Ucrania –en cuya frontera, los satélites muestran 150.000 soldados rusos acantonados– ocupará un lugar destacado.

El fin de la Guerra Fría, que entrañó entre 1945 y 1989 un enfrentamiento –político, ideológico, social y cultural– entre el Pacto de Varsovia y la OTAN, supuso el desplome del orden mundial bipolar, pero quedaron sin resolver contenciosos que siguen pendientes.

A estos, hay que añadir cuestiones recientes de mayor cuantía –pandemias y ciberataques– que envenenan las relaciones entre países, algunos de los cuales terminan siendo víctimas de una apoplejía temporal de soberanía.

Ilustración

A finales de 2016, personal que trabajaba en la embajada de EE UU en La Habana (Cuba) empezó a advertir misteriosos síntomas que incluían: problemas de visión, pérdida de audición, náuseas, mareos, fatiga, vértigo y falta de concentración. Con dificultad para recordar cosas, la mayoría escuchaba un zumbido en su cabeza.

Años después, empleados del consulado norteamericano en Guangzhou (China) y personal de la Agencia Central de Inteligencia, destacado en Rusia, comenzaron a destapar indicios similares.

Recientemente, el Wall Street Journal ha informado de los síntomas en un país de la OTAN. Por primera vez. En este caso, dos funcionarios estadounidenses destinados en Alemania habrían padecido la enfermedad.

Con centenares de casos detectados y síntomas que desconciertan a los médicos (escáneres cerebrales han revelado daños en tejidos, similares a los causados por un accidente de coche o la explosión de una bomba), este misterioso trastorno –cuyo objetivo son diplomáticos, espías y sus familias– tiene lugar en lugares no protegidos (como habitaciones de hotel y apartamentos), a través de un dispositivo de energía dirigida indetectable.

La falta de un diagnóstico firme para una serie de síntomas –claro indicador de que no hay una causa común– así como de pruebas concluyentes que sirvan para identificar los ataques (para quién o qué los está causando) convierten a quienquiera que oculta lo que está haciendo en alguien insondablemente inteligente.

Detectar “muertes inexplicables y enfermedades críticas”, como casos clínicos, es un problema que viene de antiguo y supone reconocer anomalías o señales sustanciales en un entorno complicado y “ruidoso”. Se han propuesto múltiples hipótesis y mecanismos para explicar, pero faltan pruebas, no se ha demostrado ninguna hipótesis y las circunstancias siguen sin estar claras.

La respuesta del gobierno norteamericano, que etiquetó los síntomas como incidentes sanitarios anómalos, fue caótica y lenta, teñida por el escepticismo institucional sobre si las enfermedades eran reales. Al tratarse de misteriosos orígenes y mecanismos, se tardó en reconocer un importante grupo de enfermedades inexplicables.

El viaje hasta llegar (este pasado octubre) a la Havana Act (ley impulsada por Biden que da seis meses a la Administración para organizar los pagos a las víctimas de las microondas que han sufrido el síndrome, a las que se reconoce el derecho a recibir tratamiento como si fueran veteranos heridos) ha sido largo y espinoso, lo que ha dado lugar a una especulación desenfrenada sobre las causas.

Un veterano en operaciones antiterroristas y antinarcóticos ha sido elegido para investigar estas misteriosas enfermedades

De saque, la atribución fue a armas sónicas (dispositivos que utilizan el sonido para perturbar y desorientar), tesis pronto desechada ya que las ondas sonoras en frecuencias –fuera del rango de audición humana– no pueden causar síntomas similares a los de una conmoción cerebral.

Ante este rechazo, se puso en duda que el de La Habana fuera un síndrome, argumentando que no es un síndrome por definición, ya que se supone que no tiene ningún síntoma consistente. Y optan por denominarlo síndrome de conversión.

Los más audaces apostaron por un psicogénico (histeria que termina por infectar a un grupo de personas que se consideran por encima de los demás y tienen poder para cancelar a cualquiera que diga lo contrario). Hay quien ha ido mas lejos, hasta sostener la existencia de una histeria colectiva. El traje nuevo del emperador.

A instancia del Departamento de Estado, un comité de 19 expertos consideró que, desde el punto de vista neurológico, la combinación de síntomas y signos, distintivos y agudos, sugiere la localización de una alteración en el laberinto o en sus conexiones con el tronco cerebral.

Para concluir que los síntomas son compatibles con los efectos de la radiación de baja energía de radiofrecuencia (RF) dirigida y pulsada.

El verdadero problema, como señala el Dr. David Relman –profesor de microbiología e inmunología en la Universidad de Stanford– es que vivimos en un baño de microondas y sintonizar la frecuencia adecuada puede ser mucho más difícil de lo que se supone.

El informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NASEM): “Evaluación de las enfermedades de los empleados del Gobierno de EE UU y sus familias en las embajadas en el extranjero”, publicado el año pasado, aparece como el diagnóstico más aclaratorio, hasta la fecha. Entre los mecanismos considerados, “la energía de radiofrecuencia, dirigida y pulsada, parece ser el mecanismo más plausible para explicar estas enfermedades”, y añaden: “Las radiaciones electromagnéticas han podido alterar la función cerebral sin causar ‘daños estructurales graves’, lo que explicaría muchos de los síntomas”.

Entretanto, un veterano en operaciones antiterroristas y antinarcóticos –que desempeñó un papel destacado en la caza de Osama bin Laden– ha sido elegido para dirigir un grupo de trabajo que investigue la causa de estas misteriosas enfermedades, de origen humano deliberado, tanto accidentales como intencionadas.

Volviendo a la cumbre que, en modo alguno, parece el lugar adecuado para abordar un asunto que causa problemas de salud y provoca recelos justificados, uno se podría hacer la pregunta:

Sigmund (Freud) ¿dónde estás cuando más te necesitamos?