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Carlos Fernández

¿Se nos morirá?

Razones por las que el asturiano debe ser oficial

Vaya por delante que estoy a favor de la oficialidad del asturiano y de la fala. No quiero hacer trampa. Abundan las opiniones para bien y para mal, aparentemente resultado de análisis fríos, imparciales. Pero sucede que los humanos no funcionamos de manera racional, sino por sentimientos. Y para defender nuestra posición usamos un truco: buscamos las razones que nos permitan llegar a la idea que ya tenemos de mano. Así de simple.

¿Se nos morirá?

Del lado conservador, dejando aparte comentarios extremos del tipo “nos van a obligar a todos a aprender Asturiano, que no habla nadie”, desbarre en el que no merece la pena entrar, hay tres ideas de interés: el coste de la operación, el equivocarse de idioma, debiendo dedicar esas horas lectivas al inglés en lugar de al “bable” (esa palabra resucitada), y el peligro del virus del nacionalismo, mal que tristemente ya ha enraizado en otros territorios, con los problemas que se derivan.

Permítanme defender mi punto de vista. Los nacionalismos –todos– no tienen nada que ver con el amor a la tierra; son una pulsión básica, facilona, del ser humano, que nos reconforta al hacernos creer que somos más grandes, más guapos, mejores que el vecino, cuando en realidad somos iguales a él. El riesgo en Asturias es pequeño; los partidos nacionaliegos, que los hay, no sacan más que un cestín de votos; esa vaca no da leche, y la inmigración –minas y siderurgia– y la emigración –América y Europa– nos han hecho abiertos, y es una de nuestras características más benéficas incluso económicamente: el visitante se encuentra bien entre nosotros. Y no solo por la fabada. Algo que no nos conviene perder.

El otro motivo, “que estudien inglés en lugar de bable”, es un error de concepto, pues el asunto no va de idiomas sino de raíces. Exageremos el término para entenderlo mejor: no se puede derribar Santa María del Naranco para hacer adosados, aunque lo práctico, eso que tanto gusta, sería aprovechar ese magnífico solar tan bien situado y ocupado por una edificación que no permite ningún uso, para “crear riqueza”. Por otra parte, siempre hay tiempo para estudiar inglés, soldadura, o lo que sea.

En cuanto al coste de la operación, sabemos algo. Ciertos Ayuntamientos otorgaron en su día el carácter de oficial al asturiano, que fue flor de un día, como saben. En Langreo, donde yo trabajaba, se creó un puesto de trabajo con la función de aclarar las dudas gramaticales que se podrían plantear en los escritos a redactar en asturiano que, seamos sinceros, poco trabajo costaba pues todos hablaban “amestao”, pero sin hábito en la escritura, de ahí su papel. Sí hubo problema con algunos compañeros que aducían no entender el asturiano, pero lo hacían por razones ideológicas, o de clase: “hablar asturiano es de aldeanos”, que ese es el meollo real de la cuestión.

El coste económico en Langreo fue imperceptible: un sueldo entre 500. Pero este asunto del dinero dependerá del nivel de imposición de la lengua. Si va a ser obligado que en cada acto de la Administración haya un traductor –plenos, comisiones– la cosa se complica. Si no se controla podría llegarse a la situación vergonzante del Senado. El desconocer los términos de la llamada “oficialidad amable” hace que muchas personas se muevan en la duda, y los contrarios a la oficialidad tienen en este silencio del Gobierno un fuerte punto de apoyo que sería preciso resolver.

Por cerrar el tema económico: el Gobierno del Principado, que no tiene dinero para resolver la carretera a Pesoz, va a lanzar un satélite al espacio. No he visto a los contrarios a la oficialidad decir nada sobre esto. Luego no es la economía, sino la ideología, ese gran cáncer que corroe a las sociedades, lo que marca las posturas en el tema de la oficialidad.

Yo soy proclive a ella por dos motivos; uno estrictamente práctico, de justicia, y nada ideológico: la obligación primera de los miembros del Gobierno del Principado y la Junta General es la defensa honesta de los asturianos. Desde el momento en el que otras comunidades autónomas exigen el dominio de sus lenguas propias para opositar a cualquier plaza, medida de carácter claramente ventajista, a Asturias no le queda otra que hacer lo mismo. En caso contrario, nuestros políticos, que hemos elegido para que nos defiendan, estarán condenándonos a seguir en una situación de absoluto atropello. Serán ellos, no los gobernantes de otras comunidades, los que nos hagan españoles de segunda. Esa es la realidad, sin ideología ninguna.

El segundo motivo es porque se nos muere. Vamos al dato: mis abuelos hablaban un buen asturiano. Mis padres intentaban un castellano pedregoso. Yo hablo castellano, y con mi gente amestao. Mis hijos solo castellano…

Un último apunte: la crítica al Asturiano “artificial”. Dejemos de lado lo obvio, la lengua “normalizada” se da en todos los idiomas (el castellano de la Real Academia), algo diferente de la hablada, con sus modismos (el castellano en Cuenca, Las Palmas o Cádiz). Pero vayamos a la realidad en nuestro caso: en fechas recientes se ha publicado la Biblia en asturiano “normalizado”. Disfruto leyéndola como qué. Las historias del Antiguo Testamento no las ha superado Spielberg ni la defensa del pueblo llano por el Hijo del carpintero el mismísimo Mújica, pero sobre todo porque está escrita en el asturiano de mi infancia –la época que modela a la persona– en la forma de hablar en casa de los abuelos –nada sospechosos de ser de “los de la Llingua”–, en los recuerdos que solo morirán cuando yo lo haga. ¿Qué les parece leer a San Pablo en asturiano normalizado? Verán que hablar de lengua artificial es otro desvarío más sobre este asunto, y que merece la pena luchar por este tesoro: “L’amor ye daqué sufrío, bondoso, nun tien envidia, nun s’allaba nin s’enchipa, nun ambiciona nin busca lo propio, nun s’enfada, nun lleva cuenta del mal, nun s’allegra de la inxusticia; présta-y la verdá, pásalo too, créelo too, espéralo too, aguántalo too. L’amor nun muerre enxamás”.

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