La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Junceda

Con los pies en la tierra

La visión de Asturias de Juan Luis Rodríguez-Vigil

En Cataluña suelen referirse a sus esencias con expresiones idénticas a las de cualquier otro lugar. Tengo escuchado allí que son dados como nadie a “tocar de peus a terra”, que es lo que podría sostener cualquier otro español si considera que actúa con los pies en la tierra, con realismo y sensatez. Otra frase recurrente es “pal de paller”, que aquí podríamos traducir como vara de hierba o poste alrededor del cual se amontona la morena de paja. El mismo sentido figurado de piedra angular que le dan en Cataluña para apelar a tradiciones e instituciones propias cabría aplicarlo en más sitios, sin que tampoco exista en este caso singularidad digna de mención.

Esto me vino a la cabeza tras asistir a la conferencia de Juan Luis Rodríguez-Vigil en el RIDEA sobre el futuro de Asturias, en el marco del ciclo organizado con motivo del septuagésimo quinto aniversario del Real Instituto. Y lo volví a recordar al leer el texto de su disertación, cuyo amplio resumen fue publicado en estas mismas páginas.

Vigil opina como los catalanes dicen que hacen: con los pies en la tierra y sin perder de vista los puntos neurálgicos por los que pasa nuestro presente y futuro. Diré de todas formas muy bajito que me parece que Juan Luis razona bastante mejor que ellos, a la vista de los resultados de su evolución en los últimos años, alejada del sentido común más elemental.

Desde luego, quien considere que nuestra región no tiene remedio es que no se ha leído a Rodríguez-Vigil. O no lo ha entendido. No hay renglón de su exposición que no contemple un programa de actuación. Su completa disección del Principado comienza y finaliza apelando al principal objetivo que debiera guiarnos: prestar especial atención a quienes generan riqueza, trabajo e innovación, que son las empresas, huyendo (sic) de esa “economía y la cultura del carbón y la tonelada, sobremanera de la que lleva aneja la práctica normalizada del subsidio y el sindicalismo más o menos inspirado en el villismo”. Esto recuerda bastante al célebre discurso que hace casi nueve décadas pronunció Ortega en el Campoamor, en el que afirmaba que “la política de Asturias es una pululación de mínimos y tristes caciquismos: el reparto arbitrario de favores, los pequeños chanchullos”. Como puede advertirse, sí hay males que cien años duren. Y los que hagan falta.

Vigil, con Ortega, coincide en nuestra irrelevancia en el contexto nacional, tanto desde la óptica financiera como de influencia, que es donde arrancan no pocos de nuestros problemas. Pero, a diferencia de hace un siglo, esta intransitividad no es tanto interna como estatal, ya que la democracia española se ha convertido ya en una selva en la que se impone la ley del más fuerte, que es el que cuenta con votos decisivos en esa nueva cámara de representación territorial en que el actual gobierno ha convertido al Congreso para su supervivencia, haciendo añicos el principio de solidaridad interregional.

Pero también aprovecha el que fuera presidente para alertar de la tragedia demográfica que continúa imparable entre pías intenciones y escasas medidas. El desértico “Sahel” asturiano se extiende hoy a cerca del sesenta por ciento de nuestra superficie, habitado por apenas el ocho por ciento de la población, unas catastróficas cifras que nos colocan entre las zonas del planeta con peor pronóstico vegetativo. Para atenuar este desastre, Vigil apuesta por diversas fórmulas concretas que podrían revertir la situación, como la extensión de la banda ancha por el mundo rural o inaplazables modificaciones legales vinculadas al sector primario y secundario, así como la urgente modernización de las estructuras administrativas.

Estas propuestas bien merecen llevarse a la práctica. Y agradecerse. Lo que está claro es que los graves retos de Asturias no pasan por permanentes poses ni por el uso desmedido de las redes para hablar en términos amables sin decir ni hacer nada. Son estos tiempos de hechos, no de palabras. De obras, no de tuits. De poner los pies en la tierra, en definitiva.

Compartir el artículo

stats