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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

Spanish Fiesta, leyenda y ocaso

Ya circula por internet, saltando de teléfono a teléfono y de red en red, el tráiler promocional de “Más moderna que Londres”, un largometraje documental sobre la movida de los ochenta en Vetusta. Un trabajo que combina investigación y nostalgia recopilado y filmado por Iván Martínez y Carlos Navarro. El adelanto de esta cinta, cuyo estreno está previsto para la primavera, ha levantado gran expectación entre muchos de nosotros. Sobre todo aquellos que estuvieron allí y otros que escuchamos esas historias pero llegamos tarde. Nos ha dejado muchas ganitas de disfrutarla completa cuanto antes.

Spanish Fiesta, leyenda y ocaso

Por lo que nos han dejado ver en este avance, el docu tendrá formato de entrevistas con testimonios de algunos ilustres de aquella época dorada. Nombres como Yolanda Lobo, Jorge Martínez, Miguel Munárriz, Cabrero, Matías y Antonio Masip, que era alcalde y parte, como Tierno Galván en Madrid. Introduce la idea de una urbe que se transformó con un movimiento complejo y variado, que fabricó un tejido cultural del que todavía disfrutamos. Una época dorada de creatividad, de curiosidad, una generación inquieta.

Yo, que soy un poco más joven, me considero heredero de aquel movimiento. Pertenezco a la generación de niños teleadictos que no teníamos edad para salir de noche todavía, pero sí para colgarnos de “La bola de cristal” o del “Planeta imaginario”. También me dejaba fascinar por las historias que escuchaba a los chicos mayores sobre noches infinitas, hazañas descaradas, bailes locos, tribus urbanas, hombreras desproporcionadas y pelos desordenados.

Precisamente esas noches se convirtieron en la seña de identidad de todo aquel pundonor juvenil de la joven democracia. La cultura de los pubs, la música y la nocturnidad dieron un espacio propio a esa escena de vanguardia. El Rosal, Besada, las discotecas, un Oviedo Antiguo que era solo para valientes, que ganaba la batalla metro a metro frente a los yonkis y las prostitutas que lo monopolizaban. Locales icónicos cuyos nombres aún permanecen en nuestros recuerdos y que le daban color y brillo a una ciudad gris a la luz del día pero de madrugadas luminosas.

Esos bares competían entre sí por tener el nombre más original, la decoración más estrafalaria, los camareros más refrescantes. Pero sobre todo intentaban diferenciarse por la música que ofrecían en una época en la que la música se compraba disco a disco. Los pinchadiscos tenían lo que tenían, y eso no era una carencia, sino motivo de orgullo. No existía Spotify para hacer peticiones a la carta, pero sí había un criterio, un discurso diferencial. Esa mística me atrapó de tal manera que hice de ese tipo de vida mi profesión. Quise ser ese maestro de ceremonias, ese catalizador del ocio capaz de crear un microclima propiciatorio. Ser un fabricante de recuerdos buenos. Ha sido un camino muy bonito que no me arrepiento de haber tomado.

Hoy en día el ocio nocturno no tiene tanto de movimiento social y cultural, pero sí forma parte del código genético de la Marca España. La Spanish Fiesta, esa manera de divertirse que consiste en buscar los amaneceres en la calle, circulando de garito en garito, cantando y bailando, es conocida en todo el mundo y, en muchos sentidos, inimitable. En nuestra ciudad hace años que esto se aglutina en el casco histórico, ya que los vecinos de los cómodos barrios del centro no eran amigos de encontrar su coche con una veintena de vasos de tubo (y otros tantos culos) apoyados sobre su capó, poniendo a prueba la suspensión y la pintura metalizada de su vehículo. El Oviedo Antiguo dejó de ser un territorio marginal para ser un barrio tranquilo entre semana pero una explosión de alegría las vísperas de fiesta.

Hoy, sin embargo, tengo la impresión de estar asistiendo al ocaso de esta forma de vida que nos pertenece por herencia. Fenómenos como el botellón, la globalización del ocio y, sobre todo, la pérdida de intimidad que suponen los smartphones y las redes sociales son algunos de los principales motivos. Antes lo que pasaba en la noche se quedaba en la noche. Hoy esos secretos son tendencia a la mañana siguiente.

Estos últimos días el ocio nocturno vuelve a estar en el candelero, señalado de nuevo dentro de las restricciones sanitarias más severas. Cada vez hay más normas, cada vez son más difíciles de aplicar y, lo que es más raro, alguien ha entendido que los responsables de hacerlas efectivas en la calle son los empresarios hosteleros. Estos, azuzados por una presión policial sin precedentes que se ejerce directamente contra ellos, han pasado así de agentes propiciatorios de ocio a molestos vigilantes forzosos. No estoy seguro de que sea su responsabilidad. Lo que se les pide va contra natura.

Pero no me quiero desviar más. El documental de Navarro y Martínez sobre una época que merecía ser recopilada está a punto. Confío que no termine siendo el testimonio de algo pasado y que los bares de copas no se extingan como los linces ibéricos. Que la noche vuelva a ser la patria de las relaciones sociales, de conversaciones imposibles, de anécdotas inolvidables, de nuestras mejores sonrisas y nuestros más sonados ridículos. Pido perdón a quien le ofenda que considere esto como cultura. En nuestra sociedad todos hemos salido un poco. Algunos, de hecho, lo hemos salido todo. Hemos aprendido a relacionarnos así, nos ha ayudado a forjar nuestro carácter. Es nuestra historia y su germen queda ahora documentado en “Más moderna que Londres”. Eso sí, contado como un cuento porque lo que pasó de verdad solo lo saben ellos.

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