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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Del “nin te muevas” al “quita p’allá”

Controversias e incongruencias de las medidas contra el covid

¿Se acuerdan de cuando no podían salir de casa por la pandemia, tan solo a comprar, y les registraban la bolsa por si lo había hecho de verdad? ¿De aquellos tiempos posteriores en que sí podían salir, pero sí por tramos horarios según la edad? ¿De la época en que estuvieron cerradas las empresas porque solo se podían realizar determinadas actividades?

Bien, dirán ustedes, pero eso era en aquellos largos meses en que no estaba vacunada una gran parte de la población. De acuerdo, pero vengan ustedes más acá, a los días previos a las Navidades, sí, previos. Recordemos: si uno tenía síntomas de contagio debía realizar una PCR y, en caso de ser negativo, recluirse en casa, y, dentro de casa, aislarse de los demás habitantes de la misma; y debería hacerlo durante diez días, dar noticia de sus contactos inmediatos y no volver a salir hasta no tener una PCR negativa. Y dar noticia de todos sus contactos. ¿Lo olvidan? ¿No, verdad?

Y la misma víspera de la Pascua, cuando toda España corrió a comprar pruebas de antígenos, todos nos repetían lo mismo, desde los expertos a la ministra de Sanidad: “Los test de antígenos no son de fiar, pueden provocar una falsa sensación de seguridad, pues podemos estar infectados y no dar positivo”. Todos. Advertencia universal y machaconamente reiterada.

Pues bien, han pasado pocos días, una semana escasa, y hete aquí que el SESPA va a poner en marcha un par de puntos (en Uviéu y Xixón) para realizar test de antígenos, más rápidos y más baratos; eso sí, cuando los manden los médicos de atención primaria (con los que es imposible conectar a ninguna hora, salvo personándose en los centros de salud y esperando largas colas). La cuarentena para los infectados ha pasado de diez días a siete, y si usted no tiene síntomas en los tres últimos días, no hace la segunda PCR. Y mientras algunas comunidades pretendían seguir poniendo en cuarentena cualquier contacto estrecho de un contagiado, se ha decidido no hacerlo con ellos si es que están vacunados. Lo mismo ocurre con el rastreo de contactos: se ha abandonado en la práctica y se deja la cuestión en manos de la prudencia y la sensatez de encovidados y contactos. En todo caso, anoten ustedes la recomendación más reiterada, una y otra vez, “no llamen a su centro de salud para casi nada”, ni bajas laborales, ni sospechas, ni peticiones de pruebas, ni… Nada, salvo en caso de síntomas muy graves. Pero es igual que llamen, nunca contestará el teléfono por estar siempre ocupado.

¿Las razones? Parecen y se aducen estas: la pandemia está descontrolada por el número de casos y es inabordable. Los centros de primaria están colapsados. Se teme dañar gravísimamente la economía. Lo ha dicho Pedro Sánchez en su última alocución: “Hay que convivir con el virus”. Sobre esas realidades se construyen una serie de argumentaciones basadas en medias verdades científicas, que, en cuanto que no son certezas, son simplemente falacias. La primera, que la variante ómicron, si bien más contagiosa que la delta, es menos dañina. Hace un mes se decía exactamente lo contrario. En todo caso, puede que su menor gravedad se deba a las vacunas y no a ella misma, sin olvidar que el crecimiento exponencial de esta sexta ola se debió inicialmente a la delta y no a la recién llegada. En concreto, en el momento del “quita p’allá” de la última semana, delta constituía el cincuenta por ciento de las infecciones.

Paralelamente a este supuesto reciente de la menor gravedad, corren otros que son más deseos que certidumbres: que esta variante ha venido para ser la triunfadora definitiva (lo que implica que no aparecerán otras) y que se instalará, con su menor gravedad, como un virus permanente, una especie de gripe (que, por cierto, ¿úla?, por segundo año consecutivo, sin que nadie haya sido capaz de explicar su ausencia en relación con el covid). Finalmente, que hacia mediados de mes disminuirá la cifra de contagios, con lo que, tal vez, no se saturen los hospitales como ya lo está la atención primaria.

Las mascarillas y el disparate del pasaporte covid.

El Gobierno central y los autonómicos han tratado de compensar esta restricción de medidas con dos muy discutibles, la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores y la exigencia del certificado de vacunación para acceder a determinados sitios. En ambos casos, la utilidad es dudosa, en el primero porque es difícil contagiarse al aire libre; en el segundo, porque el vacunado puede contagiar igual, aunque el que lo esté aporta una cierta seguridad (una cierta probabilidad de no hacerlo) y, como efecto colateral, ha empujado a vacunarse a muchos que no lo habían hecho antes.

Ahora bien, la exigencia del certificado ha causado problemas en muchos sitios al ser requerido. Aparte de lo que hayan leído en las redes, yo personalmente he visto llamar “franquista” y “dictador” en dos casos a hosteleros que lo pedían; del mismo modo, he contemplado cómo hubo que impedir la entrada en sendos establecimientos a personas de edad, una de ellas en silla de ruedas. Y es que aquí, como en tantas ocasiones, nuestros políticos legislan “con las témporas”, según he dicho muchas veces, con un profundo desconocimiento de la realidad. Han partido de la idea de que todo el mundo dispone de un teléfono inteligente o un ordenador, y que sabe moverse en el mundo digital. ¡Con lo fácil que hubiera sido eximir del pasaporte a los mayores de sesenta o setenta años, por ejemplo, que son, por cierto, quienes tienen las dosis más altas de vacunación!

Porque ello no solo ha causado molestias y disgustos a los ciudadanos, sino que ha colapsado los centros de salud y sus teléfonos, con colas y colas de personas demandando ayuda para hacerse con el dichoso certificado o telefoneando insistentemente sin respuesta.

Pero, en fin, estos son nuestros cráneos privilegiados.

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