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Xuan Xosé Sánchez Vicente

¡Fuera del espacio público!

La marginalidad y marginalización del asturiano

Un niño en la radio. “Aquellos eran Reyes Magos de mentira, porque hablaban asturiano, que no es una lengua permitida. Todavía, si fuese catalán en Cataluña, que sí lo es, o el castellano que hablamos en toda España”.

Es evidente lo que dice el infante: aquellos Reyes no es que “hablasen mal”, es que hablaban lo indecible, lo que no se puede utilizar en el espacio público, en consecuencia, su hablar delata su progenie: son falsos.

Es difícil encontrar una muestra más fehaciente de lo que está en debate con la cuestión de la oficialidad: la exclusión de la lengua asturiana del espacio público, del espacio de lo decoroso, su marginalidad (actual) y marginalización (ad aeternum).

Las numerosas voces contra la oficialidad del asturiano, pretiriendo algunas chocarreras, insultantes o pintorescas, tienen unos cuantos argumentos: su costo en dinero, el peligro de un nacionalismo excluyente, la pretendida multiplicidad dialectal y la imposibilidad, por tanto, de una transcripción coherente (¿). Pero ya argumenten así desde la racionalidad o solamente desde el prejuicio o la manía, que de todo hay, el objetivo y las consecuencias de su postura son siempre los mismos: la voluntad de excluir el asturiano del espacio público, con dignidad y posibilidades parejas a las del castellano.

El mozo, que repite lo que oye, realiza una inferencia impecable: “Si no es bueno, no puede ser usado por los buenos; y si se usa en el espacio público, donde solo puede enseñarse lo decoroso, es que sus usuarios no tienen la autenticidad para hallarse en él”.

Otro ejemplo de estos días. La consejera de Educación, doña Lydia Espina, persona de larga trayectoria política, miembro de un partido que dice apoyar la oficialidad, hablante ella misma de asturiano, jefe de docentes que enseñan asturiano en escuelas e institutos. La entrevistan. “Los nenos”, dice, y corrige: “Perdón, los niños”.

He aquí otra vez lo mismo: fuera el asturiano del espacio público, del espacio del decoro y la dignidad. Si en el caso del chico era él quien censuraba y excluía en la práctica a los Reyes, es ahora la misma consejera quien se expulsa a sí misma. Son los demás, a través de la conciencia de la exigencia social del decoro, quienes la obligan a borrar sus palabras de ese espacio. Y fíjense, no es un discurso en “asturiano académico”, es una simple palabra: eso es lo que se margina “de los salones nobles sociales”, cualquier manifestación de lo nefando.

¿Entonces para qué dicen que vale “el bable” quienes afirman que lo aman y que tiene su sitio? Pues para contar chistes. Aquel, por ejemplo, en el médico.

–¡Ai!, dotor, el mio paisanu carez de la cabeza.

–Será acéfalo.

–Serálo mui guapamente.

Para eso, para que el doctor, el contador y los oyentes se rían; en su ignorancia, por cierto, de que la señora habla correctamente, porque “padecer” es lo que significa “carecer” en asturiano. Son ellos los que son ignorantes, pero como la lengua del espacio público decoroso es únicamente para ellos el castellano, la esposa del paciente habla risiblemente.

O aquello otro que tantos amigos de los bables y, al menos, dos tribus universitarias antioficialidad (digámoslo claramente, antiasturiano) repiten con frecuencia: “–¿Ú ta pá? –Pá ta pa Ponga. –¿Ú ta ma? –Ma ta pa Tubongu”. Como si fuese una lengua de salvajes. Lo que provoca no solo la risa, sino la justificación de su marginalización.

A fin de cuentas, burla y marginalización, que se ha hecho y se hace en todo el mundo con las lenguas de los que se tienen por inferiores o que arrastran al presente esa condición, lo que han hecho teatro y villancicos castellanos del XVII y XVIII.

Como nos ejemplifica una profesora universitaria de origen alemán que, sobre incluirse en la estirpe buenista, se manifiesta contra la oficialidad del asturiano en LA NUEVA ESPAÑA del 3/1/2022: “En la escuela primaria (en Alemania) aprendemos el estándar y en el Instituto, a veces en plan de cachondeo, hablábamos en nuestros dialectos. En los bables de mi región no hay ninguna academia de la lengua, ni se estudian, ni hay idea de implantarlos en el colegio, ni voluntad política de fomentarlos. Todo lo contrario. Los bables alemanes solo se usan para el humor, para Carnaval”.

Pues como siempre, señora, como siempre: exclusión del espacio público, risa y marginalización. Es esa la única y verdadera pelea. Pero el excluirse del espacio público los hablantes, como afirma la citada docente, no es el producto de la exclusiva voluntad de los mismos, sino de la presión (actual e histórica) sobre su lengua y contra ellos. Que se lo pregunten a doña Lydia Espina.

Algunos le ponen la etiqueta de “diglosia”.

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