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José Luis Salinas

Manual para saber conspirar

Así se hace popular una teoría conspiranoica

Formar grupos es tan natural para los seres humanos como respirar. Es importante elegir bando ya desde bien temprano, por eso de no quedarse descolgado. Y los hay de todo tipo. Los hay que son de un equipo de fútbol porque creen que representa una serie de valores alineados con su personalidad, los hay que defienden a muerte a un partido político porque consideran que su ideario está acorde con sus valores, hay tribus urbanas, ligadas con los géneros musicales... La cuestión es estar bien alineado. Donde sea. Lo retrata, con un estilo un tanto tosco y muy masticado, la película “No mires arriba”, porque no hay grupo sin conspiración. Ser diferente está prohibido.

Eso sí, también hay grupos raros. Hay uno, muy popular, que considera pese a todas las evidencias científicas que la Tierra es plana –como si más allá de Finisterre hubiera un enorme precipicio–; existe incluso una religión cuya única gracia es la de colocarse un escurridor de pasta en la cabeza (el pastafarismo), y los hay que consideran que las vacunas vienen equipadas con un microchip fabricado por el mismísimo Bill Gates. Como si no controlaran ya hasta el último de nuestros pasos con el móvil que va siempre en el bolsillo, y como si tuviéramos una vida interesante. Hay todo un arsenal de teorías de la conspiración ahí fuera, como dirían en “Expediente X”.

La pandemia del coronavirus ha exacerbado esa diferencia grupal, cada vez más patente en las redes sociales, en las que los usuarios tienden a construir burbujas para poder moverse solo en comentarios o reflexiones acordes con sus creencias o valores, como si lo diferente molestara. Los grupos tienen a pensar de forma unitaria, sin fisuras y sin equidistancias. Pero la discusión, aunque pueda parecer actual, no es nueva. Ya Carl Jung, discípulo de Sigmund Freud (aunque luego acabaran enfadados, pero esa es otra historia), sostenía que existía un inconsciente colectivo. Una especie de conciencia global que pone de manifiesto que las experiencias pasadas han tenido una influencia determinante en el modo de vida actual. Solo que ese inconsciente colectivo ahora se cuenta por cientos, por miles.

El grupo ayuda a reforzar las teorías conspiranoicas. En un conocido estudio realizado en la vecina Francia por los psicólogos Serge Moscovici y Marisa Zallavoni se tomó a un grupo de sujetos y se les preguntó sobre su opinión sobre el presidente de Estados Unidos. Por lo general, en privado las respuestas fueron contenidas. Los investigadores juntaron en una sala a los que habían expresado una opinión contraria hacia el mandatario americano, aunque hubiera sido tibia, y el resultado fue sorprendente. Aupados por el grupo, los descalificativos subían de tono y la vehemencia ganaba espacio. La gran mayoría, a la hora de comportarse en público, suele usar lo que se conoce con el nombre de principio de la evidencia social. Es decir, hay que hacer lo que haga la masa, aunque sea el ridículo.

Las ideas conspiranoicas son una forma de moldear y dar sentido a un mundo difícil de entender. Es una forma de darle una explicación a la realidad, basada en experiencias propias y reforzada por el grupo. Todo el mundo, por lo general, alberga alguna idea que es falsa, que no se corresponde con la realidad. En algunos casos son cuestiones sin mucha importancia como pensar que la capital de Australia es Sídney (es Camberra), pero otras veces es ser tierraplanista. El problema es que esas creencias son difíciles de desterrar porque quien las sostiene ha hecho un esfuerzo previo en construir esa realidad. Y también porque siempre encontrará un grupo, por minúsculo que sea, en el que reconfortar sus equivocadas ideas.

Las teorías de la conspiración también dan a sus poseedores una sensación de seguridad y de reforzamiento en su acomodativo estilo de vida. Consideran que tienen el control sobre situaciones complicadas. Por ejemplo, aquellos que niegan el cambio climático siempre encontrarán argumentos por parte de políticos para evitar hacer los sacrificios en su día a día que las evidencias científicas les obligan. También en internet encuentran respaldo para reafirmar sus teorías. Mucho. Allí el grupo se hace manada. Pero esto ya ocurría antes de que existiera internet, igual que las noticias falsas (recuerden a Ricky Martin y la mermelada), solo que ahora hacen piña más rápido, les es mucho más fácil juntar ideas de lo más absurdas de forma instantánea. Y pueden hacer la prueba con cualquier teoría que se les ocurra.

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