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Nandín

En recuerdo de Fernando Tomás Fueyo Gómez, fallecido el pasado 4 de enero, peculiar personaje y gran ilustrador de la naturaleza

Fernando Fueyo

Muchos buenos amigos de Fernando Fueyo, a quien la vida terrenal le abandonó el pasado 4 de enero, han escrito sus recuerdos siempre afectuosos sobre las relaciones mantenidas a los largo de la vida con Nandín, aquel niño asturiano nacido en el Val d’Arán, en la trágica postguerra española, cuyas lágrimas y otros humores infantiles viajaban Garona abajo hasta llegar al Atlántico. Él decía que las primeras palabras que escuchó, aparte de las de su madre y algún otro familiar, estaban pronunciadas en aranés.

A lo largo de muchos años nuestras relaciones han sido intensas, afectuosas, tiernas, sinceras y –las menos veces– de desesperación por mi parte, dada su concepción del tiempo, los plazos y sus compromisos profesionales. Por una confianza mutua, muchas veces me narró los grandes hitos de su vida con el fin de darme pistas para las presentaciones públicas que tantas veces me pidió que le hiciera.

Entre su período leridano y sus vivencias llaniscas, bajo la tutela de una abuela generosa y muy valiente, pues su madre tuvo que emigrar a Alemania para poder subsistir y mantener a la familia, nunca me comentó absolutamente nada, como si hubiera borrado todo de sus recuerdos. Años infantiles en Llanes, de escuela, juegos y comunión con la naturaleza, abrazado a los viejos castaños en sus correrías con vestimentas de piel de tasugo (melandro, melón o tejón) o de saco de arpillera confeccionadas por su abuela, decía.

Muchas de las veces que le presenté en actos públicos, sobre todo ante un público infantil entusiasmado con él, les decía que Fueyo niño era “delgadín, con unas piernucas como palillos que salían bajo la piel del tasugo y los pantalones de arpillera, pero con su cabeza señorial con el pelo blanco y la abundante barba blanca que todavía conservaba”. (A mí siempre me recordaba el retrato redivivo de Walt Whitman, el poeta que se cantaba a sí mismo). Ni que decir tiene que las carcajadas y aplausos entusiasmaban a Fernando que continuaba la broma embelesando a la concurrencia con su verbo fluido y su entusiasmo por la vida que nos rodea.

El “ex libris” que Fueyo hizo para Víctor Vázquez.

Otros hitos de su vida que le gustaba que recalcase en sus presentaciones era su viaje a Alemania, a Düsseldorf, a visitar a su madre, descalzo y bohemio, alpargatas al hombro y recorriendo mundo en 1968. Siempre comentó que en París, en el mayo francés, no se enteró de nada que no fuera arte pues no tenía tiempo para nada más. Pienso, como bien comenta Juan Carlos de la Madrid el pasado día de Reyes, elogiosamente y en estas mismas páginas de LA NUEVA ESPAÑA, que Fernando era un gran mentiroso que mentía tan bien que se creía sus propias mentiras porque siempre resultaban ciertas. “Si non e vero e ben trovato”, pero es difícil creer que no hubiera advertido nada extraño en aquel mayo francés, salvo que no estuviera allí.

Con el tiempo y a propuesta mía, Fernando fue admitido como miembro correspondiente del RIDEA, y en el folleto de la exposición “El sueño de los árboles” que presentó en nuestro instituto finalizando 2016, escribí un pequeño texto que titulé “La sombra de un hombre bueno” y, cómo no, el director me encomendó la responsabilidad de presentar su figura artística y personal por enésima vez.

Su retrato de “Yumper”

La conjura de El Puntal

A punto de finalizar el año 2001 fallecía Alfredo Noval dejando en orfandad a numerosos ornitólogos y naturalistas asturianos que se habían formado a su sombra o, simplemente, con la lectura de sus libros. En aquellos años me encontraba integrado en el gobierno asturiano como Director General de Recursos Naturales y Protección Ambiental. Tras una llamada telefónica a uno de sus primeros discípulos-amigos, Roberto Hartasánchez, para consultarle su parecer sobre la organización de un homenaje a Alfredo y tras hablar con su gran discípulo y admirador, Luis Mario Arce, convoqué un almuerzo en El Puntal, para plantear mi idea y ver las posibilidades de llevarla a cabo. Además de los citados, allí acudieron Javier González, amigo y director entonces de la Fundación Oso de Asturias, y uno de mis grandes amigos y colaborador en esa época, el biólogo Fernando Jiménez Herrero, fallecido prematura y desgraciadamente en marzo del pasado año.

Allí acordamos realizar una consulta a la familia para pedir su autorización para organizar una exposición itinerante y publicar un libro homenaje en el que se recogieran sus aportaciones a la ornitología asturiana y su biografía como investigador. Roberto habló con Sergio Noval, Luis Mario aceptó el reto de escribir el libro, Javier y Fernando en preparar y ejecutar los aspectos administrativos y económicos del proyecto y yo en hablar con la Sociedad de Ciencias Aranzadi de San Sebastián para invitarlos a sumarse al homenaje, pues Alfredo había iniciado sus trabajos científicos en su sede dado su trabajo profesional en Fuenterrabía.

Las piezas encajaron y aunque no recuerdo bien como se incorporó Fueyo y ahí, en ese momento, fue como tejimos nuestra profunda amistad. Fernando realizó dos retratos de Alfredo, uno, que ilustra el libro de Luis Mario, se utilizó también como banderola para presidir la exposición que inauguramos en el patio del Palacio del Conde Toreno, sede del RIDEA, en Oviedo, por la que pasaron cientos y cientos de personas, y el otro que se incorporó a los paneles de la exposición. (Ciertamente, años después, nunca pude comprender cómo es que Fernando Fueyo, en esa ocasión, haya cumplido sus compromisos en tiempo y forma).

La exposición sobre Alfredo Noval, “Una vida dedicada a las aves”, consolidó la amistad entre todos sus promotores y con ella viajamos a San Sebastián, en octubre de ese año 2002, a la sede de Aranzadi y más tarde al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Nunca olvidaré esos viajes y mis vivencias con Fernando visitando Irún y Villafáfila. De aquellas relaciones, Fueyo fue requerido por la sociedad científica donostiarra para realizar algunas ilustraciones de sus hallazgos prehistóricos.

El dibujo de un lobo con el que el artista obsequió al autor de este artículo.

Un ástur en el templo del Druida Arsuaga

El pasado 6 de enero, en las páginas de LNE, un gran y entrañable amigo, Juan Luis Arsuaga, hablaba de Fueyo, admitiendo que no sabría decir ni cuándo ni en qué circunstancias conoció a Fernando. Ciertamente es que ambos sabían del otro tiempo atrás del presente siglo, pero es legítimo que reivindique la unión de mis ambos, queridos y admirados amigos.

Con motivo de la exposición “Los cuadernos del naturalista”, promovida por Juan Luis y presentada por Fernando en Burgos a finales de 2005, publiqué en su catálogo un pequeño texto que llevaba por título con el que he iniciado este apartado. Permítanme, lectores, la impudicia de reproducir una parte en aquel artículo:

“La presentación pública del libro de Nuria García, sobre los Carnívoros fósiles de la Sierra de Atapuerca, publicado por la Fundación Oso de Asturias, y la posterior celebración, propició mi mediación en la conjunción de Fernando Fueyo y Juan Luis Arsuaga. Ambos sabían del otro. El resto no se hizo esperar: ¡se hicieron incondicionales!

Nunca sabré si los hallazgos de la sima de los huesos emocionan a Juan Luis tanto como los dibujos de Fueyo. Ni si Fernando habrá sido tan feliz realizando un trabajo, como imaginando la evolución de los seres vivos bajo la batuta de Arsuaga. El círculo artúrico se cerró con la aparición del libro El mundo de Atapuerca, donde texto e ilustración se hacen uno, donde pincel y pluma se unen en íntimo pigmento caligrafiado, donde el templo del ser humano cobra sentido territorial, allí donde seguramente “Miguelón” se sentiría orgulloso de haber sido para que nosotros seamos.”

El acto se celebró en Oviedo, en el Hotel de la Reconquista y fue presentado por Herminio Sastre Andrés, seguramente el consejero del Gobierno asturiano que mejor supo comprender la importancia de la conservación de nuestro Patrimonio Natural y con quien tuve el honor de trabajar codo con codo.

A propósito de “Yumper”

Finalizaba 2010 y el día de Navidad, por la tarde, convoqué una reunión de unos pocos amigos, en La Fresneda, para hablar de una idea, que algunos estábamos discutiendo de algún tiempo atrás, para fundar y legalizar una asociación cultural para apoyar y dar a conocer a personas y colectivos merecedores de un reconocimiento público por los valores humanos que encarnaban.

Tras las consiguientes deliberaciones nació “Yumper, asociación cultural para la defensa de los valores humanos”, con la intención de otorgar anualmente los premios “Asturianos de braveza”, apropiándonos de un verso de Miguel Hernández de su poema “Vientos del pueblo”.

Allí estaba Fernando, integrándose en la primera junta directiva de la asociación y aportando la imagen de un pequeño perrín, que había plasmado con sus pinceles en un retrato realizado antes de la muerte del mismo, como galardón a entregar a las personas o entidades que fueran reconocidas como premiados a lo largo de los años.

A fecha de hoy, nuestra asociación ya ha otorgado 35 premios Yumper, y aunque Fernando ya no nos pueda acompañar físicamente, en el resto de actos de entrega durante los próximos cientos de años, su persona estará presente, aunque algunos ya hayamos caído en el olvido.

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