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José María Ruilópez

La tierra como identidad

El reciente conflicto de Kazajistán

Cuando la pandemia ya nos asfixia y entumece el cerebro con tanta información, bueno es hablar de otros asuntos, como por ejemplo: las revueltas populares en la ciudad de Almatí, antigua capital, centro cultural y económico de Kazajistán. “Stan” significa tierra y “kazakh” se interpreta como “hombre libre e independiente”. De modo que Kazajistán sería una tierra de hombres libres e independientes. Pero la situación de este Estado está comprometida. El presidente Kassim-Jomart Tokayev dio orden de “disparar a matar” a los manifestantes que atacaron Almatí, y a los que llama “terroristas, criminales y asesinos”. La escritora noruega Erika Fatland, buena conocedora del país asiático, ha dicho que “esta crisis en Kazajistán es un regalo para Putin”.

De hecho, Putin, envió 75 aviones de transporte con paracaidistas a Kazajistán, algo que el presidente de este país agradeció. Es como si se pone al zorro a cuidar de las gallinas que no ponen huevos. Es de esperar que la reacción del presidente kazajo no piense que el contingente militar ruso junto a otras ayudas de países vecinos va a ser gratuita. Todo hace indicar que los rusos llegaron para quedarse. Putin no soporta la merma del poder de Rusia en el contexto internacional tras el desmembramiento de la URSS, el acoso de la OTAN y las sanciones económicas a que está sometida su administración.

Kazajistán limita la norte con Rusia y al este con China, tiene 13.000 kilómetros de fronteras y 18 millones de habitantes. Malos vecinos cuando las ansias de los fuertes es aumentar su poder a base de doblegar la economía de los países fronterizos o quedarse con su territorio. Pero la tierra no sólo son extensiones de suelo dibujadas en un mapa. Es un conjunto de ciudadanos, de historia, de ancestros familiares, de lengua común y de intereses centenarios. Y eso lo saben bien todos aquellos que pretenden desmontar un estado censurando las redes sociales, porque la incomunicación es el arma más letal para las personas, que piensan en sus familiares que residen en otros lugares del país o del continente; y llevando a la población a las colas habituales, en estos casos, ante las gasolineras para huir a ninguna parte, como suele suceder, ante los bancos para recoger el dinero que es suyo por lo que pueda pasar o ya está pasando, o avituallarse de comestibles para no caer en la hambruna y salir adelante aunque la tierra que vayan a ocupar sea otra.

En estos conflictos las soluciones no vienen de los ciudadanos, sino de las organizaciones con intereses más o menos legítimos sobre los territorios en conflicto. Por una parte la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva) que lidera Putin, una especie de OTAN a la rusa, formada por varias república de la antigua unión soviética, y en el medio un país que sufrió lo que parece un golpe de estado ejecutado por diversos grupos para hacerse con el poder, mientras el gobierno actual está en un balance entre Rusia, los países occidentales, léase la ONU o la UE, y la potencia oriental, China. Lo que está en litigio es lo que los políticos llaman área de influencia, crear amigos por si acaso. Una tierra ajena pero con pretendientes internacionales. Que incluso ha puesto en alerta a los equipos ciclistas que patrocina y que llevan el nombre de su capital: Astana, al que perteneció el español Luis León Sánchez, y milita el colombiano Miguel Ángel López. Y de cuya estabilidad política puede depender el futuro deportivo de los dos equipos, el masculino y el femenino. Como cantaba Nino Bravo: “Dime de qué tierra vengo / si sientes lo que yo siento / ven y cántala conmigo”. Tras este conflicto, alguno espera cantar, pero victoria, no una melodía.

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