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Matías Vallés

El algoritmo daba perdedor a Nadal

El triunfo en Australia del tenista español

Rafael Nadal juega legítimamente en su propio provecho, pero la difusión planetaria de su peripecia sirve de modelo y de contradicción para las leyes imperantes. Por ejemplo, los finalistas en torneos deportivos y de cualquier otra especie serán elegidos pronto mediante imponentes valoraciones informáticas. Desde la resignación que Balzac llamaba el suicidio cotidiano, aceptamos que las leyes estadísticas dicten nuestro destino. Sin embargo, un algoritmo nunca hubiera permitido que el tenista mallorquín disputara la final de un Grand Slam. Al revés, le hubiera prohibido inscribirse en el torneo, como si fuera un Djokovic cualquiera. ¿Un anciano camino de los 36 años, fuera de forma, convaleciente de covid, escayolado durante meses, que no pisaba una pista en serio desde la pasada primavera? A jugar partidos del Senior Tour y gracias.

No estamos imaginando un escenario ficticio, el algoritmo daba perdedor a Nadal durante todo el partido. La transmisión sobreimpresionaba periódicamente los porcentajes de una victoria del mallorquín y del ruso. En los sets iniciales, la probabilidad del ganador de 21 Grand Slam se redujo al cuatro por ciento. Es decir, el poderoso sistema de acumulación de datos no mejoraba al forofo de barra de bar. No tomaba en consideración ninguna de las circunstancias que podían apuntar a un marcador reversible. Al empezar la quinta manga, y con la mayoría de espectadores ya convencidos de la victoria de Nadal, el ingenio le otorgaba solo un treinta por ciento. No cabe descartar que el partido del domingo sea anulado en el imperio algorítmico de años venideros, que decretarán la victoria del ruso porque la informática así lo ordenaba.

Los culpables no son únicamente las máquinas inhumanas. Nadal se ha sobrepuesto a expertos médicos, aunque en esta ocasión no eran epidemiólogos, que le negaban a su cuerpo una oportunidad a los casi 36. No interesa desquitarse de los especialistas desmentidos por Nadal, sino lamentar la suerte de quienes obedecieron el criterio restrictivo de estos negadores de oportunidades. La victoria es un fruto salvaje, los perdedores pastan en macrogranjas.

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