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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Confiablemente fiable, fiablemente confiable

Un lío lingüístico y otras píldoras

Pablo García

La vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, confesaba a mediados del pasado mes su esperanza de que el cambio en la dirección de Podemos Asturias mejorase las relaciones entre esa organización y los socialistas asturianos con el fin de que “la formación morada pueda llegar a ser un socio ‘fiable y confiable’ para el Gobierno de Asturias”. Al leerlo, me armo un lío lingüístico. La conjunción “y” se usa para unir palabras en concepto afirmativo, para sumar, que diría un parlamentario generoso (oxímoron). “Mañana llegan tu madre y tu padre”, por ejemplo. Pero ¿qué une en “fiable y confiable” teniendo en cuenta que son dos palabras que significan lo mismo? Confiable es una persona o cosa digna de confianza o de la que se puede uno fiar. Fiable es una persona o cosa digna de confianza o de la que se puede uno fiar. Lo mismo, pues, mismamente. El Diccionario Panhispánico de Dudas nos aclara su única desemejanza: “confiable” es el término usado con preferencia en América, mientras que en España se emplea únicamente el sinónimo “fiable”. ¿Lastra diría “Mañana llegan tu madre y tu madre”? Hablando así, ni son fiables, ni tampoco fiables, ni fiables siquiera, ni en modo alguno fiables… o sea, que no son fiables, quierodir.

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Mi perro Brel y yo vemos embobados a Olivia Colman y a David Thewlis bordar sus interpretaciones en “Landscapers” (¿Paisajistas?), una excelente miniserie británica que deja al espectador dirimir si dicen ellos verdad y son unos pobres friquis aislados en su submundo, o tiene razón la policía Kate O’Flynn (tan antipatiquísima como eficaz y eficiente) al acusarlos de ruines asesinos avariciosos. No obstante, a galeras mandaba yo al traductor del título de la serie o propuesta plataformística: “Cómo meterse en un jardín”, decidió que se llamase el −casi seguro− adanista correspondiente encargado de la publicidad. “Meterse en un jardín” es enredarse innecesariamente en un discurso o parlamento teatral o en una situación complicada. Si el trujamán de la distribuidora quiso hacer una graciosada a cuenta de los cadáveres enterrados en el jardín sobre los que gira la historia, ni entendió nada ni lo entenderá. Con el paro que hay y siguen contratando necios…

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Basta con detestar a muerte y sin parar al enemigo para que nos persiga por todas partes. Recuerdo a un riguroso y estricto y viajado y gran tipo que abandonó Nápoles odiando con raro vigor a los partenopeos, harto de que le amargasen su estancia laboral allí a base de falta de rigor y contumacia vivalavirgen. Venga o no a cuento, los pone a parir, excitadísimo. Este verano me guasapeó desde Lisboa para que le recomendase un lugar de calidad donde escuchar fados. Le anoté mi preferido. Ya de noche me entró un mensaje suyo: “Acabo de irme de ese local que me sugeriste. Hay un grupo de cabrones que siguen los fados dando palmas, como si estuviesen en un tablao. Los fui a reprender, los oí hablar y preferí largarme. Eran napolitanos…”. No odies.

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Es cierto que en muchas series televisivas hay uno o dos personajes que salen y parece que van a tener una importancia clave en la trama para luego desvanecerse, desaparecer sin más explicación, abducidos por el devenir de los acontecimientos en los siguientes capítulos. Pienso en ello y aventuro la causa: los guionistas, atribulados por tanto laburo, no saben quiénes van a ser al final ni el bueno ni el feo ni el malo. Así que sacan gente de relleno por si hay que echar mano de ella en el episodio postrero o en otra temporada, en plan deus ex machina. Ay, qué estafa. Si sale en la pantalla una caja de cerillas durante diez planos, tiene que terminar por declararse un incendio, caramba.

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El palíndromo que mi amigo invisible me envía para esta semana es tan surrealista como molón por sus 33 caracteres: “A sus oídos el sábado dábasle sodio, Susa”.

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