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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Pues sí, hablemos de salud mental

La relación de la sociedad con la psiquiatría y la psicología

Nunca había visto yo más lectores de periódicos que en cualquier sala de espera de Urología. Varones todos, ensimismados en las páginas abiertas de par en par y la punta de la nariz chocando con la información comarcal. Solo los vistazos por el rabillo del ojo develaban que no estaban a la lectura sino a que no los descubriese allí conocido alguno. Cuando el altavoz farfullaba un nombre, el aludido susurraba como si le hubiesen preguntado:

–Bueno, a ver si me renuevan la baja del cuñado.

Cuñado o tío o abuelo. Nadie entraba al urólogo para sí mismo, nadie tenía problemas con su aparato urinario, faltaría más, que éramos más machotes que un legionario a lo Alfredo Mayo, en blanco y negro: qué próstata, ni vejiga, ni ná de ná. Me lo comentaba un especialista:

–Tuve un paciente que se me presentó con un sifilazo brutal y me preguntó, rojo como un tomate, que si aquello sería debido a unos caramelos que tomaba para el catarro...

Era hace ya unos 20 años, las cosas cambian. El móvil sustituye al periódico, y los pacientes que aguardan “de ocultis” están ahora esperando frente a Psiquiatría o Psicología. Mientras que a voces e incidiendo los más escabrosos detalles y en plan taberna cualquier desconocido explica por qué acude al oftalmólogo o a la endocrina, en la sala de espera de Salud Mental se suele palpar el silencio vergonzante de quienes cualquier majadero que cruce por allí prejuzgaría como locos (Diccionario: “que han perdido la razón”), cuando son justamente lo contrario: muy razonables personas que detectan que algo no funciona en su sentir, en su conducta, en su pensar, en sus relaciones cognitivas... y desean aplicarle remedio, en lugar de ocultarse apalancados y en rumia negra, generando y generándose más dolor.

El excelente cortometraje “Votemos” acaba de denunciar cómo no hablamos de la salud mental con naturalidad: una comunidad vecinal rechaza a un posible nuevo inquilino que había sufrido trastornos mentales. Los prejuicios y la ignorancia (pleonasmo) nos salen por las orejas al abordar el sufrimiento que provocan las adicciones, la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia y demás psicosis, el estrés, los desarreglos neurocognitivos, los trastornos obsesivo compulsivos, bipolares, de personalidad, los traumas... Hay que combatir la enfermedad con más medios y más y más. ¿No voy al dentista si me duele una muela, al experto en digestivo cuando no cesa ese ardor estomacal, a la dermatóloga por esa verruga sospechosa? Pues si el espíritu sufre, al psiquiatra o al psicólogo o a ambos, a quien sabe de salud mental, a quien dictaminará si estamos malitos o solo pagando el peaje de la vida.

Una de las mejores maneras de hablar de la salud mental es no hablar de ella cuando no viene al caso. No pocos medios de comunicación introducen el “había estado a tratamiento psiquiátrico” o “seguía una terapia psiquiátrica” cuando alguna persona la arma muy gorda. Con lo cual, el lector ligero identifica mediante una causa efecto (falsa de toda falsedad) los crímenes más brutales con el tratamiento o la terapia psiquiátrica. Nunca se lee “no había estado a tratamiento psiquiátrico” o “no seguía una terapia psiquiátrica” cuando alguna persona monta una que parecen tres. Y vive Dios que estaría bien escribirlo, pues la mayoría de las veces es el ciudadano que saluda amable en el ascensor quien fragua en su mente lo abominable mientras niega en su cobarde interior que padezca enfermedad mental alguna: él está más sano que una pera, los locos somos los demás. ¿A que no leemos que el ladrón detenido había estado a tratamiento por un neuroma de Morton o había tenido sesiones con el fisio por una epicondilitis o sarampión en la infancia o hemorroides mixtas en la mili? Pues eso. Chitón cuando no sea relevante. Hablar cuando ello cure y sin vergüenza de ningún tipo. Y más medios, más, para curar nuestra sociedad tan enfermita.

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