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Daniel Capó

La mirada china

Pekín anhela Taiwán y piensa en décadas, no en ciclos electorales

Occidente mira con temor hacia la frontera rusa con Ucrania, mientras Pekín apunta hacia Taiwán, la isla díscola del Pacífico. Como las olas, los movimientos de la geopolítica van y vienen, ocultos tras las distintas cortinas de la apariencia. Los focos de tensión se crean y se disuelven pero las fuerzas de fondo permanecen, a veces sin que nos demos cuenta del todo. El Eje Atlántico cede su lugar al Eje Pacífico, relegado por el impulso del comercio mundial y por el surgimiento de un nuevo imperio. El desplazamiento de la Flota Americana resulta significativo al respecto. El rearme de la región también, con el poderío del armamento hipersónico que ensayan los chinos como auténtica amenaza a la pax americana. La carrera armamentística, que incluye elementos híbridos de propaganda y hackeo informático, nos sugiere una profunda aceleración de la historia, al igual que sucedió en otras épocas no tan lejanas. El miedo sobrevuela la conciencia de las sociedades heridas, ya sea por la desconfianza en la política, la fractura económica y de valores, el envejecimiento demográfico –auténtico canto del cisne de Occidente– y la asfixia financiera causada por el exceso de dinero barato o por la sucesión de burbujas financieras. El miedo magnifica la realidad y entorpece nuestra inteligencia. Europa mira hacia Rusia y Ucrania, y Pekín hacia Taipéi, la joya de la corona, la China rebelde.

Al final, se trata de ejes de influencia y, difícilmente, un poder creciente y exacerbado por el nacionalismo como es el chino puede tolerar una célula separatista aliada con Washington, su actual adversario. Una isla, Taiwán –la antigua Formosa–, se ha convertido en una pieza fundamental en el engranaje tecnológico, gracias a los superconductores; aunque, para los entendidos en té, los campos verdes de Taiwán sigan ofreciendo –sobre todo– el mejor oolong del mundo, al igual que asociamos con facilidad el té negro a la India –Darjeeling o Assam– y el té verde al Japón. Pero, volviendo a la política internacional, cabe preguntarse qué sucede detrás de la cortina. ¿Puede permitirse un poder global como el chino lanzarse a la ocupación de un pequeño país? La respuesta sería sí y no, aunque la clave hoy en día resida más en el soft power de la persuasión que en el hard power de la acción militar. Al menos si pensamos en la estrategia de largo plazo que maneja Xi Jinping, que busca establecerse como alternativa a los Estados Unidos. Para ello necesita consolidar el salto tecnológico, ensanchar la base de su clase media, ampliar su presencia en las redes –con TikTok como ejemplo de éxito global– y seguir limpiando su imagen por medio del deporte o de sus potentes inversiones en el Tercer mundo. Pekín piensa en Taiwán como en una fruta madura que caerá cuando sea el momento, como cayó Hong-Kong. Y Pekín piensa en Europa como en un apéndice del continente asiático y no como en un rival a temer. La Nueva Ruta de la Seda apunta en esa dirección.

China desea la alianza con Rusia, pero no a costa de Europa. El objetivo es otro: seguir erosionando la influencia americana, de modo que se expanda la suya propia. Una guerra en Ucrania podría ir en contra de sus intereses, pero esto también lo sabremos pronto. Desgastar y dividir resulta preferible a hacer explotar la paz. China anhela Taiwán y piensa en décadas, no en ciclos electorales. Llevan ya esperando mucho tiempo.

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