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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Iba yo al banco

El nuevo mundo virtual nos arrebata cada vez más motivos para salir de casa

Iba yo a comprar el pan se convirtió en una de las frases emblemáticas del columnismo de la Transición. Mejor dicho, Umbral la convirtió en alegoría al utilizarla para arrancar sus artículos. “Se debe a que las tardes las dedico a hacer recados”, explicaba el autor en 1976 durante la presentación en una panadería del libro que recogía sus columnas del “Diario de un snob” que publicaba en “El País”. “Allí es donde me encuentro con los personajes que me da la gana”, añadía. Esos personajes eran desde los políticos del momento o las figuras de la jet hasta el quiosquero –presente en la presentación, por cierto– o el bancario que le atendía en la sucursal.

Ese era el mundo de ayer. Un mundo en el que la mayoría de los españoles, de izquierdas y de derechas, compartíamos la rutina de hacer recados. Donde nos encontrábamos a diario con los vecinos con los que debatíamos, cara a cara, los asuntos de la actualidad mezclados con nuestras propias preocupaciones particulares.

Ya no vamos a comprar el pan, ni a por el periódico, ni si quiera al banco a ver cómo va lo nuestro, nuestros ahorros o nuestras deudas. Ni siquiera vamos al cine, otra de las actividades cotidianas de entonces. Incluso cada vez vamos menos al trabajo. Cada vez nos quitan más excusas para salir justo cuando más necesitamos salir.

El pan ya no es una necesidad diaria; siempre hay pan de molde en casa. El periódico nos lo traen al móvil. El cine nos lo han puesto a domicilio. Y hasta el trabajo, donde no solo trabajamos, sino que también socializamos, nos manda a casa. Y, por si todo ello fuera poca cosa, el banco nos ha cerrado sus puertas.

Iba yo al banco el otro día y me lo encontré chapado. Literalmente chapado. Unas enormes chapas cubrían lo que antes era una fachada de colorines fosforescentes. No quedaba ni rastro de lo que aquello había sido solo un día antes, ni los cajeros exteriores, ni una triste nota informando de la oficina más próxima. Fui a unas manzanas en busca del cajero de otra sucursal y lo mismo. Chapado a cal y canto.

Me culpé a mí mismo por no verlo venir y ser más previsor. Ya en su momento me lo advirtieron cuando fui a cambiar la calderilla acumulada por billetes o monedas de euro, costumbre muy trasnochada, lo sé. El bancario, muy irritado –cosa disculpable, porque seguramente sabía que iba a ser víctima de un ERE– me instó a que me olvidara de esas minucias. Los bancos ya no iban a estar para eso.

Me culpé por no verlo venir cuando intenté cambiar la domiciliación de mi cuenta y me fui a la oficina más próxima a realizar la gestión. No, me dijeron, hay ciertas gestiones que han de ser presenciales. Tiene usted que ir a la oficina donde abrió la cuenta. ¿Y si la hubiera abierto en, por ejemplo, Gijón, ¿tendría que ir a 500 kilómetros a hacer la gestión? Efectivamente, me contestaron secamente. Por fortuna, la había abierto en mi antiguo barrio, a solo media hora de mi actual casa. Fui y, se veía venir, estaba chapada. Desistí. El día que lo necesite de verdad ya veremos.

No fueron señales suficientes. Tuve que quedarme sin un euro para desesperarme buscando un cajero –mi banco solo admite los propios–. Recorrí el barrio de cabo a rabo, porque el mapa digital que ofrece en su página web no está actualizado aún y señala las oficinas cerradas años ha. Encontré el cajero, claro, la necesidad obliga. Una oficina lujosa llamada pomposamente la Caixa Store, con dos cajeros de última generación. Y me encontré también una respetable cola de señores de edad actualizando sus libretas –sí las libretas aún existen–, y peleándose con los cajeros como si fueran una máquina de “vending” en la que se ha quedado atascada la lata de Coca-Cola. En suma, donde había tres oficinas, ahora hay una. Donde había seis cajeros, ahora hay dos,

Esto, en Madrid, en el céntrico barrio de Chamartín, lugar privilegiado donde los haya. No puedo imaginar lo que ocurre en la España vacía. Mira que había jurado no utilizar la expresión y no he podido evitarlo. Lo que sí está claro es que los bancos –tendrán sus razones, sin duda– han renunciado al tradicional método empresarial de atender la demanda allí donde se produzca por el de que la demanda se adecúe a la oferta allá donde convenga al banco ofrecerla.

El caso es que ahora tendremos que arrancar nuestros artículos de otra manera. Del iba yo a comprar el pan al iba yo a mirar el móvil. Iba yo a ver el móvil y me encontré con un aviso del banco. Tras comprobar que era publicidad de un crédito en inmejorables condiciones, encargué el pan a una empresa de recaderos. Y, mientras lo hacía, me distraje al saltar una alarma informativa: había estallado la guerra en el PP. Y así.

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