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Pere Casan

Autoridad y poder: juntos y mejor revueltos

El difícil equilibrio de dos términos

La autoridad y el poder son dos conceptos diferentes que, aunque pueden coincidir, no siempre se dan en el mismo momento y en las mismas personas. El término autoridad deriva del latín auctoritas y equivale a la capacidad de ciertos individuos para sobresalir de los demás, en atributos intelectuales, morales o en otras formas establecidas socialmente. El concepto de poder deriva también del latín potestas, utilizado en el Derecho Romano para definir la fuerza que proviene de la legitimidad otorgada por la sociedad. Podemos añadir que esta potestad puede derivar también de otros elementos, ya sean físicos, militares, eclesiásticos, etcétera, en el bien entendido que coinciden en la capacidad de hacer cumplir una decisión. La autoridad consiste en un prestigio ganado, mientras que el poder es otorgado desde fuera en relación al cargo que se ocupa. Podríamos resumirlo con que la autoridad se lleva puesta y el poder reside en la tarjeta de visita. La autoridad es un árbol de hoja perenne, el poder es de hoja caduca. O, al menos, debería serlo.

Vivimos una época donde visualizamos más potestas que auctoritas. Durante la pandemia hemos asistido a la toma de decisiones legales, que provenían desde el “poder”, basadas en ideas originadas por la capacidad de algunos especialistas, para predecir el comportamiento de un virus de origen incierto. En algunas ocasiones, la supremacía de una esfera de poder sobre otra ha hecho retroceder acuerdos previamente fundamentados en conocimientos científicos sólidos. Autoridad y poder, como vemos, no siempre coinciden. Vivimos ahora también un ejemplo manifiesto de estas diferencias, con motivo de las luchas intestinas de poder entre diferentes miembros de un partido político, o con el inicio de un conflicto bélico en Europa, de consecuencias impredecibles. El profesor José Morales Fabero, de la UNED, destaca ampliamente las diferencias entre autoridad y poder en un opúsculo titulado “Los conceptos de auctoritas y potestas durante la época moderna”, y llama la atención sobre la dificultad de encontrar un equilibrio entre ambos términos, especialmente en un momento, cuando el tiempo de la toma de decisiones se mide en infinitésimos de segundo, donde la individualidad predomina sobre el colectivo, donde lo económico nos hace dependientes de las rentas y cuando el futuro de la humanidad muestra más interrogantes que nunca.

Sería, pues, un buen momento para buscar ejemplos de autoridad y poder, coincidentes en la misma persona y en un espacio determinado. Ejemplos que cuando se dan, merecerían ser bien explicitados para favorecer el aprendizaje colectivo. Los hay y en abundancia en el mundo clásico, pero también en zonas que nos son aparentemente lejanas y que quizás deberíamos conocer con más detalle. Salvando todas las distancias y modelos culturales, dejando aparte la más profunda diferencia, especialmente en lo que se refiere a la religión y a sus derivaciones, merece una breve consideración conocer algunos detalles de la vida del jeque Sheikh Zayed bin Sultan Al Nahyan, de Abu Dhabi. Una visita reciente a este país, me ha permitido descubrir el respeto y admiración que goza entre toda la población de los Emiratos Árabes, la figura del que fue su líder durante 33 años. Nacido en el año 1918 y fallecido en 2004, dedicó buena parte de su vida a favorecer la situación de todos los habitantes de esta tierra desértica, súbitamente enriquecida por el descubrimiento del “oro negro” en el subsuelo arenoso.

Asistimos impertérritos a la exaltación de un término que parecía olvidado en el fondo del diccionario. Muy utilizado en castellano antiguo, el empoderamiento quiere devolver a las minorías desfavorecidas el hacerse poderoso o fuerte, aunque también puede usarse para cuando damos a alguien la autoridad, influencia o conocimiento para hacer algo. Bienvenida pues la autoridad bien entendida, cuando se deposita en personas cualificadas. Esta no es precisamente la circunstancia más habitual, pues estamos frecuentemente dirigidos por exultantes poderosos, que confunden el huerto común con el patio de su casa. En algunas instituciones, ya sean “Académicas” o de otro tipo, se dan momentos de claro predominio del poder sobre la autoridad, en este caso científica. Cuando esto ocurre, quien más sufre es la propia institución a la que representan, que ve mermada su ejemplaridad, en aras de un éxito insignificante y pueril. Algunos deberían ventilar sus sillones presidenciales con la lectura de los clásicos y recordar a Salustio, en “De Coniuratione Catilinae, I, 4). “Nam divitiarum et formae gloria fluxa atque fragilis est, virtus clara aeternaque habetur”. (Pues la gloria de las riquezas y de la belleza es lábil y quebradiza; la virtud la poseemos con brillo y para siempre). Desgraciadamente, la ignorancia se apodera con facilidad del poder y por eso es tan importante revestirlo de autoridad. Mejor sería que coincidieran siempre juntos y bien revueltos.

Permítanme unas notas finales sobre el poder y la autoridad, representadas en el acto 2.º, escena 4.º, de la ópera “Tannhäuser” de Richard Wagner (1813-1883), inspirada en un hecho histórico. En la entrada de los invitados al torneo de canto en el Wartburg, se muestran generosamente estos atributos. Las voces del coro, ampliadas por los acordes del metal, rinden sus ofrendas en forma de banderas y espadas a la presencia de Elisabeth y el landgrave (príncipe soberano) Hermann. “Con alegría te saludamos, noble sala, haya aquí siempre tan sólo arte y paz”. Que se cumplan estos deseos y que la música los presida, especialmente en este momento tan convulso e inhumano.

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