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María del Carmen Inés Fuenteseca

La Asturias vaciada, desconocida y olvidada

Memorias del linaje de la Casa de Mon

Hace poco, una amiga me hizo llegar el importantísimo trabajo sobre “La Casa de Mon. Memorias de un Linaje”, cuyo autor es José A. Álvarez Castrillón. Un viaje apasionante desde los siglos XV al XIX y que todavía perdura en la actualidad, como un testigo mudo del paso del tiempo en la Comarca de los Oscos, concretamente en San Martín. Recientemente he tenido la oportunidad de viajar a esta parte de Asturias y sentirme cautivada por su belleza.

Esta zona del Occidente asturiano sigue envuelta en la niebla del misterio y la historia, con joyas arquitectónicas extraordinarias tales como el magnífico Monasterio de Villanueva, que en la Semana Santa cobra vida rememorando la Pasión de Jesucristo y que habría que conservar en todo su esplendor siendo restaurado totalmente; en San Martín, concejo de praderías extensas y de gran riqueza, que transmiten sosiego y paz, se sitúa el Palacio de Mon, cuyas piedras sufren el paso inexorable del tiempo; Santaya, un paraje de cuento, que nos traslada en la memoria a los ferreiros… y a tantos oficios olvidados. Los Oscos son una increíble sorpresa, y esa gran riqueza histórica que albergan, además de sus gentes hermanadas, debe ser cuidadosamente recuperada por los responsables del Patrimonio Astur, al que hay que demandar sensibilidad para conservar estos legados impresionantes y perdidos, pero que siguen atrayendo a propios y extraños como imanes que no podemos ocultar.

El palacio de Mon se encuentra a unos 5 kilómetros aproximadamente de San Martín de Oscos, y está situado en el pueblo, que lleva su nombre, nada extraño, si analizamos la nobleza y linajes de la época. Mon es un lugar con un encanto indescriptible, sus casas con sus tejados de pizarra y las fértiles campiñas de pastoreo, cerradas por el singular sistema de “chantos” y sus huertos increíbles de “rabizas”, que lo circundan, nos trasladan a épocas remotas, como si estuviéramos en los siglos donde el esplendor del lugar tuvo que ser impresionante. También nos quedamos prendados del sinuoso y bello camino que nos lleva a la ermita de Santa Marina, que surge en un altozano de belleza abrumadora, regalándonos esa paz tan necesaria para vivir en armonía. Los muros de cantería del Palacio de Mon, se mantienen aplomados en las ¾ partes del edificio y nos hablan a través de sus extraordinarios escudos de la fachada principal y de la puerta de carros, de posibles alianzas matrimoniales y gestas heroicas de sus propietarios, incluso me llega el rumor de algunos encuentros amorosos de una reina en otros tiempos, la verdad es que no podría haber encontrado un lugar mejor, ni más idílico, ni más mágico.

Aunque el día estaba arrullado por una niebla que iba y venía a capricho, no por eso Mon, perdía un ápice de su encanto. Muchas personas acudieron como nosotros para verlo y “disfrutar de alguna estancia interior…, que las tiene”, pero todo fue en vano, las hiedras que suben por sus balconadas son ya tan fuertes como la inacción y desidia de quienes tienen oficialmente la responsabilidad de cuidar y mostrar esta joya, las primeras, acabarán por “arrancar” las piedras de la historia y los segundos, por dejar que la propia historia desaparezca. ¿Nos podemos permitir algo así?

Mon está habitado todo el año por un vecino excepcional, don Paulino, que no ha querido salir nunca de allí, es autosuficiente en todo y muy generoso, siempre está a disposición del caminante que llega buscando esa aventura de descubrir los entresijos del pasado y que él conoce tan bien. Otros vecinos son estacionales, pero don Paulino permanece como testigo del paso del tiempo, tiene esa sabiduría que dan los años y la experiencia de un hombre de campo curtido. Me dice que pasó todo el confinamiento solo, salvo la visita periódica de la Guardia Civil por si necesitaba alguna cosa.

En otros países se miman los vestigios del pasado, no miran de qué lado estaba la bandera, sólo necesitan recuperar el hilo de la historia, que es como el de Ariadna, y con eso y un trabajo serio, reconstruyen piedras, leyendas, usos y costumbres que enriquecen siempre el acervo cultural de sus entornos para legar a las nuevas generaciones, integrándolas plenamente en sus señas de identidad. Asturias es un paraíso donde no solo hay bellísimos parajes y magníficas personas, también hay historia y un patrimonio increíble, pero infravalorado. Somos el origen del Camino de Santiago y todavía tenemos joyas como Santa María la Real de Obona, pendiente de esa comisión para rehabilitarla, espero confundirme, pero mi experiencia me dice que muchas buenas intenciones se quedan en nada, o se dilatan inexplicablemente el en tiempo, esperando que la ruina sea más ruinosa... Yo propongo que, entre tanta comisión, haya acción y ésta tenga el aval de un criterio profesional serio porque hay algunas restauraciones muy entrecomilladas y no quiero señalar.

El Paraíso Astur estará completo cuando sus joyas se limpien, pulan, abrillanten y se expongan al público para amar verdaderamente su cultura, el saber de sus gentes y dignificar esa historia secular que nos ennoblece a todos.

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