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Ramón Punset

El espíritu de las leyes

Ramón Punset

Caminante, no hay destino

La necesidad de aprender las lecciones de la crisis de 2008 y de la pandemia de coronavirus

El siglo XXI se ha presentado con semblante muy hosco. Primero fue la Gran Recesión, de 2008 en adelante, y su espectacular destrucción de empleo y de precarización de las relaciones laborales. Al poco de comenzar a levantar cabeza, vino la pandemia de la covid-19 en sucesivas oleadas, que sigue afectando gravemente a la salud de las personas y al dinamismo económico. Todavía sin salir de ella, Europa y la OTAN afrontan la invasión rusa de Ucrania y las consecuencias devastadoras de la crisis energética derivada de la misma, que propicia una tremenda inflación, próxima ya en España a los dos dígitos. La gente se echa las manos a la cabeza y no sale de su asombro. ¿Acaso no hemos sido educados/adoctrinados en la idea de un bienestar y progreso indefinidos? ¿No deberían vivir los hijos mejor que sus padres y abuelos, según se afirma tan necia como persistentemente? ¿A qué o quién atribuir estas catástrofes?

Aunque hay que huir de simplificaciones, y más aún de mitos como el del progreso perpetuo, vástago mal envejecido del optimismo de la Ilustración, se puede afirmar, en primer lugar, que la Gran Recesión, originada en los Estados Unidos como consecuencia de la desregulación neoliberal de la economía y profundizada en Europa por las criminales políticas de austeridad impuestas por Alemania, fue la obra del capitalismo especulativo más feroz. Y ojo, entusiastas incurables: poco se ha aprendido de semejante catástrofe y casi nada se ha hecho para prevenir la siguiente. No es que las crisis tengan que repetirse cíclica y fatalmente. El destino no existe, pero sí un contubernio escandaloso entre la élite económica y la élite política: en unos países obscenamente, a la vista de todos (caso de cleptocracias como la de Putin); en otros de manera más solapada (financiación privada de los partidos políticos, condonación bancaria de sus deudas, puertas giratorias, fiscalidad amable de las grandes empresas, amnistías fiscales…).

En segundo lugar, hasta donde sabemos, la pandemia de la covid-19 es, estrictamente, un fenómeno de la naturaleza, tan antiguo como la humanidad e insensible en sí mismo a la idea de progreso, aunque no, desde luego, a la mejora de las medidas de prevención y de atención terapéutica. Durante la expansión infecciosa, el Estado ha reforzado transitoriamente sus poderes sobre la población, que ha reaccionado, en términos generales, con gran responsabilidad, y en el caso del personal sanitario, con total entrega y hasta heroísmo. En un mundo tan globalizado como el actual (no lo era la sociedad europea del siglo XIV, diezmada en todas partes, sin embargo, por la peste negra), ¿han aprendido los dirigentes políticos las lecciones de esta catástrofe? Aquí hay que distinguir: en el aspecto meramente organizativo y logístico, y teniendo en cuenta que los sanitarios ni siquiera disponían al principio de equipos de protección personal (utilizaban incluso bolsas de basura, como bien recordamos), indudablemente se ha avanzado. Y me gustaría señalar que nuestro estado autonómico ha funcionado razonablemente bien a través de mecanismos de tipo federal como las conferencias sectoriales y la Conferencia de Presidentes. No obstante, debemos invertir muchísimo más en la sanidad pública, que tiene un déficit de efectivos humanos pavoroso: luchar aquí contra el “destino” (las viejas y nuevas epidemias) exige fuertes inversiones en nuestra red hospitalaria y de atención primaria. El sistema fiscal, lejos de disminuir la presión impositiva, debe reformarse con tales objetivos. Quien propugna una bajada general de impuestos, o es un cínico demagogo o un individuo profundamente inmoral, radicalmente desentendido de la salud de sus conciudadanos.

En cuanto a la hiperinflación rampante, inducida fundamentalmente por los altos precios de la energía, resulta superfluo subrayar sus terribles efectos destructivos sobre las estructuras sociales e institucionales de los Estados, que conocemos sobradamente por la historia. Ahora lo que sucede, entre otros factores causales (como la alegre desnuclearización), es que el error estratégico de depender excesivamente del gas ruso pasa factura en el marco de las sanciones decretadas contra el régimen de Putin. Seguramente esa desbocada inflación tendrá un recorrido menos coyuntural de lo que nuestros Gobiernos prometen y se prolongará tras el fin de la guerra en Ucrania, si es que ese fin está próximo, cosa de la que cabe dudar. En todo caso, la reacción occidental contra Putin ha sido completamente necesaria, sobre todo para la supervivencia de la civilización europea. Las relaciones internacionales deben regirse forzosamente por el Derecho, so pena de regresar al estado de naturaleza hobbesiano que pretende imponer, como un destino atroz, el dictador del Kremlin.

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