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Susana Solís

Futuro Europa

Susana Solís

Despoblación y soberanía energética: hablemos de biomasa

Faltan apuestas para generar alternativas que eviten nuestra dependencia

No hay panaceas ni soluciones milagrosas a las múltiples crisis que vivimos de manera simultánea. Sí, es cierto que la situación geopolítica es delicada y que el ambiente bélico se ha solapado con las últimas secuelas económicas que ha dejado la pandemia. Esto se traduce en un aumento de los precios de la energía y el combustible, que deriva en inflación y en un empobrecimiento generalizado de nuestro país. Dicho esto, por mucho que la situación sea complicada, la lentitud, la inacción y los parches nunca ayudan a tomar las riendas de la crisis. Y los vaivenes del gobierno son una triste muestra de ello.

Arranco estas palabras afirmando que no hay soluciones mágicas. Lo que sí hay es apuestas inteligentes que pueden ayudar a abordar varios problemas al mismo tiempo. Un gran ejemplo es la biomasa. En España hay un potencial enorme para convertir los restos forestales y agrícolas en fuente energética. O lo que es lo mismo, potencial para generar energía renovable (y por tanto, empleo) en entornos rurales y despoblados.

Generar energía a través de biomasa es, en esencia, la quema de material orgánico sobrante como poda, rastrojos o restos de la industria maderera o agroalimentaria. Transformar estos residuos en gases renovables (biogás o biometano) y autóctonos que reducirán la dependencia de otras alternativas nocivas para el medio ambiente como el gas natural que importamos de Argelia o Rusia.

Pocas estrategias parecen más idóneas que aprovechar los márgenes del sector primario para descarbonizar nuestra economía en un momento histórico en el que la autonomía energética ha pasado de preocupación lejana a prioridad absoluta. Cuando en los planes de sostenibilidad se apela a la economía circular no se habla de algo abstracto o inalcanzable: se habla precisamente de este tipo de aprovechamientos.

España es un país en el que la biomasa tiene un potencial enorme; pero, bajando a la realidad, nos encontramos con que no existe ningún tipo de apuesta decidida por el sector. Repasemos algunos datos: nuestro país es la tercera potencia europea en recursos biomásicos pero, paradójicamente, estamos a la cola de su aprovechamiento. De acuerdo con un informe de la plataforma de impulso de renovables EurObserv’ER, España ocupa la posición 22 de la Unión Europea en consumo per cápita de energía procedente de biomasa sólida.

Un derroche de recursos, teniendo en cuenta que somos primer productor mundial de aceite de oliva, líder europeo en cría de ganado porcino y el mayor viñedo de Europa.

Que hay interés por la biomasa está fuera de toda duda. Hace apenas un mes, la Xunta de Galicia anunció una subvención para sufragar hasta el 50% de calderas de biomasa para hogares. En apenas una hora se agotó el millón y medio de euros presupuestado, o lo que es lo mismo, 500 solicitudes.

Es decir, que sí vemos este interés a nivel de autoconsumo, de usuario final, pero todavía nos queda camino por recorrer como país. Apostar por las biorrefinerías implica ofrecer facilidades y financiación pública en todos los eslabones del proceso: desde la investigación y el desarrollo a nivel académico hasta la construcción de plantas en los entornos rurales más cercanos a las explotaciones forestales y ganaderas de las que se puede obtener materia prima.

Se calcula que por cada megawatio instalado se generan 30 puestos de trabajo directos e inducidos. La ecuación, por tanto, parece clara. Todas las regiones españolas tienen potencial para aprovechar de una manera más eficientes sus bosques y residuos agrícolas, pero falta un plan que aglutine el aprovechamiento de los recursos y plantee inversiones concretas.

Hablamos de empleo de calidad y de fijar población en las zonas rurales. De economía circular y de cortar lazos con el gas ruso. También hablamos de reindustrializar zonas deprimidas creando empleo estable y de calidad.

Una apuesta por la biomasa no va a acabar de la noche a la mañana con todos nuestros males, pero sí abre la puerta a modernizar nuestra producción de energía y a crear un país más sostenible. No solo con palabras abstractas que no llegan a las regiones más despobladas, sino con inversiones y hechos concretos sobre los que volver a construir los pilares de nuestro crecimiento.

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