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Carmen Martínez Fortún

Muerte y justicia

Los inocentes a los que hay que proteger y evitar que pierdan la vida

La muerte acompaña a la vida y aceptarlo constituye el camino de la serenidad. Mas es imposible no rebelarse ante la injusta y evitable. Desde la matanza de los inocentes, que poetiza desde la antigüedad el eterno dolor de los desamparados por culpa de la voluntad salvaje de quien nunca debió poseer poder, un desgarro imposible de expresar nos rompe las entrañas cuando se hace presente en nuestras vidas el exterminio de quienes no pueden defenderse. Y cuando vemos las imágenes de los hospitales, los teatros o ayer las de la estación, ensangrentadas y repletas de cadáveres de criaturas, nos invade el amor y el odio. Amor impotente hacia los muertos y odio, más impotente y devastador aun hacia los asesinos. Pues desde el escenario de esta guerra, como antes otras, el odio nos envenena las tripas mientras vemos las noticias desde el sofá, anhelando sin pensarlo mucho la venganza que vendrá, como si el odio y la venganza hubieran servido alguna vez para algo. Aunque la justicia sí.

El mismo sentimiento nos invade cuando sabemos de esas otras muertes más cercanas y evitables, que en un goteo execrable nos muestran la verdadera cara de esta sociedad nuestra enferma y con un sistema incapaz de anticiparse, prever y coordinarse con eficacia para poner fin de una vez a la larga nómina de inocentes asesinados por violencia vicaria, por depravación, por abuso de poder o por maldad pura y dura. No se trata de considerar a los hombres como animales, sino de lograr que la justicia funcione.

Kramatorsk, más de cincuenta muertos en la estación. Evitable si no se hubiera fracasado en parar los pies a Putin, otro criminal para la historia. Tan cerca, tan lejos. Tanto como Sueca, donde por culpa de la falta de comunicación entre juzgados, murió un pequeño a manos de su padre que había perdido la custodia. Tanto como Oviedo, donde un asesino que había amenazado a otras niñas campaba a sus anchas hasta que mató a Erika. Santos inocentes siempre. Muertes evitables. Hay que acabar con ellas de una vez. En nombre de la justicia.

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