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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Vuelve la FEN

La imposición de una visión de la sociedad por parte de un grupo que excluye a todos los demás

Como saben quienes cierta edad tienen, en las diversas etapas de la enseñanza existía durante el franquismo una asignatura denominada FEN, Formación del Espíritu Nacional. A través de ella, además de informar sobre la constitución del Estado y su legislación, se procuraba imbuir en los alumnos una determinada visión de la sociedad y del mundo, un desiderátum de lo que debería ser el individuo y de cómo debería comportarse en la comunidad y cómo colaborar hacia ese desiderátum. Al respecto, la idea central era la de una sociedad conservadora, basada en la unidad de la familia y bañada en un magma católico.

Vuelve la FEN

Pues bien, he aquí que vuelve a la enseñanza la Formación del Espíritu Nacional, con una orientación distinta, evidentemente, pero con la misma intención de imbuir en los alumnos una determinada visión de la sociedad y del mundo, y con la misma finalidad conformadora de un tipo de sociedad.

Lo común en ambos propósitos es, por una parte, la imposición de una concreta visión de mundo por una facción de la sociedad al conjunto de la misma, con la intención de homogeneizarla de una determinada manera; de otra, la negación, en el fondo, de la pluralidad real de la sociedad y la concepción de que, en caso de existir otras visiones distintas a la de los gobernantes, esa visiones son menospreciables o deben ser marginadas.

La nueva FEN viene impulsada por la conjunción gobernante, que no es sino una versión hodierna de la izquierda, trufada por los discursos de algunos grupos particularistas que han impuesto sus discursos como generales o tratan de imponerlos como tales.

El primer vector que trata de establecerse como único es el de la “memoria democrática”. Tal como se desarrolla, la “memoria democrática” no es solo el recuerdo y condena de la dictadura franquista y de sus víctimas, sobre lo que nada hay que objetar, sino que implica, al tiempo, una mitología beatificadora y una mistificación de la historia. La construcción mitológica consiste en la presentación de la II República como un oasis ejemplar donde “la oveja con el lobo tenían ayuntamiento”. La ocultación, la de que durante ese periodo no solo la derecha conspiró contra el régimen, también la izquierda y los nacionalistas. ¿Fue otra cosa que un golpe de estado, la insurrección del 34, cuyo propósito declarado, por cierto, no era el de acendrar las instituciones republicanas, sino instaurar una dictadura socialista? Se oculta también que muchas de las fuerzas de izquierdas no luchaban por la democracia, tal como la entendemos hoy; de hecho, la aceptación de la democracia, como sistema de elecciones por las urnas y turnicidad tardó décadas en ser asumida por gran parte de la izquierda (entre muchos socialistas, por ejemplo, el vocablo “socialdemócrata” constituía una especie de baldón y se usaba con menosprecio).

Pero esa ficción ensoñadora no es solo una fabulación sobre el pasado, tiene un interés directo en el presente y hacia el futuro: deslegitimar para siempre a la derecha como heredera del franquismo y destructora del paraíso de la II República, para así asegurarse el dominio social y político y, con ello, las prebendas consiguientes. Prueba evidente de ese designio es la negativa a incluir en el relato de la memoria democrática la lucha contra ETA y los crímenes de la misma, porque oscurece el retrato pretendidamente angélico del bloque gobernante.

El segundo de los vectores es una determinada visión de lo femenino y de las relaciones entre varones y hembras, la que entrañan las llamadas “políticas o perspectivas de género”. También aquí es esa visión no la visión general de las mujeres, sino de un grupo que trata de imponer, no ya frente a los varones, sino frente a todas las mujeres, su particular perspectiva del papel, derechos y actitudes del género femenino, descalificando, al tiempo, ya no a los hombres que no comparten ese discurso, sino al innúmero conjunto de mujeres que tampoco lo hacen.

Para ver lo peculiar y de parte de esa visión autodenominada feminista no hay más que acercarse al “santoral” de mujeres de la historia que exhiben en sus exposiciones, como forma de “rescatar” a mujeres “ocultas” por el discurso masculino y de empoderar a las del sexo femenino en general. Hay destacados personajes de la antigüedad o del presente, de la filosofía, la ciencia o la política, pero no hay mujeres extraordinarias si son religiosas, como Santa Teresa, o reinas católicas, como Isabel la tomadora de Granada, o políticas contemporáneas si son de derechas, como Margaret Thatcher, o si son israelíes, como Golda Meir. Está Aida Lafuente, pero no Marica Andallón.

Esa es la nueva FEN, la visión de un grupo con exclusión de los demás, con el objetivo central de la posesión del poder.

Otro día, por cierto, hablaremos de cómo los nuevos planes escolares van en detrimento de los que menos pueden.

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