Lejos han quedado los tiempos en que el pueblo llano aspiraba a convertirse en el espejo de la clase dirigente. Ahora es esta última, tan sensible, con la piel tan fina, tan ofendidita ante las evidencias, la que parece el reflejo de ese nuevo batallón de indignados que han salido a la luz pública con la eclosión de las redes sociales.

Si se descubre que desde la cúpula de un partido político se ordenó espiar al rival a través de instituciones públicas, mal; si como consecuencia de tales hechos resulta que el hermano de una presidenta autonómica se llevó una comisión que multiplica por 18 el salario mínimo interprofesional, no pregunte usted, que me da un mareo y me llevo por delante al denunciante [Adiós, Casado.].

Si salta a la opinión pública que el presidente de una organización deportiva y un futbolista en activo pactaron llevarse comisiones haciendo negocios para celebrar un campeonato en una dictadura y el jugador en cuestión pertenece a uno de los equipos participantes, el escándalo es la filtración de esa noticia y no la noticia en sí; si varios dirigentes de una autonomía fueron espiados a través de un programa informático que solo puede ser adquirido por los gobiernos, sale ese gobierno a decir que él no ha sido. Y aquí paz y allá gloria, nada por aquí, nada por allá, pero cómo se atreve usted siquiera a cuestionar la honorabilidad de esta institución.

Asistimos, sin duda, al asentamiento de una nueva era en que la implantación de un relato ficticio desde la oficialidad, impostado o como lo quieran llamar, acaba imponiéndose como verdad absoluta. En la pregunta parece anidar la ofensa y en la respuesta va aparejada la auténtica realidad. La culpa es de los medios de comunicación por preguntar y de la sociedad por cuestionar las decisiones de sus gobernantes.

Que el Camp Nou se llenara de alemanes en un partido contra el Eintracht no es responsabilidad del club, sino de los aficionados del Barça por no aprovechar sus abonos y dejarlos ahí, diseminados por los alrededores del campo, al alcance de la hinchada rival, a merced de la brisa barcelonesa, tal como se desprende del argumentario utilizado por parte del club y del cuerpo técnico.

Que el recién elegido presidente de la principal organización de centroderecha eludiera asistir a la investidura del primer dirigente autonómico bajo su mandato orgánico, nada tuvo que ver, según parece, con la precaución de no retratarse con el líder de Vox, sino con que ese nuevo mandatario ya tenía programada una reunión con representantes sindicales. Et voilà!

En la cúspide de esta nueva manera de argumentar con disparates el hecho cierto de que te han pillado por acción u omisión, está lo de Madrid. Da gusto ver a Almeida indignado cada vez que se le saca el asunto de los Lamborghini, los Aston Martin, los Mercedes, el yate del Duque de Feria y el pisito en Pozuelo. Pero cómo se nos ocurre. Lo mismo sirve para la presidenta Díaz Ayuso con su hermano o para un ministro del Gobierno con las actividades del CNI. Que en Madrid, encontrarse con un ex parece cosa improbable, pero no con un hermano o un primo. La familia y los espías, cuanto más lejos, mejor.

Acaba de estrenarse en Netflix 'Anatomía de un escándalo', la historia de un ministro del gobierno británico al que descubren una aventura sexual con una trabajadora de su gabinete. Cuando, acongojado por la que se le viene encima, acude a un asesor del primer ministro para diseñar la estrategia de defensa ante la opinión pública, el principal consejo que recibe es: "No lo niegues, nunca lo niegues".

Automáticamente, pensé en Gerard Piqué, que tras pincelar el caso de la Supercopa bajo una capa de incomprendida normalidad, se conoció su pretensión de ser convocado a unos Juegos Olímpicos por la vía del enchufe o de la sorprendente revelación de pedir la mediación del emérito para lograr que el torneo se disputara en Arabia Saudí.

Por eso no podemos reprochar el comportamiento de Miguel Ángel Rodríguez con una periodista que trataba de hacer su trabajo y a la que, mientras intentaba formular preguntas a Díaz Ayuso, apartó de forma hosca y maleducada delante de las cámaras para negarlo apenas un segundo después sin salir de plano. No tuvo que acudir a Twitch. Sencillamente, negó que estaba haciendo lo que todo el mundo ha visto que estaba haciendo. Así mucho mejor, no vaya a ser que nos estén tomando por bobos.