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Josefina Velasco

El palacio de todos

El edificio de la Junta General del Principado y su origen

Está situado en el punto de arranque de la modernización de la ciudad cuando el progreso la obligó a romper el núcleo más antiguo, quebrada la muralla que, aún visible a retazos, había abrazado el redondo y antiguo Oviedo tantos siglos.

Nació como el palacio de Asturias en la capital del Principado. De algún modo se convirtió en embajada general. A partir de 1910 fue residencia de la Diputación Provincial y desde 1982 del gobierno y el parlamento hasta quedar para uso exclusivo parlamentario. Por ese motivo, por ser «casa común», espacio hoy de los representantes de la soberanía popular, concita con frecuencia las manifestaciones y quejas de cuantos colectivos quieren hacer oír su voz ante quienes deben atenderlos. Desde 1977 fue el escenario de las reuniones que propiciaron la conversión de Asturias en comunidad autónoma. El grupo escultórico que corona el palacio ensalzando industria e historia hace tiempo que, junto al escudo asturiano, lleva la inscripción «Junta General».

Tiene la cámara asturiana un nombre atípico. Ni asamblea, ni cortes, ni parlamento, sino Junta General del Principado de Asturias que hunde sus raíces en la histórica institución regional secular (s. XV-XIX) haciéndola renacer en el presente por decisión de los redactores de nuestro Estatuto de Autonomía. Sobre el ya centenario edificio está escrito parte del acontecer político contemporáneo de Asturias.

Los organismos públicos del Estado en construcción permanente durante el siglo XIX ejercieron en muchas ciudades como motores del cambio y la dinamización urbana. Y eso también sucedió en el caso de Asturias. A finales del siglo XIX la Diputación, instituida definitivamente siguiendo la división provincial (1833) ideada por el ministro Javier de Burgos, carecía de sede propia. El proceso desamortizador nacional (1836) de propiedades eclesiásticas llevado a cabo por Juan Álvarez Mendizábal, casi coetáneo de Burgos, hizo pasar a manos públicas en distintos momentos amplios recintos monacales y conventuales como San Vicente, Santa Clara, Santa María de la Vega o San Francisco, por citar los ovetenses más conocidos. La Diputación, que debía atender necesidades de gobierno regional, se fue dotando de una estructura administrativa y funcionarial que no tenía lugar fijo, ni siquiera para la reunión periódica de los diputados. Todavía en 1885, la parte política se convocaba en «el convento de San Vicente, en cuya librería –última planta– se hallaba el salón de Sesiones con un retrato de Alfonso XII bajo dosel, debido al pintor Dionisio Fierros y los bustos de Jovellanos y Uría, obra del escultor José Gragera y Herboso». Dispersos los servicios por otros locales, aquello no podía ser. A menudo los viejos caserones conventuales exigían permanentes arreglos, siendo un dispendio.

En 1868 el ingeniero municipal Salustio González Regueral trazaba sobre un plano significativo el ensanche que unía el centro hasta la estación del Ferrocarril del Norte (1874); llevaría el nombre de Uría, en honor a José Francisco Uría, asturiano director de obras públicas del Estado, y benefactor de los transportes de su tierra. Era la moderna ciudad que rompía viejos corsés. Interfiriendo el plan, seguía en pie el ruinoso y desvencijado Convento de San Francisco que la Diputación había utilizado para usos varios. En su entorno «el encanto de los ovetenses es el paseo y parque llamado comúnmente campo de San Francisco. Fue antes bosque y prados del ex convento franciscano… delicioso sitio de recreo» con muchos y frondosos árboles, con la agregación de un Jardín Botánico. Ya Jovellanos, un siglo antes, recordaba el disfrute que daba el lugar. Cerca se proyectaron zonas de recreo con álamos y otra llamada del «Bombé» porque la nueva sociedad buscaba esparcimiento y socialización donde hacer negocios y airear elegancia y poderío.

El ensanche se llevaría por delante el conjunto franciscano tan ligado a la historia de la ciudad, donde muchos se habían educado y apellidos notables habían buscado acomodo eterno a sus ancestros fallecidos. Cuando la Diputación, de acuerdo con el Ayuntamiento, decidió demolerlo para levantar su sede, la oposición intelectual arreció. Pero estaba sentenciado y la piqueta lo demolió. Desapareció antes bajo la guillotina de la modernidad el «sagrado y legendario Carbayón, árbol secular», abatido en 1879 por el «hacha municipal».

Entre 1890 y 1910 el entronque de Fruela-Uría sufrió una transformación total, en buena medida impulsada por la construcción del Palacio que hoy es de la Junta General. Obra del entonces arquitecto provincial Nicolás García Rivero (1853-1923) hubo de luchar con múltiples dificultades, con desniveles del terreno, búsqueda de materiales y los costes. La Casa-Palacio de la Diputación Provincial, con su verja señorial encerrando un pequeño jardincillo nada versallesco, que para eso estaba el contiguo, se convirtió pronto en una parte sustancial de la vida social de los lugareños. Los visitantes adquirían ya postales fotográficas como recuerdo de sus viajes, en costumbre popularizada a principios del XX. Son numerosísimas las vistas del nuevo Palacio en construcción; por fuera con la plaza 25 de marzo (hoy de la Escandalera) siempre bullendo de gente animada y coches de caballos; en el interior la escalera principal monumental, los salones del Pleno (actual Constitución) o de recepciones (hoy Europa) con los bustos de Jovellanos y Uría, sus más antiguos habitantes, traídos desde su anterior morada en San Vicente.

Alrededor del Palacio se abrieron nuevas calles y se instalaron, en bellos edificios, los centros del dinero. El Banco Herrero, al lado, obra del reputado arquitecto Manuel del Busto. Y muy cerca, un poco más tarde, el Banco de España proyecto final de José de Astiz que fue rehabilitado en 1986 como sede de la Presidencia del Gobierno. Ambos pegados al «imponente palacio de la Diputación Provincial, que había proyectado Nicolás García Rivero en 1900 en estilo clasicista de influencia francesa, construido con piedra caliza gris».

El eje Fruela-Uría y los nuevos aires tal vez suavizaron la opresión social de la Vetusta que Clarín reflejara en “La Regenta”. Se fueron desplazando al extrarradio las actividades no deseadas antes céntricas: cárceles, hospital o fábricas. La nueva penitenciaria se concluyó en 1905, en la falda sur del Naranco, diseño panóptico, moderna idea de reintegración social que eso era «cárcel modelo». El Hospital, que había estado en San Francisco, se ubicó en Llamaquique; los talleres de fundición, ajuste y fraguas de La Amistad pasaron de Milicias a Nueve de Mayo… Y así más.

Las nuevas farolas de la electrificación, el arbolado, el mobiliario urbano, la proximidad del teatro Campoamor, abierto en 1892, del mercado El Progreso, del gran Juan Miguel de la Guardia acabado en 1887 dieron alas a un tiempo y un espacio que invitaba a la vitalidad. La animación comercial que el ferrocarril, portador de mercancías y gentes, había impreso a la calle Uría surtió un efecto de carambola social haciendo que muchas residencias burguesas salieran del «casco antiguo» y levantaran los bellos edificios con bajos comerciales impregnados de modernismo.

No es que el palacio de la Junta General fuera ayer o sea hoy un portento de edificio. Los hay más icónicos, antiguos y emblemáticos. Pero no es una construcción más. Es la casa-palacio común porque allí estuvo el centro político de la región antes, aunque tuviera momentos oscuros. Y ahora, con todos sus bienes cuidados, allí van los que deciden los asturianos que vayan y a donde estos se dirigen cuando les exigen cuentas.

[”La Junta General del Principado de Asturias. Un parlamento con nombre propio”. Oviedo, 2021. Incluye estudios de: Vidal de la Madrid (“El edificio que transformó la ciudad”), Javier Barón (“Arte en el palacio”), Juan Carlos Aparicio (“La colección contemporánea”), Alfonso Palacio (“La protección del patrimonio”) y Josefina Velasco (“La sede parlamentaria”)].

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