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Atención primaria o barbarie

El médico de familia reduce la mortalidad y la probabilidad de acabar hospitalizado

Los datos son tercos. Los estudios demuestran una y otra vez que ser atendido por el mismo médico de familia, de forma continuada en el tiempo, reduce la mortalidad y la probabilidad de que acabes en urgencias o hospitalizado. En los países desarrollados se ha demostrado que a mayor densidad de especialistas mayor mortalidad de la población. Lo que es bueno, excelente para una enfermedad, puede ser nocivo para otros problemas de salud, y cada vez son más frecuentes y complejas las personas con múltiples patologías.

El buen médico de familia sabe muchísimo de lo frecuente, un poco de muchísimo, convive con la incertidumbre, atiende a la persona en su conjunto, comprende tu barrio, tu pueblo. Nos has invitado a tu casa, hemos compartido contigo alegrías y pérdidas. Conoces nuestro nombre, y en la mayoría de los casos hemos establecido una relación de confianza que nos permite tomar las decisiones más adecuadas cuando la enfermedad aparece.

Pero la atención primaria, ese edificio que un día se había levantado con la ilusión e impulso de muchos, se desmorona, exprimida, ahogada, exhausta.

Nuestros políticos y gestores no entienden todo aquello que no sea técnica, máquina, laboratorio. Nada seduce y embelesa más que una lucecita brillante, una sirena o cualquier robot. Una de las causas, y quizás la raíz del problema, radica en que la atención primaria no es utilizada por aquellos sectores sociales con más capacidad de influencia sobre la opinión y poderes públicos (políticos, jueces, militares, profesores, etc.). Por tanto, ¿cómo vas a defender lo que no conoces, ni utilizas?

Por todo ello, vivimos en una constante paradoja. Hemos normalizado los 50 pacientes/día. ¿A nadie le suena aberrante, aspirar a resolver las singularidades y acontecimientos vitales de un individuo en siete minutos?

Y no, no faltan médicos, huyen. Nunca en España se han licenciado y formado tantos médicos como ahora. Las malas condiciones laborales y la precariedad que existe desde hace tiempo en la Atención Primaria han contribuido a acrecentar la fuga de batas blancas, que eligen la sanidad privada o salir de nuestro país para ejercer la profesión. Recientemente la organización médica colegial ha actualizado estos datos: en 2021 se expidieron 2.504 certificados de este tipo frente a las 2.491 plazas de MIR en Medicina de Familia ofertadas en 2021. Estamos perdiendo toda una generación de médicos.

La vocación nos ha hecho mucho daño a los profesionales sanitarios. Claro que existe, pero a veces se confunde con un compromiso casi religioso basado en renuncias a la vida personal. Los médicos eventuales sufren carteleras agotadoras, más de 250 horas al mes, con escasa programación, que facilitan el abandono a la menor oportunidad. Supervivencia o renuncia es la idea mayoritaria.

No podemos seguir compitiendo con una urgencia hospitalaria que promete carteleras razonables, 12 días de trabajo al mes, y un sentido de pertenencia que nosotros no les damos.

No podemos tener a nuestros residentes recién egresados, cubriendo una atención continuada irracional, que prima la proximidad e inmediatez frente a la resolución. Accesibilidad y longitudinalidad son valores fundamentales en la atención primaria. Pero no es aquí y ahora. Es proporcionar una asistencia adecuada en tiempo, forma, coste y por el profesional más adecuado a la demanda.

Necesitamos un cambio de modelo, una mutación, una revolución para la trasformación. El marco de la Ley General de Sanidad de 1986 ha caducado. Apostamos por una atención primaria proactiva, personalizada, que rompa con la Ley de Cuidados Inversos enunciada por Tudor Hart. Estamos prestando atención en muchos casos, a quien menos la necesita. Pero los indicadores de salud y actividad son tercos, dejando en el arcén a los más vulnerables, a quién más nos necesita.

Debemos de incorporar nuevos perfiles profesionales, más trabajadores sociales, psicólogos, farmacéuticos, fisioterapeutas, odontólogos. Los sindicatos, deben dejar de defender la antigüedad como único criterio de progreso. Los profesionales, optar por una autonomía responsable con rendición de cuentas, abandonando la comodidad y seguridad de una plaza estatutaria, sumisos a las decisiones del servicio de salud.

Es el momento de ser valientes, de tomar decisiones, de hacer los cambios necesarios, cada uno desde su lugar de trabajo, de adueñaros de nuestra agenda, de apostar por nuevos modelos organizativos, de entender la peculiaridad de cada equipo, de cada centro. No esperemos que el SESPA lo haga, porque no lo hará, ni tiene capacidad para hacerlo.

Tenemos que creernos nuestras bellas palabras y apostar de una vez, por una atención primaria de todas y para todos. Si no lo hacemos, sin atención primaria, y recogiendo la sentencia de Rafa Cofiño, sólo queda la barbarie.

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