La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La columna del lector

Carta a Carlos López Otín

Aunque no creo que leas esta carta, me veo en la obligación moral de escribirte y que todo el mundo sepa, si es que alguien aún no lo sabe, la injusta, cruel y durísima situación que estás viviendo y llevas soportando años.

Es difícil que el acoso a una persona quede reservado al acosado y al acosador, que nadie en el centro escolar, laboral o en un entorno de amigos, haya visto u oído nada, porque siempre existe la figura del que lo consiente. Cualquier motivo es válido y el que lo sufre, no importa su edad, sexo, color de su piel o capacidad intelectual, queda marcado para siempre –eso no prescribe– o algo peor, puede que no siga viviendo, porque hay varias formas de morir en vida: morir de angustia, morir de miedo, morir de dolor …

Gracias por contarlo, Carlos, para aquellos que no habían “visto ni oído” … Conociéndote como te conozco, cuánto te habrá costado enfrentarte al doloroso proceso de destapar lo que estabas viviendo (que está muy lejos de ser unos pequeños roces entre colegas), escuchando mentiras y recordando actitudes y hechos inexplicables cargados de maldad y envidia que lamentablemente ya se habían hecho crónicos en tu ambiente laboral. Un ambiente que los de fuera, presuponíamos sano por entender que la universidad debe ser una institución modélica ya que tiene la ingente tarea de formar integralmente a jóvenes cargados de ilusión que se encaminan a un futuro prometedor, y qué duda cabe, que los profesores deben de ser un referente para los alumnos. ¡Cuánto sufrimiento inmerecido!

Nadie se puede poner en tu piel, te hemos hecho perder tu bien más preciado: la armonía molecular de la que tanto hablas en tus charlas, pero no ha sido por una enfermedad natural que tan profundamente y con tanto éxito has estudiado, sino por la envidia de unos y la pasividad de otros.

El daño ya está hecho, eso no tiene remedio, ya no vale que nos lamentemos, no vale ni un lo siento ni una palmada en la espalda, lo que valen son los hechos. Hay que actuar.

No solo las instituciones deben pedirte perdón, deben además ser valientes y resarcirte, darte las gracias cada día del resto de tu vida por tu prestigioso trabajo reconocido en todo el mundo, por ser como eres, por haber llevado una vida de servicio sin pedir nada a cambio, por recorrer los institutos y colegios asturianos motivando a los estudiantes, por haber acercado la ciencia allí donde te lo han pedido, por haber creado escuela entre tus discípulos, por haber situado nuestra universidad en la excelencia. Debemos darte el mayor de los reconocimientos públicos, aunque sé que ni te gustan ni los necesitas, pero si lo único que pedías era algo sencillo: ¡que te dejaran trabajar en paz!, y ni eso hemos hecho.

Siempre estaremos en deuda contigo y con tu equipo, vuestra contribución a la ciencia es prolífica y valiosísima, más bien clave, y tus últimos libros que conforman “La trilogía de la vida” un compendio maravilloso de ciencia y cultura. Has dado literalmente y a través del conocimiento y el estudio, tu vida por los demás, gente anónima y enferma, y ¿cómo te lo pagamos? Me avergüenza la respuesta.

No quiero ser de los que miran hacia otro lado, ni de los que callan porque es ese un silencio cómplice. No tengo las herramientas para una gran revolución, y créeme que me gustaría tenerlas. Solo puedo mostrarte mi apoyo, cariño y admiración desde estas letras con la confianza de que la Universidad de Oviedo actúe con firmeza y no le tiemble la mano para sancionar a quien corresponda. Y que los responsables del Principado y demás instituciones hagan lo oportuno. Asturias debe ser un Paraíso Natural en todos los sentidos, no solo un eslogan publicitario.

Estamos orgullosos de ti y de tu trabajo, Carlos, ojalá no sea demasiado tarde para decírtelo.

Compartir el artículo

stats