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Josefina Velasco

Libros

Arca de conocimiento, vendaje del alma; la salvación de Don Quijote

En un poema que se hizo canción y sintonía de un programa dedicado a la lectura hace ya algunas décadas se repetía que «todo está en los libros». Tal vez no todo, pero de casi todo se puede aprender mucho en los libros, en los buenos libros.

Y es que desde que el genio de Gutenberg diera alas impresas a la divulgación masiva del conocimiento y la recreación ideadas por el humano ser, las letras así esparcidas han sido el motor principal de la acción de los seres pensantes; a España llegó hace 550 años de la mano de Juan Párix de Heidelberg a Segovia. Hay buenos y malos libros, con buenas y malas ideas, para todos los gustos y apetencias.

La diversidad en la producción literaria siempre ha sido un acicate en la exploración de cambios sociales. Por ello las autoridades han aplicado a esta poderosa herramienta una vigilancia estrecha, derivada en persecución y destrucción cuando lo que en ellos se ponía incomodaba al poder establecido cuestionándolo. Más sutil, en otros casos la imposición de facto de normas de corrección ha provocado la autocensura, también mutiladora del ingenio. Pero los libros siempre salen triunfantes porque embridar la acción no es un logro que pueda mantenerse ad libitum.

La impresión hoy ha dado paso a múltiples formas de divulgar el saber, la creación, la invención o la recreación. La poderosa máquina internet y la proliferación de las redes sociales facilita la conexión a escala nunca conocida, si bien a veces, muchas, en detrimento de la seriedad y el rigor. Hace algunas décadas se vaticinaba la muerte del libro «de papel» y editores, impresores, libreros o bibliotecarios ampliaron sus recursos adoptando también las novedades técnicas. Incluso el libro electrónico y las descargas masivas han hecho que numerosas personas, ávidas poseedoras más que ávidas lectoras, coleccionen títulos que en su vida podrán siquiera ojear porque ni ven los libros ni ocupan en su espacio vital lugar alguno. Por eso no ha muerto el libro como entidad material, porque también el tacto, el olor, la interacción física de pasar página forman parte del placer lector.

Dejando al margen la gran producción de obras de todo tipo de las comunidades hablantes más numerosas o de mayor influencia en el mundo actual, tales como el chino o el inglés, el español es el idioma más universal, el que hace que se entiendan más de 500 millones en todo el mundo… y en ascenso.

La Asociación de las Academias de la Lengua Española constata esta vitalidad y salud y la Real Academia Española del mismo modo opina, pese a que en la madre patria del idioma sea donde al parecer éste necesita más defensa. El conjunto de comunidades hispanohablantes tiene cita anual ineludible con el Premio de Literatura en Lengua Castellana «Miguel de Cervantes» desde que se instituyera en 1975. No es el de mayor dotación económica, pero sí el más prestigioso al valorar el conjunto de toda la obra del autor elegido. En sus 46 ediciones se reparte casi por igual entre España e Hispanoamérica el reconocimiento a la vitalidad creativa de ambas orillas que el Atlántico, temido en otros tiempos, une, ya no separa.

Un año más, en el Día del Libro, 23 de abril en honor al gran Cervantes en el 406 aniversario de una muerte que lo proyectó para siempre a la vida eterna, que con su pluma volteó la literatura genial, toca luchar contra la ignorancia hacedora de muchos entuertos y como el San Jorge de la jornada contra los dragones pérfidos que aún interrumpen los bellos sueños.

En ocasiones varias los escritores de allende el mar han salvado los baches narradores de este lado con el empuje de sus obras de un implosivo realismo mágico. Por eso la distinción de los hasta hoy veintitantos hispanoamericanos está más que justificada.

Sin ánimo de ser exhaustivos, casi al azar elegidos, ellos reconocen que la lengua es un tesoro: «los problemas que asedian a nuestros países no son tan distintos, pese a los océanos que nos separan, porque tenemos un idioma común, una maravilla de la que debíamos dar gracias al cielo (o a la casualidad y a la historia) todos los días», escribió hace nada Mario Vargas Llosa, premio 1994.

Los desaparecidos, tan vivos, Carlos Fuentes, mexicano, premio 1987, se declaró «escudero de Quijote» afirmando que «puede discutirse el grado en el que un conjunto de tradiciones religiosas, morales y eróticas, o de situaciones políticas, económicas y sociales, nos unen o nos separan; pero el terreno común de nuestros encuentros y desencuentros, la liga más fuerte de nuestra comunidad probable, es la lengua»; o el también mexicano Fernando del Paso, distinguido en el 2015, reconociendo que «yo nací en el ámbito de la lengua castellana el 1º de abril de 1935 en la ciudad de México…» y cerraba con un muy personal agradecimiento…«profundamente a la Providencia, a la casualidad o a la causalidad el haberme hecho súbdito de la lengua castellana, a mi país México y a mis padres por haberme dado este lenguaje».

Y sobre lo que Cervantes y su obra cumbre representan, el madrileño Francisco Umbral, premiado en el 2000, recordaba las palabras de Unamuno definiendo El Quijote como «la Biblia de España» a la par que destacaba que «Cervantes es la modernidad por todo lo que se ha dicho y por sus dos máquinas de guerra: un hidalgo y un fantoche llenos de sol y viento. Con sólo esa artillería pone en pie las Españas».

La uruguaya, afincada en España, tan de las dos orillas, Cristina Peri Rossi es la galardonada del 2021 que este año debe –aunque parece que no lo hizo personalmente – recibir el aplauso público. Es la sexta mujer en obtener el premio. La precedieron las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010), la cubana Dulce María Loynaz (1992), la mexicana Elena Poniatowska (2013) y la uruguaya Ida Vitale (2018).

El asturiano ya fallecido, recientemente homenajeado in memoriam José García Nieto, distinguido en 1996, proclamaba orgulloso su pertenencia a la comunidad hablante desde la España que lo promociona en discurso leído por su amigo Joaquín Benito de Lucas al recoger al año siguiente su galardón en el maravilloso paraninfo de la cervantina Universidad de Alcalá de Henares:

Esto que tienes ante ti,

hijo mío, es España.

No podría decirte -yo no puedo,

al menos, con palabras-

cómo es su cuerpo duro, cómo es su cara trágica,

cómo su azul cintura, extensamente

humedecida y agitada.

Así de hermosa es la lengua que hablamos todos.

[Discursos de los Premios Miguel de Cervantes. Archivo de RTVE (acceso libre)]

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