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Martín Caicoya

La cosa iba bien para la humanidad hasta el Covid

Las crisis económicas y sociales acaban repercutiendo en la salud de todos

Las cosas, desde la perspectiva de las estadísticas, iban bastante bien en el mundo hasta que apareció SARS-cov-2. Aún es pronto para conocer todas sus consecuencias negativas para la humanidad. Pero todo apunta a que ese progreso que celebrábamos con números, en contra de la percepción de que todo estaba mal, no solo se ha detenido sino que ha regresado.

La pobreza, definida como la disponibilidad de menos de 1,9 dólares diarios, se había reducido en 100 millones de personas (desde 745 a 645) entre 2015 y 2019. La crisis económica había moderado el descenso y fue la pandemia la que más afectó. En solo un año casi perdió todo lo ganado y se prevé que al final de 2021 el número de pobres se haya elevado a 751 millones. Cambios ocurridos en poco tiempo que tienen un significado menor en la historia de la humanidad, pero son reales en las personas afectadas. Como ocurre con el hambre. Su evolución había sufrido el embate de la crisis económica deteniendo el descenso que había llegado a 200 millones. Se espera que al final de 2021 se vuelva casi a la cifra de pobres de la que se partía en 2005. El hambre, sobre todo en niños, es enfermedad y muerte porque la resistencia a las enfermedades infecciosas depende fundamentalmente de la buena nutrición.

Cuando la OMS quiso evaluar el impacto de los sistemas sanitarios sobre la salud, decidió que uno de los más importantes contribuyentes, y de fácil obtención a lo largo del siglo XX, es la educación. De acuerdo con la ONU, antes de la pandemia, el progreso en la educación era demasiado lento para lograr el Objetivo 4 del programa de Desarrollo Sostenible para 2030. Un año después de la crisis el número de niños con dificultades de lectura aumentó en 100 millones. Los más pobres y vulnerables son los más afectados. Se incrementan así las desigualdades. Piketty explica en su nuevo libro que se debe alargar la vista para ver realmente los cambios y demuestra que todo ha mejorado desde el XVIII, naturalmente con altibajos. Lo que ahora sufrimos esperamos que sea un bache y regresemos a la senda de mejora en el bienestar de la humanidad. Pero se teme que muchos niños nunca volverán a la escuela. Los gastos provocados por la pandemia, la contracción de los ingresos y probablemente el conflicto entre prioridades, hacen que hasta el 65% de los gobiernos de los países más pobres y el 35% de los más ricos hayan recortado el gasto en educación. La buena política sería incrementarlo para afrontar los déficits provocados por la pandemia.

El descenso experimentado en el siglo XX en la mortalidad infantil estuvo producido por las mejoras en las condiciones sociales y en menor medida, por las intervenciones sanitarias. La educación y alimentación, la vivienda, el saneamiento y el trabajo son factores que por un lado, disminuyeron las exposiciones a factores nocivos y, por otro, mejoraron la capacidad de los individuos de afrontarlos. El hacinamiento, la falta de protección contra las agresiones meteorológicas, algunas cubiertas vegetales donde anidan vectores de enfermedad y la invasión del humo provocado por la quema en hogares sin chimenea ponen en peligro la salud. El acceso a la electricidad es uno de los objetivos del programa de la ONU mencionado. Había mejorado algo hasta 2019. Pero se teme que los costes actuales provoquen un descenso en su uso, lo que, entre otras cosas, precipitará el uso medios alternativos, menos saludables, de calentamiento. En este panorama tan negativo, hay que celebrar que se haya avanzado, hasta 2020, en la proporción de personas que tienen acceso a agua potable, del 70% en 2015 al 74% en 2020 y saneamiento base, del 47% al 54%.

El virus provocó un cambio inmediato en el estado de salud. Y una crisis económica y social como no habíamos imaginado que también afectarán a la salud, pero su impacto tardará en mostrarse. Es posible, como se apunta en los datos, que ni la mortalidad infantil ni las expectativas de vida hayan disminuido en 2020. Con las reservas que se deben tener por las muchas dificultades que la pandemia produjo en la recogida de datos, de acuerdo con el Banco Mundial, la mortalidad infantil pasó de 28,1 por mil nacidos vivos en 2019 a 27,4 en 2020, y las expectativas de vida de 72,7 a 72,9.

La pandemia por el virus SARS-cov-2 produjo muchas muertes y mucha enfermedad. Esas consecuencias directas ya las hemos sufrido. Ahora nos exponemos a las indirectas provocadas por la crisis socioeconómica que exacerba la que ya había producido la gran recesión y que agudizará la guerra de Ucrania. Sin embargo, aún no muestran su negativo impacto en la salud. Eso es buena noticia porque deja un espacio, una oportunidad, para la intervención social. Por eso, las políticas que se desarrollen en los próximos años decidirán cuánto el deterioro de las condiciones socioeconómicas influirá en la salud y la calidad de vida.

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