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Guillermo Antuña

Hasta que lo perdimos

El legado de Guillermo Ulacia en la industria asturiana tras su relevo en Femetal

En su libro “París no se acaba nunca”, Vila-Matas recupera y hace propia la fiesta que había sido esa ciudad para Hemingway, y es que en ella, según el propio escritor catalán, había sido «tan feliz que ni me enteraba». Desde la dolorosa cercanía de los finales abruptos, todos miramos los buenos momentos del pasado con estupor y cierto desencanto. Con el tiempo, la nostalgia bien manejada debe servir para valorarlos correctamente y situarlos en el lugar que se merecen.

Guillermo Ulacia hacía balance, el pasado 17 de abril y en este mismo diario, de lo que ha sido su mandato al frente de Femetal. El texto no solo desgrana las claves del sector metal en Asturias, sino que, sin pretenderlo, refleja con fidelidad la naturaleza del firmante. Responde a su perfil ejecutivo y pragmático en el uso que hace de los datos y en lo conciso de su aproximación a los temas que aborda; pero sobre todo es tremendamente humilde en el tratamiento de todos los resultados obtenidos durante estos últimos años.

Dejaré esta vez los números a un lado. Guillermo es una persona de un altísimo perfil bajo: cuando entra en una sala, todos callamos para escucharle sin que jamás lo haya pedido. Cuando sale, todos seguimos hablando de él, sin que le dé importancia. Llegó a Femetal en 2014, cuando, ahogado por la crisis, el sector necesitaba volver a mirar hacia arriba. Por su etapa en Aceralia y Arcelor, conocía bien Asturias y su industria, siendo consciente de todo el sufrimiento que la reconversión siderúrgica había traído al Principado y teniendo siempre presente lo particular de su idiosincrasia. Sabía que era momento de cambiar las tornas, de crecer sin recurrir a burbujas ni pelotazos, y era consciente de que para conseguirlo se necesitaba un profundo viraje tanto en la mentalidad del sector, como en su forma de operar y organizarse. Por aquel entonces el concepto más innovador (término peligroso por lo vacuo de su contenido en la economía real) que escuchábamos en la región era “sinergia”. Girábamos en bucle en un modus operandi obsoleto pero muy, muy sinergético.

Conocí personalmente a Guillermo por aquel entonces, y poco después, bajo su tutela, pasé a formar parte de Femetal durante mis prácticas universitarias. Allí me di cuenta de que nos enfrentábamos a un verdadero parteaguas para la industria metalúrgica. También de que al mando estaba alguien excepcional, en la acepción más amplia de la palabra. Primero tuve la suerte de participar, aprendiendo de José Ramón Natal, en la creación de MetaIndustry4. En menos de dos años se estaba hablando de clusters, cadenas globales de valor, fabricación avanzada y aditiva, procesos digitales, innovación colaborativa… Guillermo volaba, se manejaba con velocidad y precisión al desgranar estrategias y planes de acción mientras el resto lo seguíamos a la carrera, poniendo mucha atención y todas nuestras ganas. El cluster, hoy magistralmente dirigido por José Ramón, es una realidad que se ha gestado durante años sobre el esfuerzo de decenas de miles de trabajadores, la iniciativa de cientos de empresarios, y el liderazgo indiscutible de Guillermo Ulacia. Posteriormente, Guillermo me encargó la realización de una propuesta para la remodelación de las relaciones laborales en el metal asturiano. Prácticamente todos los documentos de trabajo que me facilitó como punto de partida provenían de sindicatos y organizaciones obreras. Mi asombro fue aún más grato cuando me dijo: «si no reformamos parte del modelo y despertamos a empresas y sindicatos, todos los nuevos trabajadores del metal perderán progresivamente poder adquisitivo». Creo que en ese momento lo entendí todo.

Guillermo ha sido siempre lo que en estadística se conoce como “outlier”, un valor atípico que se sale de la muestra y se comporta de forma diferente al resto de los datos. Es un ejecutivo, un hombre de empresa incómodo para una parte del empresariado por su vocación constante de destruir el statu quo, de avanzar, de analizar el entorno en que se opera y prever el cambio para intentar anticiparse. Eso requiere inversión, miras de medio plazo con estrategias a largo y acciones a corto, y mucha actitud. Para parte de los sindicatos es otro hombre de negocios, resultadista y que por ello no puede representar un perfil comprometido con la sociedad y el empleo, que desde la actividad privada busque un consenso actualizado a la difícil coyuntura que vivimos. Estas dos vertientes confluyen al final de su texto, al que antes hacía referencia, y cuyas últimas palabras se dirigen a potenciar tanto el crecimiento del PIB como de los índices de progreso social. Este es solo el ejemplo más reciente.

Y así, los años han pasado, los buenos resultados se han sucedido, y Guillermo se marcha en silencio, como si no hubiera comandado esta transformación. Es responsabilidad de todos situarle en el lugar que le corresponde, como principal impulsor de una serie de cambios estructurales y conceptuales tan importantes para el conjunto de la economía asturiana, que hemos terminado asumiéndolos como naturales cuando hace pocos años desconocíamos su existencia.

Deseo a Fernández-Escandón toda la suerte y buen hacer en esta nueva etapa. No será una empresa fácil transitar las vías ya tendidas. De él depende seguir remando con constancia hacia el futuro, romper barreras y apostar por el frío y el miedo que produce la senda del cambio hacia el desarrollo, o volver al refugio y al calor de décadas pasadas a esperar la claudicación justificada por el ciclo económico adverso. Confío en que no será así, y seguiremos trabajando y creciendo.

Si como aquel París, esta Asturias de metal tampoco se acaba, será en gran medida gracias a toda la dedicación, sacrificio y talento que Guillermo ha volcado en ella durante décadas. Y espero que lo siga haciendo. Hace un año encontré en el archivo de la SEPI unas fotos de los primeros Consejos de Administración de Aceralia. Se la envié a Guillermo y él se rio con cierta nostalgia, «qué jóvenes estábamos». Discúlpeme, Presidente, pero yo le veo mejor que nunca.

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