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Virginia Gil Torrijos

Tratos y tratas

Contra la explotación sexual de las mujeres

El otro día llegué a casa después de una velada maravillosa con concierto, cena, café prolongado y charla aún más que prolongada ante un gintonic (de una amiga) y una cola cero (la mía), prolongación que llegó hasta altas horas intempestivas. ¡Qué terapéutico es tertuliar, tertuliar en directo, me refiero y tener conversaciones fluidas y reparadoras, sobre todo si éstas se producen en el fragor de la amistad! Han tenido que pasar días desde la temática de la noche pasada para enfrentarme a un artículo de opinión que hace semanas me ronda la cabeza. Adicionalmente hoy recuerdo como los críticos han calificado la literatura de la recientemente galardonada con el Premio Cervantes, Cristina Peri Rossi. La han descrito como una autora que corre riesgos, que escribe “sin red”. Escribir sin red es complicado. El riesgo a la sobreexposición pudiera ser hasta asumible en la literatura de ficción, incluso en la poesía, porque a ésta se la presupone intrínseca en el género, pero esa desnudez es difícil de acometer en los abismos de los artículos de opinión.

Da igual. (No, no da igual –diría mi amiga la del gintonic). Da igual, insisto. Voy a dejar de dar vueltas a como empezar a contar sin dejar de parecer una señora (aunque tampoco quisiera pasarme de señoritinga ñoña) un artículo en el que hoy quisiera hablar de sexo, aunque sienta un poco de pudor. Y es que las mujeres que nacimos antes de la muerte de Franco, aún fuimos educadas con el poso del “Libro de la joven” y en la estoicidad de la educación católica, educación en la que se insistía en la negación de los instintos hormonales y se nos inculcaba un sentido de culpabilidad ante la tensión sexual. No olvidemos tampoco que adicionalmente vengo de un pueblo donde todos se conocen, donde nada pasa desapercibido y donde a mi madre le comentan los artículos que escribo en este diario. Pero da igual (o no), el caso es que hoy quisiera hablar de sexo, de consumo de sexo, de doble moral, y de tratos como acuerdos para encuentros esporádicos o de los siempre recurrentes en las parejas de trenes de largo recorrido. Y también quisiera hablar de trata, de trata de personas, de trata de mujeres, de trata de menores, de niñas, de violencia, de proxenetas y de redes.

No sé si aún España se considera un país con valores cristianos o con valores humanos, pero el caso es que en este país estamos en los primeros puestos de un ranking vergonzoso, en el ranking de demanda de prostitución. El tercero en el mundo según los datos de la ONU y el número uno de toda Europa. Casi nada.

Además, las estadísticas afirmen que el 84% de la trata de personas se realiza con fines de explotación sexual y el 94% de las víctimas de esa trata son mujeres y niñas. Un mercado que funciona a través de la ley de la oferta y de la demanda. Y que parece ser tira de la economía. Aunque hay otras clases también de tratas, como las que se produce por ejemplo por el tráfico de órganos. Da pánico solo de pensarlo: un riñón, un corazón, un hígado, un trozo de carne de una persona, seguramente de un ser desgraciado víctima del infortunio. ¡Qué horror! Pero no nos engañemos. Esto ocurre. Esto sucede. Seguramente ahora mismo está pasando más cerca de lo que imaginamos. Muchas organizaciones han estado incidiendo en alertar como los proxenetas y los traficantes han aprovechado la salida de refugiados desde Ucrania para abastecerse de personas y ampliar su porfolio de productos, de cuerpos: mejor si son jóvenes, casi mejor si son casi niñas. No sé a ustedes, pero a mí me es difícil visualizar tanta crueldad. Da todo bastante tristeza, la verdad.

Dice la Policía Nacional que por trata se entiende la captación, transporte traslado, acogida y recepción de personas recurriendo al uso de fuerza, rapto, fraude, engaño, abuso de poder u otro tipo de amenazas. La trata no es un trato en libertad sino todo lo contrario. Cuando en los años 80 llegó a España la libertad sexual creo que la idea no era esta, la idea era la de la igualdad. La libertad sexual iba de dignidad y de capacidad de elección para procrear o no, para reproducirse o no, para aparearse o no, para acercarse o no a otra persona, para tocarse, para acariciarse, para darse calor o hasta para copular, sin que eso supusiera una tragedia lorquiana. Yo ya no entiendo nada. “Yo quisiera ser civilizado como los animales”, cantaba Roberto Carlos. Tal vez es que me hago mayor y ya comienzo a ver el mundo desde otro ángulo. Pero personalmente creo que las cosas así no van bien, que algo se está corrompiendo mucho. Debería resignarme a no pensar en exceso, a no intentar analizar que nos ha llevado como sociedad a estas terribles cifras. Tal vez quizá porque como siempre, siguen existiendo los dobles raseros de medir y los sepulcros blanquecinos en la eterna cuestión relativa a los lupanares y a la prostitución. Resulta curioso que muy pocas personas de este país admiten ser consumidoras de prostitución. Siempre son los demás, algún amigo, algún conocido pasado de alcohol el que se va con una chica tras una juerguecilla. Los demás solo estaban tomando una copa y echándose unas risas en un bar chungo, en una sidrería de luces de colores, en una whiskería, en un hotel de carretera, en un puticlub al que llegaron de casualidad, solo para confraternizar tras una despedida de soltero o tras una cena de amigotes y en el que-uno-por-el-otro entraron para no parecer raros. (¡Ja,ja,ja!, ¡qué guay!, ¡qué chupipandi!). Pero también dice la ONU que el 39% de los varones en edad adulta ha pagado en alguna ocasión por mantener relaciones sexuales. Eso es demoledor. Nadie consume. Nadie: pero después un 39%. Pensemos en los varones que nos rodean, pensemos en nuestros compañeros de trabajo, en nuestros amigos, en nuestras parejas, en nuestros maridos, en nuestros padres o incluso en nuestros hijos, un 39% de los varones adultos de este país…, un 39%. Eso es más que 1 de cada 3. Pero no pasa nada. Nunca pasa nada, porque seguramente las que esperen en pisos en condiciones de casi esclavitud son extrajeras y las españolas somos ya mujeres muy empoderadas, trabajamos como leonas, somos casi perfectas, las guerreras del siglo XXI, independientes, atractivas, mantenemos el control, sabemos hacer casi de todo, sabemos hasta batir huevos para hacer cupcakes. ¿Nadie ve que este país en algunas cosas ha cambiado para mal?, ¿para muy mal? Nuestras familias son muchas veces modelos de ejemplaridad, pero ¿estamos realmente preparados para ver lo que hay detrás del telón?, ¿son las mujeres españolas lo suficientemente valientes para mirar a los ojos a sus compañeros de vida, para preguntarles, para cuestionarles ciertas cosas o por el contrario siguen haciendo (como las buenas señoras siempre han hecho) la vista gorda? La estabilidad, la doble moral y la familia bien valen un sacrificio. ¡Ay la familia, la familia!... Las otras, las otras seguro que son las provocadoras, las otras generan la oferta. Ellos no querían. Nunca quieren. Van a esos sitios solo a tomar algo. Yo, por el contrario, creo que la no-asunción de los problemas hacen que se enquisten, que sean estructurales. Y también creo firmemente, que en verdad nuestros paradigmas sociales no funcionan. El consumo de ansiolíticos, las tasas de suicidios, la soledad, el consumo de prostitución…: Todo va en aumento. Algo no va bien. Las relaciones humanas se han vuelto muy turbias y aún más las sexuales. Internet tampoco es que ayude mucho. Tras las pantallas es como si predominase la ley de “un todo vale”. A mí cada vez me gusta menos el mundo del actual protocolo del apareamiento y sus cortejos sin cortejo. Todo es bastante antinatural, todo bastante amargo.

En las grandes ciudades como Madrid, sin libertad y con colas en los portales viven las prostitutas que las mafias ha captado con amenazas de muerte a sus allegados, o con falsos contratos de trabajo o con deudas desorbitadas por un viaje al primer mundo. En las ciudades más pequeñas no son tan evidentes, pero la policía no deja de desarticular organizaciones. Esto va de oferta, pero repito, también va de demanda. Y los demás, y sobre todo las demás, no vemos, no miramos, hasta reímos las gracias de una anécdota nocturna y así solo contribuimos al espanto.

Les comentaba antes que en una velada deliciosa asistí la otra tarde a un concierto solidario en el Auditorio de Oviedo impartido con total gracia y afinación por la soprano Paula Lueje y por Marcos Suárez al piano, bajo la organización de las activistas de Equilibra (Responsabilidad Social) y con el objetivo de captar fondos para la asociación APRAMP, una ONG que pretende integrar en trabajos dignos a mujeres y niñas que has sido objeto de explotación sexual, sacándolas de la calle y de los pisos inmundos. Esa es la razón por la que terminé hablando con mi amiga de sexo y de la doble moral de una sociedad en la que muchas mujeres, muchas modernísimas señoras, nunca estarían dispuestas a querer mirar hasta el fondo del infierno. Y también terminé hablando de las rusas que incitan a sus maridos soldados a violar a ucranianas. Todo eso ante un gin-tonic (el de mi amiga) y ante una cola cero (la mía).

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