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Martín Caicoya

Genes, enfermedad y tratamiento

El genoma dará mucha información útil desconocida

Se dice que en el Neolítico salimos del edén para encadenarnos a la tierra. Antes ella nos ofrecía sus frutos que recolectábamos entre largos periodos de ocio. El cambio consistió en hacernos agentes de la evolución de las especies elegidas: de ellas seleccionamos, una y otra vez, los individuos que más nos interesaban para que su progenie, cargada con la herencia de sus ancestros, satisficiera nuestros gustos y necesidades. Practicamos una eugenesia interesada, plantas y animales que ya no pueden vivir en libertad pero que, en las condiciones artificiales que les proporcionamos, funcionan. Aunque esa especialización de entorno las hace frágiles y a nosotros también. La disponibilidad de alimentos y la necesidad de mano de obra produjo un crecimiento de la población y las poblaciones. Cada vez más dependientes de las cosechas, cada vez más hacinamiento y riesgos infecciosos y, posiblemente, cada vez menos selección natural.

Esto último preocupaba a Francis Galton, inventor del término eugenesia, de “eu”, bueno y “genesia”, creación. La definió como “la ciencia de mejorar el stock,” una palabra para designar el ganado aquí se emplea para el conjunto de seres humanos. Mejorar el ganado se venía haciendo desde el comienzo del neolítico y se sigue haciendo hoy con la denominada mejora genética, una actividad científica exenta de riesgos morales, por ahora.

A Galton lo que le preocupaba era la degeneración de nuestra especie por la interferencia de los seres humanos en la selección natural, de manera que no siempre los más aptos sobreviven. Él, procedente de una familia patricia cuyos miembros ocuparon en el XIX puestos relevantes en la cultura y la ciencia, pensaba que la inteligencia estaba en su clase que cada vez tenía menos descendencia. La idea que intenta introducir es que la eugenesia se convierta en una especie de religión y “coopere con el funcionamiento de la naturaleza asegurando que la humanidad esté representada por las razas más aptas”, escribe en 1904 en la revista “Nature”. Continúan diciendo que la mejora del stock “parece uno de los objetivos más elevados que razonablemente puede intentarse. Ignoramos los destinos últimos de la humanidad, pero estamos perfectamente seguros de que es una obra noble elevar su nivel y desgraciado sería rebajarlo”.

Durante esa primera mitad del XX casi todas las sociedades occidentales desarrollaron leyes que prohibían la reproducción a las personas con algunas taras que se consideraban hereditarias, a la vez que promovían la de los que consideraban excelentes. Taras que podían ser físicas, mentales o sociales como las que albergaban en sus genes los judíos, los gitanos o los homosexuales, tres de los grupos objeto de discriminación y más tarde de exterminio, no solo por los nazis alemanes.

Como consecuencia del holocausto, toda referencia a la influencia genética quedó proscrita. Coincide con el ascenso del conductismo que en su extremo considera al recién nacido una tabla rasa sobre la que escribe la sociedad: lo que sea el adulto es consecuencia de su crianza. Mientras, en animales y plantas seguía practicándose la mejora genética que en los últimos años de XX ya no era solo por selección: también se hacía, y se hace, mediante la introducción o modificación de genes en el laboratorio.

Todo era cultural después de la segunda Guerra Mundial. Se atribuía a la madre el autismo de sus hijos: madre frigorífico llamaban. Y la esquizofrenia, a la familia. Hablar de caracteres heredados, como la inteligencia, era un sacrilegio. Se admitía, como no podía ser de otra manera, que algunas enfermedades eran fatalmente hereditarias. Dependen casi siempre de un solo gen. Hay muchas, pero, afortunadamente, afectan a muy pocas personas. No hay un gen para la enfermedad cardiovascular, la diabetes o la obesidad aunque en todas ellas hay una tendencia familiar. Pero ¿es la genética o la crianza?

Con las nuevas técnicas de examen del ADN se puede conocer la configuración genética de millones de personas y detectar variaciones en miles de genes que en su conjunto se manifiestan en predisposiciones, por ejemplo a la obesidad o a tener mejor rendimiento académico. No tienen carácter fatal, como el que alberga el gen de la Corea de Huntington que la padecerá inevitablemente. En la herencia poligénica los factores desencadenantes del medio tienen más fuerza. Puede haber incluso una interacción: aquellos factores del medio que los hacen más frágiles son además los más atractivos para ellos.

El comportamiento es causa fundamental de muchas enfermedades. Frente a la visión de que las elecciones son responsabilidad exclusiva del individuo, la salud pública considera que la sociedad es determinante, con sus ofertas y restricciones. A esto debemos unir las diferentes configuraciones genéticas que influyen en los gustos y elecciones además de hacernos más o menos vulnerables ¿por qué los medicamentos no tienen igual eficacia en todos los enfermos? En parte por los genes. Saberlo evitaría tratamientos inútiles, siempre dañinos, y se ahorraría en farmacia, una factura cada vez más inquietante.

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