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Luis M Alonso

La conciencia y la libertad

Adam Michnik, profundo conocedor de la historia y lúcido analista de las consecuencias que acarrea el pasado totalitario, recibe el “Princesa” de Comunicación en un momento oportuno

De orígenes judíos, el periodista Adam Michnik es la voz de la conciencia en la historia polaca reciente y uno de los intelectuales que ha sabido interpretar con mayor lucidez la Guerra Fría. Tampoco resultará fácil encontrar un análisis más perspicaz y profundo que el suyo de lo sucedido a partir de 1989 y de las consecuencias que acarrea el pasado. La mente totalitaria es para él, incluso en su insondable y mediocre oscuridad, un objeto de estudio. Extremadamente valiente, jamás se dejó arredrar por quienes le consideraban un “traidor sionista”. En los momentos más peligrosos de la represión, rechazó las propuestas de exilio que le llegaban desde Israel por considerarlas, en su caso, “un suicidio moral”. Él, Michnik, estaba obligado a permanecer junto a los suyos en las horas decisivas de la historia. En 1983 le escribió desde la prisión una carta al general Czeslaw Kiszczak, ministro del Interior que antes había impuesto la ley marcial, en la que le decía: “Tu alma es tan generosa como la estepa ucraniana. Eres un cerdo vengativo y deshonroso. Para ti puede ser una novedad que en este mundo existan el bien y el mal”. Seis años después, los hechos le daban la razón y el régimen comunista en bancarrota se hundía tras una derrota no demasiado cruenta, abriendo el camino a las suaves transiciones a la democracia en Europa central. Polonia, el país que los alemanes y rusos se habían repartido de manera grosera y abusiva, liberaba al Este.

El mayor éxito de Michnik, que fundó “Gazeta Wyborcza”, el periódico polaco más importante e influyente durante la transición, fue entender antes que la mayoría su responsabilidad personal. De esa forma, estando donde debía estar en el momento adecuado, modeló su figura como faro indiscutible de la disidencia y la libertad. No le movió el ánimo de revancha contra los represores, pero sí persiguió con ahínco la necesidad de aplicar la justicia en cada momento. Profundo conocedor de la historia contemporánea, escribió que el totalitarismo suponía la venganza de las víctimas. El nazismo se tradujo en la desmedida respuesta por el desfavorecedor tratado de Versalles hacia Alemania. La revolución soviética fue el resultado final del rencor de los oprimidos contra el Zar, los dueños de las fábricas y los ricos. En la Revolución Francesa, resumiendo, lo que se juzgaba era al Rey, no la traición de este hacia sus súbditos. Michnik se refirió con frecuencia a la Revolución Americana como un ideal democrático de libertad.

No hace todavía mucho, coincidiendo con la invasión rusa del vecino, en una carta escrita en ucraniano destapó las patrañas de Putin, recordando que cualquier persona familiarizada con la historia de Polonia sabe que en septiembre de 1939, cuando los nazis invadieron su país, lo hicieron con la excusa de que era para proteger a la población de etnia germana. Y que dos semanas después los soviéticos acudían en ayuda de Hitler para, supuestamente, también defender a los perseguidos de Ucrania y Bielorrusia. “Hoy las tropas rusas avanzan”, escribía Michnik, “para proteger de forma pacífica a los ucranianos de sus propios compatriotas fascistas y nacionalistas, que están llevando a cabo un genocidio en el Donbás”. El ataque de Putin, explicaba el periodista polaco, se convertía en una reminiscencia de las tácticas empleadas por Hitler y Stalin, utilizando además la misma repugnante retórica de los más notorios regímenes totalitarios del siglo XX. La agresión injustificada y salvaje volvía a estar de lado de los que, como el general Kiszczak, el bien y el mal son una novedad imperceptible.

Tratándose de un polaco, las palabras de Michnik cobran valor y significado especiales cuando escribe: “Ucrania es posiblemente la nación más desafortunada de Europa. A pesar de su coraje y heroísmo, los ucranianos fueron incapaces a lo largo de los años de crear su propio estado. Han sido víctimas de la rusificación y la colectivización, la represión y discriminación, encarcelados y torturados. Padecieron las grandes hambrunas promovidas por el terror de Stalin en los años treinta. Perecieron a manos de los invasores nazis y después de los opresores estalinistas”. Las palabras del periodista fundador de “Gazeta Wyborcza” sobre Putin resumen la obsesión criminal del primer dirigente del Kremlin: “ Este teniente coronel de la KGB entiende el mundo como su propia prisión privada, donde todos son de su propiedad, todos pueden ser encarcelados o asesinados. Anna Politkóvskaya fue asesinada porque escribió la verdad sobre los crímenes en Chechenia. Borís Nemtsov porque era un político popular que defendía la democracia rusa. Mijaíl Jodorkovski fue encarcelado porque se atrevió a criticar públicamente la corrupción del régimen. Hoy, Alekséi Navalni está en prisión porque habla con la voz de un pueblo ruso que no quiere ponerse el uniforme de los sirvientes de Putin”. Y añadía: “El mundo debe saber esto si quiere tener el coraje de no dejar que triunfe el veneno de la aquiescencia a estas acciones criminales. El silencio puede ser una señal de cobarde aprobación y entrega a esta fuerza criminal”. De su discurso hay que extraer, como escribió en “Busca del significado perdido” (Acantilado, 2013), que un idealista jamás se debe rendir a la desesperación y que democracia, además de elecciones libres y urnas, significa un diálogo permanente, donde polemizan los valores y los métodos para ponerla en práctica, y también un debate sobre el pasado, una discusión acerca de la verdad histórica, así como el empeño en proteger la libertad de buscarla.

La invasión rusa de Ucrania y el intento de retroceder a la situación que se vivía antes de 1989 hace que pocos premios resulten más oportunos que este “Princesa” de la Comunicación y Humanidades a Adam Michnik, uno de los intelectuales que con mayor decisión han combatido la deriva totalitaria en Polonia y el resto de los países del Este de Europa.

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