Los fondos europeos empiezan a resultar algo parecido a un gran misterio. Todo el mundo habla de ellos. No hay semana en que no surjan estadísticas complacientes sobre la buena marcha de su ejecución, en Asturias y en España, y la eficaz gestión desplegada respecto a otros países del continente. Pero muy pocas empresas pueden certificar por el momento que hayan recibido un solo euro. Particularmente las pequeñas, que conforman casi el 95 por ciento del tejido productivo asturiano. LA NUEVA ESPAÑA desveló esta semana, gracias a una herramienta digital elaborada por un grupo de especialistas en economía, que los organismos públicos son los grandes beneficiados de las adjudicaciones y que sacan adelante con esas partidas obras antiguas arrastradas durante décadas.

El programa “Next Generation” va a posibilitar, según la doctrina del gobierno de Pedro Sánchez, la conversión de España en líder en la fabricación de coches eléctricos y microchips, en energías limpias y digitalización. Para el desarrollo de cualquiera de esos ámbitos, desde instalar una fábrica de baterías como la que acaba de anunciarse en Sagunto a producir hidrógeno verde, Asturias es una candidata extraordinaria por capital humano, tradición laboral, trabajadores cualificados, recursos hídricos, red de infraestructuras y disponibilidad de suelo. Pero seguimos desorientados sobre qué camino tomar, sin inteligencia a largo plazo, ni estrategia para avanzar, sin apenas peso político ni ideas de calidad suficiente.

Según las cuentas oficiales, 17.000 proyectos ya se han beneficiado de la primera partida de 19.000 millones de los fondos de la UE. Al Principado le han correspondido 566 millones de un reparto ejecutado con criterios desconocidos, sin debate previo que enriqueciera la orientación y con un férreo control desde las oficinas de La Moncloa en un país que peca de clientelismo. Sumar cantidades a trazo grueso es una forma desenfocada de acercarse al asunto, porque no se trata de gastar mucho y rápido, sino de hacerlo bien. Especialmente en una comunidad con pésimas experiencias anteriores y a la que ya se le van agotando los salvavidas. ¿Y el dinero dónde está? Políticos de la oposición y empresarios asturianos llevan tiempo formulándose esta pregunta. Muchos insisten en que todavía no han visto “un céntimo”.     

Rastrear una maraña de miles de obras resulta un proceso difícil que paradójicamente acaba por volver casi opacas las licitaciones pese a figurar en los portales de transparencia. Un equipo de profesores vinculados a una institución académica privada catalana acaba de conseguirlo mediante un algoritmo que explora las listas de contrataciones públicas y clarifica el desorden. Sus conclusiones ayudan a entender lo que pasa. La inmensa mayoría del chorro europeo, en Asturias igual que en el resto de regiones, acaba ahora mismo en manos de entes como el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif) o la dirección de Carreteras. Con ese nutriente impulsan compromisos antiguos que llevan años estancados, como la reforma de la línea férrea de Laviana a Gijón, el soterramiento de las vías de Langreo o la adecuación a las normas de seguridad de los túneles del Padrún.

¿Vamos a desperdiciar quizá la última oportunidad convirtiendo el maná de la UE en otro despilfarro en vez de un acicate para la reindustrialización? Somos capaces de tropezar dos veces en la misma piedra

Mal comienzo de los fondos de resiliencia: no están pensados para eso. Ya no es solo que sirvan para camuflar el agujero de las administraciones y cubran lo que debería correr por cuenta del presupuesto ordinario, sino que dejan de alcanzar directamente al tejido productivo real, el más pequeño, necesitado y mayoritario. Parece que únicamente los grandes organismos cuentan con fortaleza para asimilar los engorrosos trámites exigidos o para cumplimentar el extenso capítulo de requisitos. Al final, entre controles y gastos en asesores, a las pymes no les compensa adentrarse en las solicitudes.

España llegó al desplome de la pandemia en mala situación de deuda y déficit. Recupera pulso aún más debilitada. La reactivación del empleo es ficticia cuando se basa principalmente en la contratación de las administraciones. Evitar que el grifo se seque depende de recortar gastos inútiles, asignatura pendiente desde la burbuja de 2008. Urge, sí, otra política fiscal, aunque no para subir o inventar impuestos, sino para sacar el máximo rendimiento a los actuales y recaudar de manera eficiente.

Asturias marchitará la esperanza si sigue tirando de viejos resortes ante los nuevos desafíos, sin una concepción renovada que la libere de espíritus del pasado como el intervencionismo, la cesión de la iniciativa, la falta de ambición o el confort de lo público. Para recuperar tiempo perdido y distancia con los territorios ricos, precisa una expansión sin precedentes. Al maná de la UE se le atribuyen unas facultades taumatúrgicas para disponer la economía hacia su máximo potencial de crecimiento. ¿Vamos a desperdiciar quizá la última oportunidad convirtiendo esos fondos en otro despilfarro en vez de un acicate para la reindustrialización? Somos capaces de tropezar dos veces en la misma piedra.