De la noche a la mañana, todo es urgente. Cortar los lazos económicos y energéticos con Rusia se ha convertido en prioridad para la Unión Europea y para todos aquellos que aspiramos a acabar con la agresión que sufre el pueblo ucraniano. Es una cuestión de principios: no podemos seguir poniendo miles de millones de euros en los bolsillos de Putin.
El objetivo está claro. ¿Pero cómo llegamos a él? Esta semana ha sido especialmente intensa en Bruselas a la hora de abordar el debate energético. Por una parte, la Comisión presentó ayer REPowerEU, un paquete de medidas para cortar la dependencia del gas ruso a un ritmo de vértigo. El Ejecutivo de Von der Leyen quiere que a finales de 2022 importemos dos tercios menos de ese gas.
El otro momento importante se vivió el martes. El comité de Medio Ambiente del Parlamento Europeo votó siete normas clave para el futuro de la descarbonización de la industria. Dos de ellas se debaten en el sector desde hace meses: la remodelación del mercado de derechos de emisión y la creación de un mecanismo de ajuste de carbono en frontera.
En esencia, estas políticas buscan gravar con impuestos las importaciones que no cumplan las exigencias climáticas que perseguimos e incentivar la inversión de nuestras empresas para que no les salga rentable seguir contaminando.
La meta está clara y la compartimos todos. Pero estamos legislando para descarbonizar la economía de aquí al 2050, y durante este proceso el mantenimiento de la producción industrial y el empleo deben ser innegociables. Pero la Comisión propone acabar con los derechos de emisión gratuitos en el 2035, y del comité sale un calendario que temo que pueda ser demasiado ambicioso para la industria asturiana, tan relevante para el empleo.
Estas nuevas leyes, que todavía debemos votar en el pleno del mes que viene, inciden directamente en los costes que la industria europea afrontará durante la próxima década, años repletos de inversiones multimillonarias y de colaboración público-privada. Una observación: la descarbonización no se da por arte de magia, y es hipócrita defender un futuro sin emisiones y al mismo tiempo que se mantenga la soberanía industrial sin esperar una importante reconversión. Un cambio de paradigma que dará luz a un sector muy distinto al que conocemos hoy.
El escenario planteado por REPowerEU es deseable, pero deja varias incógnitas. Una de las más evidentes es la de las infraestructuras. Desde Bruselas he defendido en numerosas ocasiones la construcción del gaseoducto MidCat, un proyecto desechado en su día por el Gobierno socialista y que nos convertiría en un nuevo polo de entrada de gas natural en oposición al Este de Europa. No podemos perder esta última oportunidad para ganar relevancia geopolítica, y más teniendo en cuenta que la infraestructura puede plantearse también como una vía de distribución de hidrógeno verde a Europa.
Ahora bien, pese a que se contempla la financiación europea para este tipo de proyectos, sigue habiendo vaguedad. Da la impresión de que el plan es una gran declaración de intenciones con fondos ya previstos, en lugar de una revolución real para nuestra independencia energética. Y voy más allá: no se ha planteado ningún mecanismo de inversión que aglutine este tipo de proyectos, y se deja la opción de echar mano de fondos de Cohesión o la PAC para sufragar interconexiones. Esto es un error. No podemos cargar sobre los hombros del sector primario o sobre las regiones un peso que no les corresponde.
Vuelvo al principio. Hemos metido una marcha más en los procesos de descarbonización tras la invasión de Ucrania; apostar por las renovables y la interconexión energética con nuestros socios ha pasado de preocupación lejana a prioridad absoluta. Este cambio en la escala de valores es absolutamente positivo en el fondo, ya que nos obliga a poner remedio a un mal endémico, pero no podemos perdernos en las formas.
El ejemplo lo tenemos en casa. El cierre de las térmicas en Asturias era una parte programada del plan, y como tal debía contar con unos tiempos razonables y una hoja de ruta para los empleados. ¿Qué ha ocurrido? Que querer ser los primeros y adelantar cierres sin ofrecer alternativas ha dejado un panorama desolador para muchas personas. Las guías que marcaremos desde Bruselas deben contar con la complicidad de los Gobiernos y las empresas, no interpretarse como versos libres ajenos al contexto que nos rodea.
No hacerlo nos llevará a perder nuestra industria y los empleos de calidad que esta genera. Nos llevará a más desafección hacia el proyecto europeo en un momento definitorio de nuestra historia. Aceptar este futuro resignadamente no puede estar en los planes de ninguna manera.