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Carmen Martínez Fortún

Regla y salud

La nueva baja laboral por una menstruación dolorosa

Mi hijo me recordaba el otro día entre chanzas que una mañana de pequeño se encontró mal y mi respuesta fue “tómate un paracetamol y vete al cole”, y que a media mañana se tuvo que volver con fiebre. Lo mismo que ese día se metió en la cama con gripe, otros muchos, como a cualquier niño, niña, hombre o mujer, se le pasó el malestar y se quedó en clase porque hacerlo no suponía ningún riesgo para su salud.

Pertenezco a una generación –menos si estaba mi abuela cuando me quejaba que siempre me encontraba destemplada– que, como tantas otras y tantas después, si nos encontrábamos moderadamente mal nos tomábamos una pastilla, la que tocase, y nos íbamos, primero al colegio, luego a la universidad y luego a trabajar, según la estación de nuestra vida que transitáramos. Y lo mismo daba que fuera la regla –que por supuesto que duele, salvo a algunas afortunadas– que un constipado. Sería imperdonable por mi parte ironizar sobre la salud, la máxima cuestión vital, pues sin salud no hay nada, o mostrarme insolidaria con ese porcentaje de mujeres que sufren dismenorreas dolorosísimas. Yo también padecí alguna, desmayo incluido, que aún recuerdo con horror aunque me sirvieran para asumir como conocidos los dolores de parto cuando llegaron, pero encontrarse pasajeramente mal no es un problema de salud, y con una larga historia y experiencia a mis espaldas, sé, como todas, que una regla dolorosa no es inhabilitante habitualmente y se puede funcionar con ella, lo mismo que funcionamos con un dolor de cabeza, un carraspeo de garganta o una jaqueca.

No he sido una privilegiada, y en el transcurso de nuestra vida laboral, mis compañeras y yo, si hemos padecido enfermedad, hemos estado de baja, ya con una regla dolorosísima, ya con laringitis, pero también, como ellos, hemos trabajado encontrándonos mal. Imponer ahora la regla como enfermedad no contribuye en nada a la igualdad y supone otra entronización más de lo intrascendente, sobre todo cuando la misma ley acoge la barbaridad de permitir que las niñas aborten sin consentimiento de sus padres.

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