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Martín Caicoya

Protección total frente a la COVID

Enjuanes persigue la vacuna esterilizante del virus

Nadie acertó con sus previsiones basadas en la lógica, la biología, la analogía y la experiencia. Pronto se supo que era un coronavirus semejante a los que habían producido dos epidemias previas: se comportaría como ellos se pensó. No fue así. Aquellas dos epidemias se pudieron controlar en poco tiempo. En ésta, incluso con medidas nunca vistas, no se ha logrado. En un tiempo récord se diseñaron vacunas, algunas con tecnología nueva. Empezamos a estar tranquilos. El reto era conseguir una buena cobertura. Al principio se habló de que con el 65-70% se conseguiría inmunidad de rebaño. Pero ya antes de que se dispusiera de vacunas algunos expertos pensaban que necesitaríamos hasta el 90% porque se estaba viendo que este virus es más contagioso de lo que se creía. Fabricar y distribuir vacunas y conseguir que la población las aceptase parecía imposible. Se logró, con mayor o menor éxito. Ya se sabía que la vacuna no impediría el contagio, se esperaba que lo amortiguara. No fue así. Siguió propagándose, a veces con más fuerza. Su capacidad contagiosa parecía multiplicada. Algunos se infectaban dos, tres, cuatro veces. Ni la vacuna ni haber padecido la enfermedad parecía proteger contra la infección. Esa inmunidad provocada bien por el virus o por la vacuna evita la enfermedad grave, lo que no es poco. Las UCIs se vaciaron, los hospitales se aliviaron, la letalidad cayó espectacularmente. Pero la enorme capacidad infectiva de SARs-CoV-2 en sus variantes actuales hace que aún sea causa importante de morbi-mortalidad. Desde hace tiempo se habla de que tendremos que aprender a convivir con él, como con la gripe. Se inventó el termino gripalización. La idea es que se convertiría en una enfermedad estacional para la cual habría que vacunarse todos los otoños en función de la nueva variedad circulante.

Mejor que con el de la gripe es compararlo con el coronavirus del resfriado común. Convivimos con él, no es del todo estacional aunque está más activo en épocas frías. Porque compartimos más el aíre que respiramos y porque la mucosa respiratoria, los cilios, se inactivan con el frío de manera que no expulsan las partículas aéreas que penetran con la respiración. Casi siempre produce enfermedad leve y no es raro que a los susceptibles les ataque varias veces al año. Y como ocurre con SARS-CoV-2, en la misma familia a veces se infectan todos o uno se infecta varias veces. La mayor diferencia es que el SARS-CoV-2 es mucho más virulento y tienen una rara capacidad de producir enfermedad persistente que afecta a cualquier órgano o sistema.

Ese futuro de convivencia, realmente incomoda y no pocas veces peligrosa, con el virus puede verse modificada si una nuevas estrategia de inmunización funciona. Es la que está desarrollando en el CSIC el grupo de Enjuanes y en otros lugares del mundo. La idea es alertar a las células de la puerta de entrada del virus para que sean capaces de cerrársela. Son las vacunas nasales. Porque es un virus que penetra en el organismo por el árbol respiratorio. Se especula con la posibilidad de que pueda acceder a través del conducto lacrimonasal cuando infecta la conjuntiva ocular. No tengo noticia de una elevación de las conjuntivitis paralela a la epidemia.

La idea es que si se logran activar las defensas locales el virus no penetrará en las células de la mucosa, no se multiplicará allí y, por tanto, el sujeto que lo albergue momentáneamente no será contagioso. Será una inmunidad esterilizante. Hay, como en las vacunas intramusculares, varias técnicas. Lo más común es modificar un virus que no produzca enfermedad para que porte el gen de la famosa espícula. Esa proteína es la llave con la que abre la puerta de la célula diana. A la vez produce una respuesta inmunológica: anticuerpos que merodearán por la mucosa nasal y cuando detecten un SARS-CoV-2 se lanzarán hacia él se acoplarán a la espícula y esos virus ya podrán entrar en la célula: su vida se acaba ahí.

Además, con más calma, esos antígenos activarán las células asesinas, como drones que eligen el blanco específico, se lanzarán hacia las células infectadas y las englobarán y anularán. La otra técnica, más sofisticada y probablemente más eficaz, es la vacuna nasal de ARN, como las que con tanto éxito, en cuanto a protección de enfermedad grave, se han usado hasta ahora intramusculares. Una de ellas se desarrolla en el laboratorio de la doctora Iwasaki en Yale. La perspectiva es muy buena. Los resultados en animales de laboratorio inmunizados muestran que evitan la infección.

En el CSIC, el doctor Enjuanes desarrolla una con una técnica algo diferente. Lleva años trabajando con coronavirus, modificándolos. Los tiene que son capaces de producir inmunidad, que capó para que no fueran virulentos. Y ha desarrollado replicones de ARN que amplifican la capacidad de producir las proteínas que inducen la inmunidad. Son vacunas aún en fase temprana. Hasta ahora la experiencia es buena y por lógica, funcionarán bien. Quizá como refuerzo periódico de las intramusculares.

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