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LNE FRANCISO GARCIA

La boda de Asturias

A la boda sociológica de Asturias de los cien comensales sabemos que asisten doce niños, seis estudiantes, ocho funcionarios, cinco parados, nueve personas dedicadas a las tareas del hogar, treinta pensionistas y otros tantos trabajadores adscritos al sector privado. Y que estos treinta últimos serán los principales paganos del convite. Desconocemos quiénes son los contrayentes, aunque por estadística habrán decidido firmar el casamiento en el juzgado en vez de pasar por la vicaría. Seguramente se conformarán con alumbrar un único hijo y buscarán un nidito de amor con dos habitaciones y terraza.

Nada ha trascendido del menú del desposorio simbólico de la nueva economía asturiana, pero teniendo en cuenta el envejecimiento paulatino de los invitados, habrá que pensar en ofrecer de entradas una sopa de caldo de gallina o una crema que no será de nécoras, a causa de la inflación galopante. Será difícil hincarle el diente a un chuletón, a la vista de tanto molar desgastado por la edad. Y olvídese el acompañamiento de un lenguado Menier: a lo sumo un par de tajadas de gallineta con patata panadera.

A la hora del baile, no esperen a “Panorama”, que tiene cerrada la agenda hasta más allá de septiembre ahora que le van a quitar la mascarilla a las fiestas de “prau”. Confórmense si acaso con un recital de acordeón a cargo de los hermanos Lagutik. Si entre los invitados más veteranos hay socios de la Ópera, tal vez consigan que les pinchen en un tocadiscos de aguja la “Canzonetta sull´aria” de “Las Bodas de Fígaro”.

El vino no será de Cangas. Si lo piensan en frío, envejecer en esta región es como elaborar un tinto añejo: “Asturias Gran Reserva”. Gran reserva de geriátricos, osos, lobos y empleados públicos. No descarten que la boda de marras sea una versión moderna de la de Canán. 

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