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Eduardo González Viaña

La maravillosa orquesta del español

El idioma como unión

Esa tarde, el taxista me preguntó si yo era argentino o chileno.

–Su acento, ¿sabe usted?...

–Ni argentino ni chileno. Peruano. ¿Y usted?, no es de Madrid tampoco. Usted debe ser… de Extremadura.

Acerté.

–Y mi esposa es de Sevilla. ¡No sabe cuánto habla esa mujer!

–Bueno –respondí–, las primeras mujeres españolas en llegar a mi tierra fueron andaluzas, y bastaron diez para “andaluzar” América. Por eso, los hispanoamericanos seseamos como lo hacían los andaluces en esa época.

El fenómeno fonético opuesto al seseo es el ceceo. Antes los andaluces decían “corason” por corazón. Ahora, cecean o sea pronuncian “caza” por “casa”.

Entonces, le conté una historia al taxista:

Un andaluz le dice a otro que ha visto en la televisión a un héroe “portentozo” que “zocorre” a las viudas y ayuda a los necesitados. Es “el Zorro”, pero no puede recordar su nombre.

–Solo recuerdo que tiene una “Z” sobre el pecho.

–¿”Seraz” bruto? Si tiene una “zeta” es ¡“Zuperman”!

Me ocurrió algo similar en Cudillero, Asturias. En noviembre del año pasado, me dieron un premio literario y, cuando yo iba a agradecer, pensé decir una frase en bable, el idioma de los asturianos. Por fortuna, consulté con un amigo y este me dijo que, en Cudillero, con solo 5,000 habitantes, se hablan –además del español– dos bables diferentes, el de los que viven en las altas terrazas y el de los que habitan junto al mar.

En América, cada país habla un español con acentos diferentes según sus regiones y lo mismo ocurre en España que, además, tiene idiomas diferentes.

En Salem, Oregón, una anciana mexicana, viuda de un estadounidense, me dijo que ella nunca había podido hablar inglés:

–Entonces, ¿su marido hablaba muy bien el español?

–¡Qué va! El gringo no sabía ni darme los buenos días.

–¿Entonces?

–Para entenderse, hijo, lo único que se necesita es el amor.

Y así lo comprendo yo. Creo que cada uno de nosotros tiene a su cargo un instrumento en esta maravillosa orquesta que es nuestro idioma común. Creo que mi patria es mi idioma. Soy tataranieto de don Quijote y doña Dulcinea, pero también lo soy de Túpac Amaru y de Micaela Bastidas, y, a cada paso que doy, los encuentro repetidos en sus frases, en su bravura y en su defensa de la dignidad humana.

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