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Virginia Gil Torrijos

“The End”

A propósito de la guerra de Ucrania y su final

A veces hay noticias bastante espeluznantes sobre Rusia que quedan en un segundo plano eclipsadas por las noticias del frente. Son informaciones que cuentan macabros finales que en los últimos meses han acontecido a algunos oligarcas rusos vinculados sobre todo a empresas del gas y del petróleo. Esas noticias hablan de suicidios, de homicidios brutales tras una discusión familiar, de acuchillamientos o de envenenamientos con sustancias procedentes de sapos bufos tras rituales chamánicos. Algunos de esos óbitos han sido episodios en verdad muy inquietantes y esperpénticos. Lo que se esconde detrás de todo eso, los hilos de la trama hasta llegar hasta el autor o autores de los hechos, parecen ser sacados de una increíble novela de serie negra. Jugar con el diablo u oponerse al diablo, caer en su gracia o en su desgraciada, en las mieles de su poder, en sus chorros de oro o en el más sangriento y sórdido de sus infiernos, es, sin duda, muy arriesgado. El diablo no tiene nombre o forma concreta, o incluso pudiera tener múltiples, pero si esto fuera una ficción y yo el narrador hubiera dejado pistas en el relato para apuntar directamente a un lado. Aunque, ¿quién sabe?, la conexión e intersecciones de las subtramas pueden ser imprevisibles en esta realidad ciertamente distópica. En cualquier caso, la tasa de mortalidad entre los empresarios próximos al Kremlin, parece se ha incrementado exponencialmente en los últimos meses.

Me pregunto si la crueldad nos es innata, o si aprendemos a procesar el odio y la violencia por diversos factores hasta tenerlos muy interiorizados. Porque ¿cómo puede alguien pasar a cuchillo a niños, aunque sean los hijos de corruptos multimillonarios rusos y tengan carácter de persuasiva advertencia a navegantes?

Vivimos en momentos oscuros. Desde la pandemia todo parece como ajeno y descontextualizado. Todo es raro. También la guerra y nuestra visión del mundo. La inocencia parece se haya evaporado. Hoy a mi mente llega el personaje Kurtz en el “Corazón de las tinieblas” de él, y de todas las sombras de los muchos Kurtz que han existido a lo largo de la historia y del seguidismo en su locura. Y me viene también la imagen de extravagantes finales entre las escenografías impactantes en las que deben haber sucedido esas extrañas muertes (o asesinatos) de oligarcas. Lugares, en otro momento envidiables, como apartamentos de lujo, villas, dachas de caza, ostentosas mansiones y, que ahora se han ya trastocado en un escenario gore.

Si esto fuese una película, creo que debería tener reiterada la banda sonora de “The End”, el “The End” de los Doors. Ya que puestos a ser surrealistas y puestos a sentir el Apocalipsis llevémoslo a una conocida dimensión o la vieja dimensión de un visionario como lo fue Jim Morrison Porque los mensajes de los viejos rockeros, de los poetas y de los neoprofetas germinan hoy más que nunca en esta incertidumbre expansiva. Si no, no se podría entender como hombres tan poderosos como esos magnates rusos, que seguro van siempre acompañados por temibles guardaespaldas, se interesen por rituales esotéricos y se dejen inyectar sustancias “purificantes”. Todo es inconexo y todo parecen retazos, pequeñas teselas, de un mosaico quebrado que ocultase la visión de una gran pesadilla.

Al dejar escrito esto me doy cuenta como cada vez me está afectando la asistencia a los “Poetry Slams” y a los Micros Abiertos a los que acudo a veces. Tengo que dejarlo, sin duda. Ese caldo de cultivo, esa flora y esa fauna de la gente que los vamos conformando y esos versos satánicos te acaban calando, seguro que no es bueno, seguro que es pernicioso. O, tal vez, el origen de estas reflexiones estén en ulteriores conversaciones que en algún momento mantuve con algunos amigos, mitómanos desde adolescentes de los Doors, y que seguro, esas charlas se quedaron prendidas en algún rincón de mi memoria, y quizá por ello la desorganización de este artículo, quizá por ello las reminiscencias con la peli “Apocalypse Now”, quizá por ello el caos.

Hace mucho de la muerte de Jim Morrison. Fue 3 de Julio de 1971, un día de verano en París. Pronto, de eso, hará 51 años. Es curioso, pero el año 71, es más o menos el coincidente con la fecha del nacimiento de esos amigos de los que hablo, en meses posteriores todos ellos. Debe ser algo telúrico, la búsqueda de un sentido a la existencia humana y las atrayentes teorías sobre la transmutación de las almas (y con ello no quisiera afirmar que Morrison se hubiera reencarnado en alguno de mis conocidos) pero sí, que tal vez, que el karma del mítico cantante haya impregnado a toda una generación, y que ahora por obra y gracia del cumplimiento de la mediana edad (siendo optimistas: los 50) hubiera inflexionado en sus pensamientos y en sus objetivos vitales.

Alguno de los fans de los que hablo del Rey Lagarto son ahora cantantes de rock, otros son escritores, y otros, viven de profesiones que nada tienen que ver, aparentemente, con la de Morrison, pero, es curioso comprobar como a todos ellos les ha marcado la figura de Jim, su discografía y su modo de vida disruptivo. Y también todos ellos, además, han elevado a objeto de culto la película de Coppola. Ese mundo propio, selvático, violento y la pérdida de la cordura de un Kurtz/Marlon Brandon, esas obsesivas escenas con la imagen de los helicópteros americanos, que cual libélulas avanzan por un cielo azul justo antes de abrasar con napalm las aldeas vietnamitas, esa dicotomía entre el bien y el mal, esa apertura de una caja de Pandora con todos nuestros demonios, esa inocencia perdida en la que somos capaces de empatizar con los jóvenes marines que se convierten de repente en verdugos, esa revelación que parece nos llega de un Más Allá mientras se escucha a los Doors en un “The End” de prolongados acordes, todo eso, creo, tiene mucho que ver con lo que nos está pasando.

La primera vez que la vi la peli “Apocalypse Now” fue en televisión. Vivía por entonces con mis padres y mis hermanas. Me quedé sola frente a la pantalla absorta por las imágenes de las hogueras y de las antorchas. Fue como caer en un trance. También es casi un trance el espectáculo teatral “Desmontando a Jim” que mis amigos Kike Suárez, Cris Puertas y John Paperback han estado interpretando sobre Morrison y que pronto retomaran, creo que en Gijón. Particularmente, en mi caso tras la reclusión del covid me comencé a obsesionar (esa es exactamente la palabra) con esa canción, esperando el momento en que tarde o temprano llegaría mi “The End”. Así, en mis sueños empezaron a aparecer los helicópteros. En los brazos oníricos de aquellos días, intenté diseccionar los entresijos y descifrar ese jeroglífico, como si la curación del mundo y mi destino estuviera escrita en las aguas del lejano río Nung. Hoy todo lo de Ucrania me recuerda esas semanas y también las muertes de los oligarcas rusos, lo que subyace en el trasfondo de las guerras, que no es otra cosa que la pérdida total de lo que nos resta de inocencia. La verdadera madurez nos llega en el momento de darnos cuenta como en todos nosotros pudieran habitar dualidades de fuerzas enfrentadas y que como todos podemos ser demonios, a la vez que ángeles. Ese “The End” tiene mucho que ver con la religión, con la filosofía, con la búsqueda de un sentido de la vida, con “la insoportable levedad del ser” y con la imperiosa necesidad que vive en nosotros de un retorno a la infancia feliz y a la necesidad de seguir buscando la luz.

A veces vuelvo a pensar en esos helicópteros mientras veo las noticias sobre la guerra. Elucubro en cómo podría terminará todo, que supongo será con una negociación sobre el territorio del Donbás. El hecho que el día 9 de mayo ya haya pasado y que el discurso de Putin hubiese sido casi moderado nos da esperanzas, temiendo como los más catastrofistas temían, una fatal huida hacia delante y un enfrentamiento expreso con la OTAN. Por cierto, parece que Finlandia ha acabado por solicitar finalmente su ingreso.

Hace unas semanas se celebró el Día de la Madre. No tiene nada que ver con Putin, él también tuvo madre, aunque no se sabe seguro quién fue, ya que el máximo dirigente se crío en un orfanato, de ahí, supongo le viene la frialdad, de ahí la furia. Conocemos, sin embargo, quién fue la madre de Morrison, una ama de casa que de segundo nombre llevaba el de Virginia. Es lo que tiene buscar conexiones: una encuentra conexiones. Ninguna con Putin, alguna con Morrison.

Dicen los expertos que pasaran meses hasta que Putin cante un “The End”, y aún es incierto si será un final suave y pacificador, o, por el contrario, uno abrupto y atronador. En mi caso yo solo sé que he vuelto a soñar con helicópteros, unos helicópteros, que cual libélulas, vuelan en medio de fuegos de hogueras y esta noche por la segura sugestión, apuesto que lo haré con finales al modo ruso, tal vez con el que sucedió a un oligarca en Lloret de Mar, en mi querido Maresme, en Semana Santa. Y es que en esa fecha yo también andaba por ahí. Pero esa es otra historia, una historia inconexa de Love Streets y de otras guerras, una historia de madres, una otra historia, o quizás la misma, siempre la misma…

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