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La soledad de Pedro Sánchez

El desgaste del Gobierno, la incertidumbre política y las elecciones andaluzas

En el transcurso de su comparecencia ante el Congreso, el presidente del Gobierno amonestó sin nombrarlos a algunos portavoces por el tono y el contenido de sus intervenciones, recordándoles la importancia del asunto que los había convocado. Se trataba, dijo, de un debate sobre la seguridad nacional y, por extensión, sobre la protección de derechos fundamentales y la calidad de la democracia. En efecto, son cuestiones que conviene tomar muy en serio, en primer lugar por los diputados que representan a los ciudadanos. La sesión venía precedida por revelaciones inquietantes, que pusieron bajo sospecha la conducta del Gobierno y dejaron flotando en el aire preguntas graves. Todo se resumía en averiguar si el ejecutivo ordenó o tuvo conocimiento del espionaje practicado a líderes del movimiento independentista catalán y los verdaderos motivos de la destitución de la anterior directora del CNI.

En su discurso inicial y en sus réplicas posteriores, Pedro Sánchez pasó de puntillas sobre la implicación, por activa o por pasiva, de su Gobierno en tan escabroso hecho y no respondió a ninguna de las preguntas, a pesar de la insistencia, en particular de la portavoz del PP. Ambiguo y hermético, no asumió la responsabilidad de las escuchas ni la negó. Optó por la salida tangente de la amenaza tecnológica que se cierne sobre el ejercicio de los derechos y la materia oscura que esconde toda democracia con el fin de hacer frente a los peligros que la acechan. Entonces anunció reformas legislativas en consonancia con las demandas planteadas por los partidos que han apoyado su investidura.

Más contenido que en otras ocasiones, el presidente del Gobierno ofreció a sus socios persistir en la agenda del encuentro con Cataluña, la apertura parcial de los secretos oficiales al escrutinio público, un reforzamiento del control judicial sobre los servicios de inteligencia del Estado, y los invitó a actuar con amplitud de miras, procurando ganarse su conformidad. Los grupos que sostienen al Gobierno no quisieron hurgar y hacerle más daño, pero tampoco le ofrecieron su confianza y su respaldo. Ninguno de ellos se dio por satisfecho. Los nacionalistas catalanes le preguntaron con cierto deje despectivo a qué había ido allí. El portavoz del PNV lo arrinconó con sus conjeturas sobre el papel desempeñado por el Gobierno en el affaire de las escuchas. La portavoz de Bildu trató de convencerle para hacer una política más de izquierdas. Incluso Unidas Podemos, esta vez por boca de Jaume Asens, mostró una actitud poco complaciente y distante con quien preside la coalición de la que forma parte. Lo mismo los socios parlamentarios que los grupos de la oposición acabaron llevando el debate a otro terreno, el de la política general.

La sesión adquirió por momentos el aspecto de una reprobación o una censura al presidente del Gobierno. Es la primera vez en la legislatura que a Pedro Sánchez se le ha visto solo en el Congreso, acompañado únicamente por el grupo socialista. A la defensiva, más contenido y conciliador, menos beligerante, sus constantes apelaciones a la colaboración y el acuerdo denotan que se encuentra ante un panorama político complicado. La relación con la mayoría parlamentaria que puede asegurar su continuidad en el poder se ha vuelto áspera. Sus aliados, vigilantes, no dejan de advertirle de las consecuencias que podría tener cualquier acercamiento al PP. El margen de maniobra que le conceden se estrecha y la incertidumbre política es cada vez mayor. Los partidos de la coalición gobernante actúan cada uno por su cuenta y los socios parlamentarios no garantizan ya el apoyo a las iniciativas del ejecutivo, que en los últimos meses ha acusado un desgaste acelerado.

En estas circunstancias, el país va a enfrentarse a una coyuntura económica adversa, que requerirá la adopción de medidas de alto coste político. Las dificultades para el gobierno, no se olvide que es minoritario, aumentarán a medida que se acercan las citas electorales. De hecho, varias negociaciones y alguna decisión de gran calado han sido aplazadas. La situación otorga a las elecciones andaluzas una influencia decisiva en la política nacional. Ahora, el futuro de la legislatura no depende tanto del humor o el chantaje de ERC y los partidos nacionalistas como de la diferencia que se registre entre el PSOE y el PP en Andalucía. El empeño de Pedro Sánchez consiste en movilizar a los electores socialistas, en cuyas filas ha entrado la duda. Han pasado los años y el ambiente que se respira en torno al PSOE es distinto.

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