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Francisco Fresno

Menos es menos

Sin más para el desvarío

La manida frase del arquitecto Mies van der Rohe «menos es más», aunque entendamos su sentido, se contradice al revalidar el menos en el más. Menos es menos en la virtud de su propio minimalismo sin la muleta del más.

¿De dónde viene esa tendencia nuestra a sobrevalorar el más? ¿Podrá venir de cuando nos inauguramos como seres conscientes abriendo los ojos al mundo, viéndonos ante él insignificantes y pequeños?

¿Podría ser esa percepción primigenia generadora de un miedo que nos llevase a considerar el más como asidero con mayores garantías para la supervivencia, como en los posteriores asientos terrenales del Neolítico que nos llevaron a las sumas de las cosechas acumuladas?

Y si fuera así, ¿debería seguir prevaleciendo hoy en nuestra especie la inercia de ese prejuicio asociado al más, tan asentado, sin cuestionarlo desde la actualidad científica?

Lo cierto es que los humanos continuamos existiendo como especie animal gobernados parcialmente por lo no racional, unas veces con el reflejo de la respuesta rápida para sobrevivir, y otras reaccionando a más largo plazo en contra del juicio de la razón, imponiéndose como violencia en medio de nuestras ambiciones.

Esto tiende a darse, en mayor o menor medida, en casi todos los ámbitos y escalas, pues nos regimos influidos por el largo viaje del subconsciente colectivo que nos lleva a ansiar el poder como un más para el dominio, llevándonos a la lamentable paradoja de crear el peligro para defendernos del peligro, o directamente a lo más grave: a aniquilar la vida de los otros (de ellos) con el falso pretexto de defender la nuestra (el nosotros de la tribu).

Pero, ¿en qué escala se encuentra realmente nuestra medida entre el más y el menos de la totalidad universal si no partimos de ese prejuicio tan atávico de vernos insignificantes con nuestra mirada comparativa?

Hace muchos años me referí en otro artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA a lo que había leído en una entrevista con el cosmólogo Joel Primack, en la que decía que nuestra medida se encuentra en el medio entre el horizonte cósmico y la dimensión de lo más pequeño (la que se obtiene de dividir un centímetro en mil billones de trillones de partes iguales). También afirmaba que solo en esa medida cabe la posibilidad de la inteligencia. Es decir, a partir de tal afirmación podemos interpretar que lo inteligente no se encuentra en ninguna superioridad ni predominio del más sobre el menos sino en el equilibrio del intermedio en el que nos encontramos dentro del todo universal.

En el texto de introducción a su libro «La Vista en el centro del universo», nos dice Joel Primack que la clasificación de nosotros y ellos como generadora de nuestras diferencias tiende a lo trivial cuando lo situamos ante el hecho tan importante de nuestra pertenencia al universo.

El principio de nuestro equilibrio como inteligencia que intermedia lo ilustra para nuestras relaciones el símbolo de la Justicia como un yin-yang nivelado en una balanza, aunque esa nivelación de lo justo no prevalezca en nuestro mundo global, tan cargado de desequilibrios y codicia, y tan necesitado de otra mentalidad más inteligente para dirimir en paz nuestras relativas diferencias.

Solo si dejáramos de medirnos sin complejos, sin vernos en una relación comparativa de competencia mal entendida, podríamos encontrar en el minimalismo del menos (aunque con nuestras ambiciones lo hayamos devaluado tanto) las esencias de otras bondades para la colectividad como una forma de acierto.

La bondad de un perfume se encuentra en su esencia, igual que lo que en las artes confluye como belleza, e igual también que el acierto del arquero en el centro de una diana, sin la ambición de más diámetro para no desvariar con el desvío.

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