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Maxi Rodríguez

El castillo

Felicitaciones a Juan Mayorga

Juanito era aquel chaval de ciencias al que su padre le leía de niño en voz alta. Y así descubrió que las palabras pueden crear paisajes, emociones, sentimientos, sueños y hasta miedos. Nos juntaron hace treinta y dos años en el castillo de Alburquerque, junto a un puñado de jóvenes dramaturgos premiados a nivel nacional, para aprender escritura dramática de Alexander Galin, en aquel entonces uno de los más reputados autores de la perestroika.

El castillo era el marco ideal para las ensoñaciones de veinteañeros indocumentados proclives a fantasías textuales, con más traumas que murallas, y empeñados en abrir puertas con palabras. Mayorga tenía claro que molaba aquel calorcito entre almenas porque a la intemperie se vive muy mal, por eso acabó su ponencia diciendo: “Pero solo estaremos legitimados, justificados, en este gesto de entrar en el castillo si escribimos también para los que se quedan fuera del castillo”.

Y ya veis, tres décadas después, aquella generación de dramaturgos bradomines y millenials –gracias a él– no ganamos para fiestas. Es un honor que la Fundación Princesa de Asturias haya otorgado su Premio de las Letras a uno de los máximos representantes de la escena teatral de nuestro país. No sólo celebramos que sus obras sean traducidas y representadas por todo el mundo, lo que más nos llena de orgullo (y sí, hablo por muchos) es que también aquí se reconozcan sus aportaciones a la dramaturgia contemporánea dotándola de gran hondura e interpelando a nuestra sociedad, agitando y removiendo con su poética y compromiso “a los que se quedan fuera del castillo”.

Obsesionado por la palabra, la suya es una dramaturgia de ideas nada complacientes. Pensamiento, compromiso y reflexión. Una palabra manejada con precisión matemática al servicio de un teatro empeñado en purificar las pasiones de la sociedad. Una escritura dramática que propende hacia un espectador exigente e implicado, un espectador valiente, “al asalto del castillo”, dispuesto a cambiar su percepción de la realidad a través de un suculento “acto intelectual”.

Mayorga es tan capaz de crear con palabras singulares experiencias poéticas como de pontificar sobre el silencio en la RAE, la casa de las palabras. Ahí nos tuvo (a la profesión en pleno) disfrutando en vivo de su discurso de ingreso, “Silencio”, que pasó de la silla M a las tablas del Teatro Español para regocijo del respetable y lucimiento de la gran Blanca Portillo.

Como ya son legión sus exégetas y glosadores, a sus amigos nos toca insistir en algo en lo que Juan es realmente difícil de superar, esa inteligencia silenciosa de las buenas personas, su humildad. Un tipo capaz de medirse con Lope o Calderón, de compartir honores con Arthur Miller o Francisco Nieva, traducido a más de treinta idiomas, representado con frecuencia en los cinco continentes, sigue siendo aquel chaval de ciencias al que su padre le leía de niño en voz alta. Alguien generoso y sensible, que dice lo que piensa y hace lo que dice. Un hombre de palabra.

El genio del castillo.

¡Enhorabuena, niño!

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