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Susana Solís

Futuro Europa

Susana Solís

Putin chantajea con el trigo

La importancia de que la UE no se quede de brazos cruzados ante la crueldad del presidente ruso

Cada crisis, en un mundo globalizado y abierto como en el que vivimos, desencadena otras. Lo sufrimos con la pandemia y está ocurriendo ahora con la invasión de Ucrania. El efecto dominó de las presiones en favor del embargo a Rusia ha encarecido el gas natural, la gasolina y la importación de materias primas, y la falta de suministros ya asfixia a empresas y familias. Lo que está llegando es tanto o más grave aún: una crisis alimentaria que afectará a todo el mundo, sobre todo a los más vulnerables.

Tanto Rusia como Ucrania son, ya sabemos, el granero de buena parte del mundo, por su alto nivel de exportaciones de trigo, maíz y girasol. Según el Banco Mundial, ambos países se encuentran entre los diez primeros exportadores de cereales con 110 y 70 millones de toneladas anuales respectivamente. En conjunto, representan entre los dos el 19% de las exportaciones mundiales de maíz y el 29% de las de trigo.

Pues bien, en las últimas semanas el Ejército ruso está atacando almacenes con cereales en Ucrania y bloqueando barcos cargueros en Odesa con toneladas de trigo y semillas. Están utilizando los alimentos –un eslabón imprescindible, básico para mantener la dignidad humana– como arma de guerra.

El efecto que puede desencadenar este bloqueo intencionado es, hoy por hoy, incalculable. Algunos de los principales importadores de grano son Egipto, Turquía, Indonesia, Nigeria, Marruecos y Túnez. Pero la inestabilidad, la escasez de suministro y el aumento de precios no solo les afectará a ellos. Según la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las repercusiones de la invasión ponen en jaque a América Latina debido al aumento de precios en combustibles y fertilizantes. Algunos países del Caribe, con fuerte dependencia importadora, también se verán envueltos en esta crisis.

Con semejante escenario, la maquinaria de propaganda de Putin trabaja a marchas forzadas para tratar de influir en la opinión pública de América Latina, África y Oriente Medio. El presidente ruso acusa con desvergüenza a occidente del desabastecimiento de alimentos y enmascara su agresión a un país soberano como una necesidad de fuerza mayor.

Desde la Unión Europea y los estados miembros tenemos que combatir con hechos esta farsa que tiene resultados criminales y que es potencialmente muy desestabilizadora. Para hacerlo necesitamos exigir el fin del bloqueo de las exportaciones ucranianas y combatir el relato mentiroso de Putin con sanciones, y con diplomacia activa en los países a los que intenta persuadir.

Y otro asunto importante: no podemos permitir que ni un solo euro destinado a las regiones o al sector primario europeo se desvíe de su destino. Cabe la opción de que así ocurra: con los nuevos planes de la Comisión Europea para cortar los lazos energéticos con Rusia, el proyecto REPowerEU, se abre la puerta a que las nuevas interconexiones de gas o la rápida transición hacia las renovables se sufraguen, en parte, con fondos como la PAC o los dedicados a la Cohesión.

Cargar sobre los hombros de ganaderos y agricultores el peso de la desconexión con Rusia es tremendamente injusto, como también lo sería, por ejemplo, reducir la capacidad de Asturias para mejorar su conectividad digital o renovar sus infraestructuras. El dinero ya asignado al sector primario es para mejorar la competitividad de los trabajadores y contar con unas reservas fuertes que no nos hagan dependientes de nadie.

Hemos aprendido la lección de la soberanía energética y la necesidad de contar con una industria y unas materias primas propias que no nos hagan depender de terceros países. La alimentación es el eslabón principal sobre el que se articula todo, y ante esta crisis global debemos pensar tanto en nosotros como en todos los que la pueden sufrir.

Si un tirano quiere hacer chantaje con la vida de los ucranianos primero, y con la del resto del mundo después, desde Europa no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Arriesgamos, claro, pero los costes serían infinitamente mayores, y en todos los órdenes, si este terrible atropello de la invasión y la guerra sale adelante. Es mucho lo que está en juego, desde lo material hasta los valores europeos. De cómo salgamos de esta crisis va a depender nuestro futuro.

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