Tuve la fortuna de incorporarme al equipo de Alberto Marcos Vallaure como Secretaria General en 1986. Para entonces ya llevaba dos años siendo el primer rector elegido democráticamente en la Universidad de Oviedo y había puesto en marcha la enorme tarea de modernización de la institución académica, implantando a fondo la ley de reforma universitaria.

Me siento privilegiada por haber podido compartir con él aquellos años, que no fueron fáciles y en los que tuvo que superar muchas dificultades y sinsabores, pero que siempre afrontó con su amable saber hacer y la tranquilidad de estar siendo fiel a sus principios. Ejerció el rectorado con la naturalidad y cercanía que le caracterizaban, huyendo de toda pompa y ostentación.

En estos momentos tan tristes, recuerdo con emoción aquellos consejos rectorales largos e intensos que él enfocaba como un verdadero órgano colegiado, fomentando la reflexión, el debate y la toma de decisiones colectiva. No necesitaba imponer sus posiciones porque todos reconocíamos su auctoritas y siempre tenía tiempo para interesarse por nuestras cuestiones personales y para mostrar su inteligente sentido del humor.

Muchas veces me he preguntado qué pensaría mientras posaba para el cuadro que está colgado en el Aula Magna del Edificio Histórico de la Universidad, él que siempre huyó de la exposición pública y que muchos años después todavía se mostró abrumado cuando la Facultad de Geología dio su nombre a un aula. Su prudencia, su discreción, su condición de maestro universitario y su amor a su familia son las constantes que caracterizan su trayectoria.

Al Rector Marcos Vallaure le debemos las bases estructurales y organizativas de nuestra Universidad actual. Muchos le debemos también una forma de ver la universidad y la vida.