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In memoriam

Alberto Marcos Vallaure, el hombre que leía las rocas

Sergio Llana, profesor en la Universidad de Oviedo y discípulo del exrector y geólogo fallecido, escribe sobre su legado

Alberto Marcos Vallaure. | | MIKI LÓPEZ F. García / F. Torre

El lunes 6 de junio perdíamos a un referente de la geología española. El que fuera el primer Rector electo de la Universidad de Oviedo se iba antes de tiempo. Su esquela no despedía a un Rector o a un Profesor Emérito, sino a un Geólogo. Su faceta como científico y geólogo siempre se ha visto eclipsada por su trascendental labor en la aplicación de la reforma universitaria en la Universidad de Oviedo. Fue una etapa muy significativa e intensa, pero relativamente breve en su vida académica. Retornó casi inmediatamente a su labor académica: científica y docente en igual medida.

Alberto Marcos Vallaure terminó su tesis doctoral en 1973, habiendo recorrido una región que abarca la mitad occidental del Principado de Asturias y parte sustancial del norte de la provincia de Lugo. Una zona inmensa ahora y más aún en los años 60. El fruto de largas jornadas de campo fue un mapa geológico que, en lo esencial, constituye la base del conocimiento del sustrato rocoso sobre el que se asientan todas las infraestructuras en la actualidad. Un producto de la investigación básica al servicio de la sociedad, como seguramente a él le hubiera gustado que se recordase.

En el plano más estrictamente académico, el impacto que Alberto Marcos tuvo en la Universidad de Oviedo se puede resumir, por la repercusión que tuvo, en la introducción de un concepto geológico fundamental y una herramienta de trabajo para estudiarlo. Los movimientos tectónicos en la corteza terrestre afectan a la naturaleza, disposición y tamaño de los granos minerales que componen las rocas, por lo que su estudio permite reconstruir parte de esa historia tectónica. Una herramienta esencial para poder describir y analizar estos fenómenos es el microscopio óptico. Si bien era una herramienta ya muy utilizada en otras disciplinas de la geología, suponía un salto tecnológico en el análisis tectónico. Permitía ir más allá, permitía leer la tectónica en las rocas. Esto, a principios de los 70, en pleno desarrollo de la tectónica de placas, supuso sin duda un revulsivo para el desarrollo del grupo de geodinámica interna de Oviedo.

Alberto Marcos era un gran amante de la geología, pero especialmente del trabajo de campo, el laboratorio natural donde se hacen las observaciones de fenómenos y estructuras naturales que luego se tratan de comprender en la tranquilidad del laboratorio. Se tomaba muy en serio esta primera fase del trabajo porque es crítica. Era una persona muy metódica y organizada, que gustaba de preparar con tiempo sus mapas topográficos y sus fotografías aéreas antes de ponerse las botas y salir al campo. Llevaba un registro exquisito de sus observaciones en sus libretas de campo, que nunca delegaba. Estas libretas equivalen a una libreta de laboratorio en la que se anotan los pasos en la realización y consecución de un experimento, para que otros lo puedan reproducir: es la base del método científico aplicado al trabajo de campo. Las libretas y los mapas con minuciosas anotaciones de localización de estructuras y rocas permiten a generaciones posteriores seguir avanzando en la comprensión de los fenómenos tectónicos sobre los que todavía no tenemos una explicación adecuada. Y es que para él, “las interpretaciones pueden cambiar en el tiempo, pero los datos son sagrados”.

Alberto Marcos deja un legado material repleto de publicaciones, documentos de trabajo y muestras de roca. Pero también un legado inmaterial en todas aquellas personas que fueron discípulos y compañeros de trabajo porque, entre otras muchas cosas que aportó a la Universidad, creó escuela.

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