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Javier Gómez Cuesta

San Gabino de la reconciliación

Un hombre bueno, honesto, humilde y dialogante que pasó por este mundo haciendo el bien

Me llega la noticia esperada del deceso de don Gabino. Durante los veinte años que lleva de arzobispo emérito tuvo que afrontar momentos delicados de salud. Este último, ya era insalvable. Nunca perdió su lucidez mental. Su cabeza, como su personalidad, incólumes. He escrito sobre él en diversas ocasiones a los largo de los 53 años que ha vivido en Asturias con motivo de las distintas efemérides que hemos celebrado en su larga y fecunda vida episcopal en esta diócesis de Oviedo. He tenido el privilegio de estar en su cercanía y colaborar con él, aprendiendo y admirando, sobre todo, su bonhomía. De don Gabino el primer calificativo espontáneo que pronunciamos todos es el que fue un hombre bueno. De él se puede decir también, que “pasó por este mundo haciendo el bien”. No voy a ensalzar los más de 32 años que estuvo de pastor en esta iglesia de Asturias, uno de los más largos de los 119 que ha habido desde la fundación en el 811. Lo que me sale del corazón es acompañarlo con el cariño y la oración de acción de gracias por una vida como la suya, oyendo el “In paradisum” del Requiem de Gabriel Fauré, una música nítidamente celestial, que evoca el aleteo y susurro de los ángeles llevando al ser querido al cielo. Dice así: “Al paraíso te conduzcan los ángeles, que te reciban los mártires a tu llegada…” Lo cantamos alguna vez juntos en la Schola Cantorum de Comillas, dirigida por el gijonés P. Ignacio Prieto, él como tenor segundo y yo como tiple en los años cincuenta y cinco…

D. Gabino, sí, mereces el cielo, el paraíso celestial, por tu bondad, tu honestidad, tu humildad, tu amor a Jesucristo y amor y servicio a la Iglesia nunca al poder, tu saber dar confianza, tu capacidad infinita de perdón y comprensión, tu sensibilidad para el discernimiento, tu amor a Asturias, tu silencio y buscada soledad para orar, escuchar música, leer, reflexionar… Jamás hablabas mal de nadie ni dejabas que se hablara mal de nadie.

Apoyado en esa clasificación de los santos que nos ha ofrecido recientemente el papa Francisco, siempre tan sugerentemente, de que los hay entre nosotros y los cita como “santos de la puerta de al lado”, aunque no estén reconocidos y en los altares, me atrevo a titular este escrito y, si me fuera posible todavía, iniciar el proceso de difusión y promoción, de proponerle como “San Gabino de la reconciliación”, ahora que intentan revolver y reescribir un nuevo relato de lo que quieren llamar “Memoria histórica” y que siembra la discordia de la dos Españas. Él es un huérfano de padre y madre, de la guerra civil. Tenía 10 años cuando vio cómo se llevaban a sus padres de casa que aparecieron poco después fusilados en el muro del cementerio de Mora. Lo relataba como uno de los horrores que causa una guerra civil. No asomaba en él ni odio ni venganza sino deseo sincero de reconciliación. Un testigo cualificado fue Rafael Fernández. Cuenta este primer Presidente del Principado que cuando vino de México, traía una pequeña agenda de direcciones, de la que entresacó las diez visitas importantes que debía comenzar a hacer. La primera la de D. Gabino, de quien tenía las mejores referencias. No le defraudó. Escribe años después: “La entrevista mejor grabada en mi mente y en mi corazón es la del señor Arzobispo, que sigue siendo para mí, nunca dejó de serlo, el hombre de Paz, Piedad y Perdón”. Continuaron manteniendo una buena comunicación y relación.

Esa preocupación por la reconciliación la manifestó en la forma pastoral que imprimió a largo de todo su ministerio aquí, en esta Asturias, “patria querida”. Fue el obispo idóneo que vino a esta tierra en el momento oportuno y que supo aterrizar en aquel campo de minas. Era el tiempo de la reconversión social, las huelgas mineras, las homilías espiadas, multadas y condenadas, los comedores parroquiales, los activos movimientos apostólicos, encarcelamiento de curas, el cierre de templos… Tarancón, que había comenzado con tantos aplausos y que sembró la primera semilla del Concilio Vaticano II e inició la renovación pastoral, tropezó lamentablemente con la participación y compromiso de la Iglesia en las cuencas mineras y con los sacerdotes de la pastoral social. Le libró el cambio, entonces inesperado, a Toledo. Sagaz como era él, lo realizó en días. No quedó contento de su estancia. Sin duda, se fue extremadamente crítico con él. Apenas nada dice de los cuatro años asturianos en sus Memorias. En otra parte, había dicho “que la tarea que le esperaba a Díaz Merchán era difícil, por la división en el mismo clero, y la tensión con las autoridades civiles, además del viejo anticlericalismo todavía vigente”.

D. Gabino, con paciencia, dialogante, haciendo vida su lema episcopal “Lumen cum pace”, reuniéndose con los implicados, buscando el encuentro y el diálogo, escuchando, aguantando envites de una y otra parte, incomodando a la derecha y desconcertando a la izquierda, con temple, proponiendo él también posibles maneras de actuar, de hablar, de pronunciarse… vigilado y espiado, haciendo valer su autoridad de obispo, fue dándole la vuelta y creando un estilo de pastoral social propio que posibilitó el acercamiento y mejoró la visión del hacer y misión de la Iglesia. Los debates vivos en el Consejo Presbiteral fueron fundamentales y clarificadores. Dejó una iglesia más reconciliada consigo misma y con la sociedad. Por eso, con el “In paradisum” de Fauré sonando de fondo: ¡San Gabino de la Reconciliación, ruega por nosotros!

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