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Anxel Vence

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Ánxel Vence

El otoño de la Nueva Política

Tras las elecciones andaluzas

El tiempo de las mayorías absolutas, que había terminado en toda España –excepto en Galicia, sitio distinto– acaba de volver inesperadamente en Andalucía. Allí ha perecido Ciudadanos, el primero de los partidos que inauguró la llamada Nueva Política; a la vez que se acentúa la agonía de Podemos y se estanca Vox, el último de los que saltaron al campo de juego.

No quiere eso decir que haya regresado el aburrido bipartidismo que hace cosa de un lustro empezó a perder fuelle. Si acaso, pudiera ocurrir que la clientela votante se esté hartando de la política de rompe y rasga que trajeron los nuevos partidos. Al principio resultaban de lo más divertido frente al habitual turnismo de conservadores y socialdemócratas; pero, con el paso del tiempo, el espectáculo empieza a cansar ya al público. La nueva política se ha hecho vieja enseguida.

Lo de Podemos, por ejemplo, ha acabado por ser un trasunto de “La Vida de Brian”, famosa comedia de los Monty Python en la que el Frente Popular de Judea se enfrentaba al Frente Judaico Popular; y, este, al Frente Popular del Pueblo Judaico. En estas últimas elecciones han conseguido presentar más siglas coaligadas que los escaños finalmente obtenidos; y no parece que su larga tendencia a la baja vaya a cambiar a estas alturas.

Algo menos teatral en sus formas, Ciudadanos ha perdido igualmente el favor de la audiencia que en su momento le permitió ejercer de bisagra entre la izquierda y la derecha. Se conoce que, puestos a escoger, los electores descubrieron que es más práctico votar a los partidos de su gusto en vez de recurrir a intermediarios que lo mismo usaban su papeleta para darle el poder al PP que al PSOE. Así fue como los goznes de Cs se oxidaron hasta convertirse en material de derribo.

No es todavía el caso de Vox, partido nostálgico de otros tiempos al que sería abusivo encuadrar dentro de la Nueva Política. Sigue subiendo, siquiera sea con carácter leve; pero nada sugiere que su esencia espumosa se diferencie de la de los otros dos que a tan altos palacios subieron para luego descender a bajas cabañas electorales.

Probablemente los lastre a todos ellos su condición de meras fuerzas auxiliares de los dos grandes partidos. No da la impresión de que aspiren a ganar unas elecciones, sino al más módico propósito de conseguir alguna vicepresidencia y carteras decorativas cuando al hermano mayor –sea PP o PSOE– le falte aritmética de escaños suficientes para gobernar por su cuenta.

Podemos lo ha conseguido ya, por más que en su momento cenital en las encuestas llegasen sus dirigentes a creer que podrían asaltar los cielos superando al mismísimo PSOE. Con Vox ocurre más o menos lo mismo, como se ha visto en Andalucía. No pretendían otra cosa que una vicepresidencia; pero en su caso no se les ha cumplido siquiera ese modesto deseo. Guardan, si acaso, alguna esperanza más para las elecciones generales, aunque eso no sería sino repetir por la banda derecha lo que ya se ha hecho por la de la izquierda.

Queda por ver si las mayorías absolutas han vuelto para quedarse y restaurar el bipartidismo o si el suceso andaluz ha sido solo una anécdota. Lo único cierto por ahora es que a la Nueva Política le ha llegado su tiempo de otoño. E incluso el de invierno.

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