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Atados a una inercia fatal

Cuando el reconocimiento de los crímenes de Stalin por los propios dirigentes soviéticos (1956) y, dos décadas después, la invasión de Checoeslovaquia (1968) dejaron patente hasta para sus devotos la entraña criminal e imperialista de la URSS, la izquierda comunista de Occidente fue rompiendo amarras del Kremlin. Cuando más tarde, tras la caída de la URSS (1991), la entrega por sus albaceas del patrimonio acumulado por el sudor del pueblo ruso a una oligarquía capitalista salvaje supuso la liquidación final del sistema, apenas nadie mantuvo ya su antigua devoción. Cuando la invasión de Ucrania, arrasando ciudades con decenas de miles de muertos, dejó claro el enorme peligro de sus herederos para las libertades de todos, parecía imposible la menor justificación. Pero la ignorancia de la historia, la negación de la evidencia y la inercia mental pueden llegar a ser un fortín inexpugnable.

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